Parece mentira la poca cobertura mediática que ha tenido el aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos que se celebró el pasado 10 de Diciembre.Esta declaración, “uno de los documentos más preciosos y significativos de la historia del derecho” como le gustaba llamarla a Juan Pablo II, es el reflejo de la universalidad de unos derechos inherentes, sagrados e inviolables que garantizan su dignidad moral del hombre como persona única e irrepetible y la integridad física, política, económica y social como miembro de una sociedad concreta.
Un compendio de principios cuya fuerza se basa en que no dependen de los tiempos, las coyunturas políticas, ni de las circunstancias concretas.
A pesar de ello y, tal vez, por haberse promulgado por la ONU hace tan solo unas décadas, juristas y pensadores no se ponen de acuerdo sobre sus raíces. Unos afirman que están basados en la Ley natural, otros que encuentran su inspiración en el mundo clásico, otros están convencidos que son fruto del cristianismo y, otros muchos, como nuestro querido Zerolo, Secretario de Movimientos Sociales y Relaciones con las ONG del PSOE, se empeñan en afirmar que la Carta Internacional de Derechos Humanos "es la mejor creación intelectual y política realizada por el ser humano, y la base de los derechos reconocidos y protegidos en las Constituciones de todo el mundo", puesto que "por primera vez en la historia de la humanidad, se establecieron claramente los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales básicos de los que todos los seres humanos deben gozar".
No voy a entrar en este debate. No estoy preparada para ello. Solo pretendo rememorar su contenido y reflexionar sobre la gran capacidad que tienen nuestros gobiernos, autoridades internacionales, ONGs, … incluso, nosotros mismos, para la defensa selectiva de algunos de estos derechos, según exijan las necesidades económicas, políticas y sociales concretas del momento presente, y simultáneamente, para el olvido de otros, menos, digámoslo así, atractivos en la actualidad.
Nos llenamos la boca denunciando la discriminación de la mujer, los actos racistas, la pobreza en el mundo, el derecho a la vida, a la integridad física, psíquica y moral,…. y olvidamos, tal vez por comodidad, omisión o indiferencia, que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (art.1). Es más, “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”(art.2)
Tal vez, tienen razón los que afirman que sin esta Declaración seguramente habría mucha más barbarie, violaciones, injusticias y tormentos insufribles. Pero, si la aceptamos como un ideal moral que guíe las relaciones humanas, por ejemplo, ¿no sería bueno reflexionar sobre la importancia de la libertad, la seguridad y la igualdad entre hombres y mujeres de todo lugar y condición como principios fundamentales para engrandecer la dignidad del hombre?
¿Y si amparándonos en esta Declaración- sin rango de ley, por supuesto- invocáramos a nuestros gobiernos y denunciáramos ante la opinión publica las tropelías que se cometen, con impunidad manifiesta contra el derecho a la vida, contra la familia como “el elemento natural y fundamental de la sociedad” o, contra “la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”?
¿No podríamos hacer mucho más, desde nuestro pequeño mundo, para mejorar la situación de miles y miles de personas que se ven afectadas diariamente por los abusos de unos pocos mediante “tratos crueles, inhumanos o degradantes” o, simplemente, porque “toda persona tiene derecho al trabajo, …sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual”?
¿Qué hacemos cada uno de nosotros cuando vemos como gobiernos como el del señor Zapatero se pasa por el forro que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” o que “la maternidad y la infancia tienen derecho a cuidados y asistencia especiales”?
No se si nos percatamos de la importancia que estos abusos tienen en cada una de las personas y, por ello, en el bien de la sociedad. Porque toda persona, por el simple hecho de serlo, tiene inscritos en ella estos derechos. Como dijo Benedicto XVI, el pasado 10 de Diciembre, a los participantes del primer foro de organizaciones no gubernamentales de inspiración católica : “las grandes verdades sobre la dignidad innata del hombre y los derechos que se derivan de dicha dignidad…. ayudará a promover iniciativas concretas caracterizadas por un espíritu de solidaridad y libertad…. un espíritu de solidaridad que lleve a promover como un cuerpo los principios éticos que, por su misma naturaleza y por su papel de base de la vida social, no son “negociables”.”
Tal vez, si cada uno de nosotros, asumiéramos nuestra porción de responsabilidad en la defensa de la dignidad humana, no necesitaríamos la advertencia de la pequeña-gran Mafalda: “Y estos derechos...A respetarlos, ¿eh? ¡No vaya a pasar como con los diez mandamientos!”
Reme Falaguera
Mujeres del siglo XXI
Debate21