martes, noviembre 13, 2007

El siucidio de occidente

Por Luis I. Gómez

Mucho de lo que hoy entendemos vagamente como „occidente“ no sobrevivirá el final de este siglo. Es posible que en los mapas aún queden regiones que lleven el nombre de España o Alemania, del mismo modo que en Estambul seguimos viendo un edificio que se llama “Catedral de Santa Sofía”. Sólo que ya no es una catedral, a pasado a ser apenas un objeto inmobiliario. Del mismo modo “España” o “Alemania” pasarán a ser simplemente el nombre de una zona geográfica. Para aquellos que creemos que la civilización occidental es, a fin de cuentas, la mejor alternativa, se plantea la cuestión de conservar al menos una parte de ese occidente.

Prácticamente todas las fuerzas políticas occidentales se han suscrito a lo que podemos llamar „impulsos secundarios“ de la sociedad: sistema sanitario, educación generalizada, solidaridad interciudadana, … de manera que hemos priorizado esos “impulsos secundarios” frente a los “impulsos primarios”: defensa de la propiedad (privada o nacional), familia, cultura (o fe) y el más elemental de todos: la natalidad. Sin ciudadanos nuevos, sin instinto de conservación, es imposible pagar y mantener los “impulsos secundarios” de una sociedad.

Uno de los fallos estructurales de los estados socialdemócratas, con su enorme aparato administrativo-burocrático y sus sistemas de bienestar social, radica en que para mantenerse necesita de los índices de natalidad que sólo una sociedad absolutamente consciente de su instinto de conservación posee. El problema se agrava si consideramos que en las sociedades dirigidas políticamente en función de los „impulsos secundarios“ se tiende a confundir la propia debilidad (la derivada de la concepción del Estado como sumo responsable de todo) con fortaleza, motivo por el cual resulta imposible enfrentarse a a otro tipo de culturas que sí ponen todo el énfasis en los “impulsos primarios”, como es el caso del Islam.

Hay quien dice que nos encontramos en guerra con el Islam. Los islamistas son los primeros en defender esa tesis: ellos están en guerra con occidente. De ser así, y a pesar de que la mitad de los norteamericanos y casi las dos terceras partes de los europeos no creen en ello, cuál es el objeto de esta guerra?

Lo que sobra en nuestro planeta son puntos conflictivos y zonas de violencia. Lo curioso es que uno de los contrincantes es casi siempre el mismo: islamistas contra judíos en Palestina, islamistas contra hindúes en Cachemira, islamistas contra cristianos en África, islamistas contra budistas en Tailandia, islamistas contra rusos en el caúcaso, islamistas contra turistas en Bali. Los islamistas piensan de forma global pero actúan de forma local. Conscientes de que sus posibilidades en un conflicto global son prácticamente nulas, recurren a la localizaciónm del mismo y al terrorismo (la nueva forma de guerrilla) manteniendo la moral alta de sus creyentes y ganando tiempo hasta que occidente se derrote a sí mismo.

Justamente ése es su arma principal en esta guerra: el creciente abandono de los principios de nuestra propia cultura. El programa de “progreso” – sistema social de caridad insostenible e impagable, abandono de las propias raíces culturales en nombre del “multiculturalismo”, un secularismo mal entendido que sobrepasa el límite social para imponerse en el ámbito privado, demontaje del concepto occidental de familia – es, visto en su totalidad, el verdadero atentado suicida. Lo maravilloso del multiculturalismo es que no hace falta saber nada sobre las otas culturas, basta con saber que son “guays”, lo cualcuriosamente, exime de la obligación de conocer la propia.

Multiculti significa que su hijo no cantará en Navidad „Noche de Paz“, sino alguna canción ritual africana que ha tenido que aprender. No habrá tenido que aprender, sin embargo, cómo habría de cambiar su vida para vivir en la sociedad de la que procede la canción. El niño como “observador” de lo anecdótico para convertirlo en adulto inconsciente de sus “impulsos sociales primarios”. El desarraigo cultural por la vía del safari étnico.

Nos ocupamos de lo menos esencial. Véase la histeria climática que nos amenaza en estos años. Si de predecir el futuro se trata, los índices de natalidad son bastante más fiables que las curvas de temperatura. Si en 2006 nacieron un millón de bebés en Europa, es imposible pensar que en 2026 contemos con los dos millones de jóvenes que necesitará el mercado laboral según la OCDE. Los hechos nos dicen que occidente pierde población mucho más deprisa que recursos naturales. Sabemos que para mantener un balance neto de crecimiento poblacional mínimo es necesaria una tasa de natalidad del 2,1. En europa no alcanzamos esa cifra ni remotamente. En otros países se triplica: Somalia 6,91, Nigeria 6,83, Afghanistan 6,78, Yemen 6,75… Fíjense en el mapa:

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USA 2,07; Irlanda 1,87; Australia 1,76; Canadá 1,5; Alemania y Austria 1,3; Italia 1,2; España 1,1; De aquí a 2050 seremos 100 millones de europeos menos. En aquellos países donde las previsiones de bancarrota del sistema de pensiones son más realistas, donde los sistemas de bienestar social se encuentran al borde del colapso, los electores y los políticos han dado ya respuesta al malestar que supondría aumentar los impuestos para mantener el sistema: no se trata de reducir el sistema, abaratándolo, privatizándolo. Mucho menos se trata de aumentar los impuestos. La solución es facilitar y fomentar la inmigración, lo cual parece lógico y merece mi aplauso (mejor sería abaratar el sistema reduciéndolo, fomentar la natalidad y cubrir las necesidades con inmigración controlada). Pero fomentar la inmigración sin ninguna otra consideración que la del “número” de inmigrantes es una espada de doble filo. En 1970 los países industrializados suponían el 30% de la población mundial frente al 15% de los paises islámicos. En el 2000 se alcanzó el empate técnico: 20% Aún partiendo de la base de que no todos los musulmanes son radicales islamistas, el crecimento demográfico de estos últimos está siendo en los últimos años amenazador. En Gran Bretaña son más los fieles que visitan semanalmente las mezquitas que los cristianos que visitan las iglesias. Infinitamente más que los „occidentales“ que acuden a los conciertos de la „Royal Philarmonica”, por ejemplo.

Llegará el día en que, mientras en USA vivirán 500 millones de norteamericanos, Europa se habrá convertido en una región poblada por una minoría de pensionistas europeos y una mayoría de inmigrantes islámicos. Sé que estoy escribiendo un artículo políticamente incorrectísimo y que me van a llover las críticas de todas partes. Si se me ocurriese decir que en algunos decenios apenas quedarán españoles en lo que hoy llamamos España tendré que enfentarme a la acusacion de xenófobo y racista. Pero no les estoy hablando de razas, ni de colores de piel. Les estoy hablando de cultura. Si el 100% de la población cree en la democracia y los principios en que se basa la Carta de Derechos Humanos, poco importa si el 70% o el 10% es blanco, moreno, negro o amarillo.

Ocurre sin embargo que, según las últimas encuestas, el 60% de los musulmanes británicos quieren vivir según la Sharia. Y quieren hacerlo en Gran Bretaña. La Sharia no reconoce ni democracia ni Carta de Derechos Humanos. Ése y no otro es el problema.

Desde el exilio

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