Vidal-Quadras
Por Antonio Jaumandreu
Me voy a permitir el enorme lujo de transcribir un discurso de Alejo Vidal Quadras, para mí con gran diferencia el mejor orador que hay hoy en España, y que sería un excelente candidato a la presidencia del Gobierno. Sin comentarios:
Intervención del presidente de la Fundación Concordia, Alejo Vidal-Quadras, en el acto de presentación de la plataforma "Por la Concordia Nacional y la Reforma Constitucional" , en el Casino de Madrid el 25 de octubre de 2007
El propósito que nos ha animado durante los dos años que llevamos madurando este planteamiento que os presentamos esta noche es muy sencillo, diáfano me atrevería a decir. Hemos llegado hace ya mucho tiempo a la conclusión de que alguien ha de atreverse a decir lo que todo el mundo sabe y nadie osa pronunciar. Sí, exactamente lo que estáis pensando. El emperador va desnudo. En otras palabras, los nacionalistas no son integrables. Esta es una verdad tan silenciada como dolorosa, tan desagradable como incómoda, tan terrible como innegable. Lo horrible a veces sucede y ante ello caben dos actitudes: la negación de su existencia y entonces lo horrible nos devora o la asunción lúcida de su presencia y la determinación serena, pero firme, de hacerle frente y vencerlo.
Desde la transición, hemos seguido el primer camino y el resultado está a la vista. No hay catastrofismo, ni alarmismo ni tremendismo alguno en el enunciado de la realidad que nos aflige: Después de la aprobación del nuevo Estatuto de Cataluña, de la elevación de ETA a la categoría de interlocutor válido del Gobierno y del anuncio por parte de los partidos nacionalistas tenidos hasta hoy por moderados, de la celebración de referendos de autodeterminació n ilegales e inconstitucionales, España, esta tremenda mole que se alza en el paisaje de la Historia, amasada de piedra, sangre y sueños, constructora de nuevos mundos, cuna de hazañas legendarias, féretro de tantas ilusiones, cosida a cicatrices, gloriosa y humillada, mística y prosaica, cobijo por fin seguro de nuestras libertades y derechos, todavía viva y reconocible, se encuentra al borde mismo de su disgregación. Otra legislatura más como la que ahora termina y nuestra gran Nación de ciudadanos libres e iguales se fragmentará en un agregado informe de nacioncillas inventadas y ajenas entre sí.
Por eso hemos de tomar la segunda senda, la de la decisión, la de la lucidez, la del compromiso indeclinable con los principios y valores de la vigente Constitución, que son los de la sociedad abierta, los de la civilización occidental, los que ponen al individuo con rostro, nombre y dignidad inalienable por encima de abstracciones colectivas aniquiladoras de la libertad.
¿Para qué, pues, nuestra propuesta? Para resolver el único de nuestros conflictos seculares que aún no hemos superado. La Constitución de 1978 marca el final de una larga etapa en nuestro devenir colectivo en la que los ricos se enfrentaron a los pobres, los militares a los civiles, los creyentes a los anticlericales y los monárquicos a los republicanos. La transición inició una era de reconciliació n, de equilibrio, de generosidad, de fórmulas normativas y de usos sociales bajo cuyo manto los cuatro frentes de desgarro que habían sacudido nuestros dos últimos siglos quedaron definitivamente apaciguados. Sin embargo, queda una herida que no ha sido cerrada, que sigue ulcerada y que se resiste a los desinfectantes más potentes. El encono de los nacionalistas por dinamitar la empresa común y por liquidar la unidad nacional no ha cesado ni un instante a lo largo de las tres décadas de democracia recuperada que hemos recorrido desde el fin de la dictadura. Y bien sabéis, bien sabemos todos en esta sala que se ha hecho todo lo posible, y más que lo posible, por sumarles al proyecto aglutinador que los españoles emprendimos esperanzados tras medio siglo de anormalidad institucional.
Hemos transformado un Estado tradicionalmente unitario en uno de los más descentralizados administrativa y políticamente del planeta, hemos establecido la cooficialidad de las lenguas mal llamadas propias hasta el punto de permitir y sufrir que se elevaran al rango de hiperoficiales, hemos procedido al reconocimiento de símbolos, himnos, banderas y hechos diferenciales diversos hasta la extenuación, hemos transferido en masa competencias y recursos a las Comunidades Autónomas debilitando las instancias centrales del Estado a niveles que ponen en peligro su operatividad y su eficacia, hemos consagrado un sistema electoral que otorga a las minorías nacionalistas el papel de bisagras parlamentarias todopoderosas sometiendo a la Nación a la férula de aquellos cuyo objetivo explícito es deshacerla, hemos destinado un ingente esfuerzo económico a satisfacer a los nacionalistas porque el Estado de las Autonomías nos cuesta del orden de un punto del PIB por año en comparación con un Estado políticamente unitario administrativamente descentralizado, y hemos soportado apretando los dientes con paciencia atormentada más de ochocientos asesinatos de escalofriante vileza. Y el Presidente del Gobierno nos avisa sonriente que si revalida dentro de cuatro meses su victoria, se propone continuar su tarea de descuadernamiento del Estado y de disolución de la Nación.
