lunes, septiembre 03, 2007

Rodiezmo y el conjuro del Gran Druida

Por Luis I. Gómez

A la sombra de "Las Tres Marías" y del "Alto de Peñalaza", en el recóndito valle de La Tercia, los pinos de Rodiezmo llaman año tras año a nuevos conjuros públicos y, no menos importantes, nuevos perjurios no públicos. Los druidas del socialismo, decadentes los unos tras años de contacto con el mercantilismo capitalista, nostálgicos los otros de tiempos que fueron mejores, decepcionados los más -pues sólo mostrar decepción disimula en parte la desazón que provoca la certeza de lo perdido - se reúnen en círculo mágico ante una multitud expectante, ávida de ese muérdago moderno que es el gasto público. Visten sus mejores galas, retocan sus barbas blancas y esconden tras la sonrisa aprendida y las consignas coreadas el gesto adusto y grave de la noche anterior. De todas las noches. Esas noches largas y sin luna, en las que cada lucero destellante les devuelve, cual espejos en un arca votiva, la esencia de su ser y su devenir: el miedo a ser definitivamente desposeídos de sus privilegios.

Ellos saben mejor que nadie de la importancia de los ritos. Los ritmos, la reiteración de lo conocido genera sensación de bienestar. Y el pueblo brama de placer, liberado por unas horas de la incertidumbre del día a día.

Levantando la hoz dorada de su verbo inigualable, el Gran Druida Zapatero inicia su conjuro. El mismísimo Lugh ordena callar al bosque. España. España. Palabra mágica que resuena en mil ecos llenando el valle, abrazando cada árbol. El Gran Druida se abraza al Tótem que en tantas ocasiones le sirvió de letrina improvisada, moneda de cambio y amuleto falaz. Las montañas de León se estremecen, conscientes de la mentira. Pero el pueblo escucha. Modernidad, nación, pueblo, solidaridad y libertad. Los ingredientes de la pócima hechicera capaz de adormecer en su propia sonrisa incluso al más desgraciado de la marca. En estado de semitrance, apenas son conscientes de la autocomplacencia y la vanidad que, al ser añadidas al caldero levantan una humareda verde, un hedor pastoso y pegajoso. El momento apenas dura cuatro frases, pero los más atentos no pueden evitar percibir un aroma a autojustificación inconfundible. Todo ha ido bien, todo lo hecho lo ha sido por una causa justa y nadie en el círculo de druidas ha cometido errores que merezcan tal nombre.

Mecidos en los efluvios de la pócima y el conjuro, abandonados al ritmo de la frase fácil y el gesto repetido, los convocados están en un nivel de consciencia próximo al paroxismo. El Gran Druida detiene su discurso, permite el apluso, espera al silencio, provoca la máxima expectación antes de proferir las últimas frases mágicas, esas que quedarán prendidas en el aire de este "Bosque de los Carnutos" leonés. El río Casares detiene su eterno discurrir por un suspiro:

«una renovada oferta de pacto social para la próxima legislatura» … «Si ese acuerdo social lo conseguimos, España tendrá garantía de crecimiento económico y social para convertirse en uno de los países más avanzados en política social del mundo» …(medidas que) «abren nuevos derechos, ayudan a las familias, fomentan la igualdad y ponen a las mujeres en el sitio que les corresponden, después de tantas décadas de marginación absoluta» … «las pensiones mínimas crecerán el doble que la subida media para 2008, así como otro incremento específico de 110 euros al mes para las pensiones de viudos y viudas con hijos a su cargo»

El delirio se apodera de los reunidos. Gritos, desmayos, aplausos y cánticos. Todos regresan a sus casas con renovadas ilusiones y la certeza de que el Gran Druida se ocupará de ellos. Ignoran el precio del nuevo perjurio, pero… a quién le importa lo que cuesta (ni a quién le cuesta) aquello que es gratis?

Desde el exilio

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