Estos sí que dan miedo
Por Antonio Jaumandreu
Más que la quema de fotos por parte de 300 vándalos, tal como decía hace un par de días en este mismo foro, a mí me preocupan las declaraciones y acciones de los líderes políticos que nos han tocado en desgracia. La última, de Artur Mas: propone un “pacto de sangre” con los demás nacionalistas para frenar cambios en la Constitución. Cambios que tiendan a restar poder de representación en las Cámaras a los nacionalistas o competencias a las autonomías, se entiende. Porque no es que de pronto les haya asaltado una súbita voluntad de defensa de la Constitución de 1978, no, qué va: si de ellos dependiese se la habrían cargado tiempo atrás. De hecho, están en ello vía reforma estatutaria.
Los nacionalistas siempre están dotados de un punto melodramático, de un grado de histrionismo pseudoheroico que los haría entrañablemente patéticos si no fuese por el peligro que representan, sobre todo ahora que sus reivindicaciones van cuesta abajo gracias a haber encontrado en la presidencia del Gobierno de España a un ferviente seguidor del célebre carpe diem: de momento, disfrutemos del poder y mantengámoslo, que después ya se verá. No cabe otra interpretación de la política zapateril: se trata de mantener el poder tanto tiempo como sea posible e intentar que la derecha no pueda volver a él jamás. Que para ello haya que apoyarse en partidos que pretenden literalmente la destrucción de España (no vean dramatismo en esta afirmación; es sencilla y llanamente lo que los partidos separatistas pretenden, y además como pretensión hasta cierto punto legítima), no ha de suponer ningún obstáculo: cuando llegue el momento, desactivada la derecha, ya nos ocuparemos de ellos. El pueblo también me apoyará en ese momento, debe pensar Zapatero, ya que hasta ahora me ha comprado todo tipo de motos averiadas. Es una especie de carrera contrarreloj: ¿qué durará más, el PP ante los embates de la izquierda, o la nación ante los ataques de los nacionalistas? Nuestro presidente debe considerar que, si sucumbe antes el PP, está salvado. Luego intentará traicionar a su vez a los nacionalistas, y entonces se envolverá en la bandera de España para recabar el apoyo de la nación, que por ensalmo dejará de ser un concepto discutido y discutible para convertirse en la garantía del progreso y la libertad. Piruetas más difíciles le hemos visto, y ha caído de pie. Y como comparte con los nacionalistas, como estrategia coyuntural, el objetivo de evitar a toda costa que el PP pueda volver a gobernar in secula seculorum, pues a ello se aplica con denuedo.
Perdonen la divagación: decía que me preocupan mucho más las declaraciones públicas, incluso institucionales, de los representantes políticos, que los incidentes callejeros que en definitiva son una cuestión de orden público. Deberían haber oído el discurso de Montilla el 11 de septiembre. Es probablemente uno de los de mayor tinte nacionalista de los últimos años. Hasta cuatro veces repitió la estrofa de “Cataluña será más fuerte”, amén de profundizar en el autogobierno y, por supuesto, la duda ofende, no mencionar ni una sola vez a España. Añadan el referéndum de Carod en 2014, la propuesta de Maragall de elaborar un plan nacional casualmente a siete años vista (anda, miren: 2007 + 7 = 2014, qué curioso), y comprenderán que unos tipos que son capaces de enredar al mismísimo Dalai Lama son francamente peligrosos. Aunque no quemen fotos y se limiten a reír por lo bajinis cuando sus cachorros juegan con la gasolina, y a pagársela.
Los árboles y el bosque
Los nacionalistas siempre están dotados de un punto melodramático, de un grado de histrionismo pseudoheroico que los haría entrañablemente patéticos si no fuese por el peligro que representan, sobre todo ahora que sus reivindicaciones van cuesta abajo gracias a haber encontrado en la presidencia del Gobierno de España a un ferviente seguidor del célebre carpe diem: de momento, disfrutemos del poder y mantengámoslo, que después ya se verá. No cabe otra interpretación de la política zapateril: se trata de mantener el poder tanto tiempo como sea posible e intentar que la derecha no pueda volver a él jamás. Que para ello haya que apoyarse en partidos que pretenden literalmente la destrucción de España (no vean dramatismo en esta afirmación; es sencilla y llanamente lo que los partidos separatistas pretenden, y además como pretensión hasta cierto punto legítima), no ha de suponer ningún obstáculo: cuando llegue el momento, desactivada la derecha, ya nos ocuparemos de ellos. El pueblo también me apoyará en ese momento, debe pensar Zapatero, ya que hasta ahora me ha comprado todo tipo de motos averiadas. Es una especie de carrera contrarreloj: ¿qué durará más, el PP ante los embates de la izquierda, o la nación ante los ataques de los nacionalistas? Nuestro presidente debe considerar que, si sucumbe antes el PP, está salvado. Luego intentará traicionar a su vez a los nacionalistas, y entonces se envolverá en la bandera de España para recabar el apoyo de la nación, que por ensalmo dejará de ser un concepto discutido y discutible para convertirse en la garantía del progreso y la libertad. Piruetas más difíciles le hemos visto, y ha caído de pie. Y como comparte con los nacionalistas, como estrategia coyuntural, el objetivo de evitar a toda costa que el PP pueda volver a gobernar in secula seculorum, pues a ello se aplica con denuedo.
Perdonen la divagación: decía que me preocupan mucho más las declaraciones públicas, incluso institucionales, de los representantes políticos, que los incidentes callejeros que en definitiva son una cuestión de orden público. Deberían haber oído el discurso de Montilla el 11 de septiembre. Es probablemente uno de los de mayor tinte nacionalista de los últimos años. Hasta cuatro veces repitió la estrofa de “Cataluña será más fuerte”, amén de profundizar en el autogobierno y, por supuesto, la duda ofende, no mencionar ni una sola vez a España. Añadan el referéndum de Carod en 2014, la propuesta de Maragall de elaborar un plan nacional casualmente a siete años vista (anda, miren: 2007 + 7 = 2014, qué curioso), y comprenderán que unos tipos que son capaces de enredar al mismísimo Dalai Lama son francamente peligrosos. Aunque no quemen fotos y se limiten a reír por lo bajinis cuando sus cachorros juegan con la gasolina, y a pagársela.
Los árboles y el bosque
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