Las entidades que os hemos convocado aquí esta noche hemos llegado a una conclusión que nos parece la única posible si queremos ser algo más que un conglomerado amorfo de televidentes hedonistas y anestesiados. Y la conclusión es ésta: Hasta aquí hemos llegado. El proceso de desintegració n nacional al que nos vemos arrastrados contra la voluntad de la inmensa mayoría ha de detenerse, el Estado se ha de fortalecer y la Nación ha de recuperar el rumbo perdido. Basta de claudicaciones, de oportunismos, de renuncias, de fingimientos, de disimulos, de cobardías, de ingenuidades y de chatas conveniencias partidistas. Basta. A partir de hoy, ni un paso atrás y todos los necesarios adelante. Ha llegado la hora de la acción y de las decisiones. A grandes males, grandes remedios. Si España ha albergado durante demasiado tiempo, como dice el morisco Ricote en el Quijote, a la sierpe en su seno, y el veneno ya nos paraliza, es urgente buscar un antídoto. Nosotros lo hemos destilado y está en nuestra propuesta y en la agenda política concreta que reclamamos para hacerla realidad. Si los nacionalistas no son integrables, sí son neutralizables. No se trata de excluirlos ni de marginarlos ni de arrinconarlos. Nada más lejos de nuestro ánimo, siendo como somos partidarios del pluralismo político y de la biodiversidad. Se trata simplemente de colocarlos en su sitio y de paso volver a alzar a España al suyo.
Nuestro sistema se apoya en dos pilares que son los dos grandes partidos nacionales. Uno de ellos está secuestrado por un pequeño grupo de oportunistas relativistas y desideologizados, gentes ameboides cuyo lema es que no es la Verdad la que nos hace libres, sino la libertad la que nos hace verdaderos y que han sustituido los métodos inductivo y deductivo por el método deliberativo para que nada ni nadie ponga freno a sus desmanes. Sin racionalidad y sin moral y pasando de curso en el bachillerato con cuatro asignaturas suspendidas la estación final del viaje degradante en el que nos han embarcado sólo puede ser el desastre.
De ahí nuestra propuesta y nuestra llamada a quien corresponda para que la haga suya y la ofrezca a los españoles, a todos, de derecha, de izquierda, de arriba, de abajo, de centro, de mar, de meseta y de montaña, y lo haga de tal manera que sus argumentos les convenzan y su pasión les arrastre. No son tiempos para las maniobras de despacho, ni para las cenas exploratorias ni para la administració n inercial del statu quo, entre otras razones porque el nuevo Estatuto de Cataluña, el compadreo con ETA y la suelta del espantajo de los plebiscitos secesionistas han hecho saltar el statu quo por los aires. Son tiempos de salir a la calle, exponer sin tapujos la gravedad de la situación, indicar la salida y lanzarse a atravesarla.
Permitidme que termine recordando la esclarecedora reflexión de George Orwell, escrita en una fase particularmente trágica de la historia europea: "Nos hemos hundido hasta una profundidad tal", decía Orwell, "que el restablecimiento de lo obvio se ha convertido en el primer deber de las personas inteligentes" .
Os invitamos esta noche a restablecer lo obvio, y obvio es que la parte está contenida en el todo y no al revés, que los impuestos los pagan los individuos y las empresas y no los territorios, que los árboles, los ríos y las cordilleras no hablan, que las que hablan son las personas, y que España es una gran Nación que no dejaremos que sea descuartizada por una pandilla de asesinos y por una tropilla de caciques de barrio. Os invitamos a movilizaros sin vacilaciones, a comportaros como lo que sois, como lo que son muchos millones de españoles a lo largo y a lo ancho de la Nación, ciudadanos por supuesto inteligentes, pero también patriotas y valientes. Y quiero subrayar lo de valientes porque a la luz de los acontecimientos que se avecinan habrá que derrochar inteligencia y patriotismo, pero sobre todo valor. Mucho valor. Enormes dosis de valor. Que no os falte. Que no le falte. Que no nos falte.