El círculo vicioso del estatismo
Por Luis I. Gómez
La hiperburocratización asfixiante del estado moderno y la cada vez más acusada huída de los individuos frente a sus responsabilidades conforman el círculo vicioso, el remolino implacable que nos arrastra al totalitarismo de los sistemas políticos occidentales. Una ola inmensa de leyes, normas y reglas inundan nuestra cotidianeidad imposibilitando el acto responsable del ciudadano. Al mismo tiempo, cada vez son más quienes se lanzan ingenuamente a los brazos del estado paternalista de bienestar -desde la cuna hasta el lecho de muerte- a cambio de coche, casa y comida. Y quienes realmente deciden asumir su responsabilidad respecto a sí mismos, sus familias o sus empresas, se encuentra inevitablemente coartados por el gigantesco aparato administrativo y sus interminables normativas. Las normas y leyes, que hoy se inmiscuyen en todas las facetas de nuestras vidas, no consiguen sin embargo, y contrariamente a lo que nos publicitan los políticos, aumentar nuestra seguridad ni nos convierten en mejores personas por asumir esta forma moderna de vasallaje.
Ocurre justamente lo contrario. Basta con echar un vistazo a la prensa diaria para comprobar como aumentan, día a día, los actos irresponsables y la decadencia. Irresponsabilidad y decadencia, causantes del egoísmo exacerbado y la soberbia anónima, se han convertido en los pilares de nuestra civilización. Asistimos así al contínuo espectáculo de transformismo social en el que nada es más fácil que culpar a la "sociedad" de los propios errores y sus causas. Es la consecuencia lógica tras años de adiestramiento en los principios del "somos víctimas de las circunstancias" y del "ya se encarga el estado social de solucionarlo". Y perdemos toda perspectiva del verdadero sentido del concepto "justicia" cuando aplicamos los mismos principios a los errores de los otros. Al mismo tiempo asumimos la mentalidad del rellenador de formularios y "hacedor de cruces en la casilla correcta", lo que sin duda no nos proporciona una mejor vida, pero nos permite aferrarnos a la fantasía de que retrasa considerablemente el día en que tengamos que abandonarla. La divisa es clara: todo lo que no está recogido en las leyes debe ser ignorado; nada que no pueda ser ignorado debe escapar a la reglamentación. Y si, contra todo pronóstico, algo va mal, el responsable es quien redactó los formularios. Después de todo era SU responsabilidad y no la MÍA haber previsto todos los imprevistos - y ello sin abandonar el despacho, todo sea dicho de paso. El resultado es el grito del mudo: impotencia.
De la nada no surge nada. Sólo desde la acción individual es posible cambiar "las circunstancias". Cualquier circunstancia. Todas las circunstancias. Asumamos nuestra responsabilidad, sin miedos, frente a nosotros mismos, nuestras familias y nuestro entorno. El liberal español necesita desnudarse de adjetivos y epítetos y dar el único paso al frente posible: asumir su responsabilidad y luchar por devolver a los demás la capacidad de hacerlo.
1 comentario:
Interesante reflexión.
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