¿Quién teme al Rajoy feroz?
Por Antonio Jaumandreu
Realmente dice mucho del magistral uso que de la propaganda hace la izquierda el hecho de que, en buena parte de la sociedad, haya calado la idea de que Rajoy es un peligroso radical fanático de extrema derecha que amenaza la convivencia. Pero por el amor de Dios, mírenle a la cara, escúchenle hablar, moléstense en leer sus discursos (sí, mejor leídos que escuchados) prescindiendo del subsiguiente comentario de texto de José Blanco o de la Vicepresidenta De la Vega (por cierto, jamás en la historia se ha utilizado de forma tan torticera el puesto de portavoz del Gobierno para atacar a la oposición). ¿De verdad creen los tradicionales votantes de izquierda, y sobre todo aquellos que se limitan a argumentar (es un decir) que ellos “jamás podrían votar a la derecha”, que las ideas que Rajoy sostiene son las propias de un radical peligroso?
Desde que Rodríguez Zapatero afirmó, sin aparente crecimiento de su apéndice nasal, que bajar impuestos es de izquierdas (falso de toda falsedad, por cierto: bajar impuestos es reconocer al ciudadano una mayor libertad para administrar sus propios recursos, y el fomento de las libertades individuales no es precisamente uno de los puntos fuertes de la izquierda), desde que el presidente aseveró eso campanudamente (de qué otra manera, si no…), las discrepancias entre los dos grandes partidos, si bien lo analizamos, se centran en unas pocas cuestiones capitales planteadas por el Gobierno, a saber: el recurso al diálogo como método de acabar con el terrorismo; el avance en el autogobierno de las comunidades autónomas; la política internacional; algunas cuestiones sociales como el denominado matrimonio homosexual; y la reforma del sistema educativo, básicamente en dos sentidos: facilitar el pase de curso e incluir la asignatura de educación para la ciudadanía.
Si analizamos la postura del partido de Rajoy en cada una de estas cuestiones, evidentemente podremos discrepar o estar de acuerdo con ella en cada caso, pero será muy difícil calificarla, con un mínimo de vergüenza, de radical y de dañina para la convivencia.
Respecto al diálogo con ETA: Rajoy defiende que a los terroristas se les derrota policial y judicialmente, y que no hay nada que negociar con ellos. ¿Es ésta una postura radical?
Respecto al avance en el autogobierno, Rajoy vaticina que la progresiva centrifugación del Estado acabará teniendo consecuencias nefastas. Se puede estar o no de acuerdo con esa interpretación, pero ¿es un planteamiento radical oponerse a esa línea de vaciamiento de competencias del poder central?
En política internacional, Rajoy vota por seguir la estela de Francia, Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña. ¿Qué tiene eso de radical, acaso no son las naciones de nuestro entorno natural? En cualquier caso, ¿es eso más radical que la aproximación a Venezuela, la suavización del trato a Cuba, la propuesta de Alianza de Civilizaciones a la que se adhieren entusiastas Irán, Turquía, Corea y semejantes?
Las cuestiones sociales, básicamente centradas en el denominado matrimonio homosexual: el partido de Rajoy no se opone a que se arbitren medidas para garantizar a los homosexuales igualdad de derechos y obligaciones en sus uniones; simplemente se opone a que se las denomine matrimonio. ¿Es esta una opinión profundamente radical?
Y la reforma educativa: ¿es extremista sostener que no es positivo facilitar el pase de curso con un puñado de asignaturas suspendidas? ¿Es radical considerar que, tal como está formulada, la asignatura de educación para la ciudadanía se puede convertir en un magnífico instrumento de adoctrinamiento en manos del gobierno de turno, y por eso pedir que sea una asignatura optativa?
A lo mejor resulta que la realidad es más bien que la izquierda está muy poco acostumbrada a debatir civilizadamente, y le resulta mucho más fácil arremeter contra los discrepantes tachándolos de radicales, por mucho que se limiten a oponerse de forma legítima a las medidas de un gobierno que, básicamente, legisla para los suyos.
Así que busquen otro pretexto, o esfuércense en hallar argumentos sólido, porque el del radicalismo de Rajoy, honestamente, no se sostiene. Ni en la forma ni en el fondo.
Desde que Rodríguez Zapatero afirmó, sin aparente crecimiento de su apéndice nasal, que bajar impuestos es de izquierdas (falso de toda falsedad, por cierto: bajar impuestos es reconocer al ciudadano una mayor libertad para administrar sus propios recursos, y el fomento de las libertades individuales no es precisamente uno de los puntos fuertes de la izquierda), desde que el presidente aseveró eso campanudamente (de qué otra manera, si no…), las discrepancias entre los dos grandes partidos, si bien lo analizamos, se centran en unas pocas cuestiones capitales planteadas por el Gobierno, a saber: el recurso al diálogo como método de acabar con el terrorismo; el avance en el autogobierno de las comunidades autónomas; la política internacional; algunas cuestiones sociales como el denominado matrimonio homosexual; y la reforma del sistema educativo, básicamente en dos sentidos: facilitar el pase de curso e incluir la asignatura de educación para la ciudadanía.
Si analizamos la postura del partido de Rajoy en cada una de estas cuestiones, evidentemente podremos discrepar o estar de acuerdo con ella en cada caso, pero será muy difícil calificarla, con un mínimo de vergüenza, de radical y de dañina para la convivencia.
Respecto al diálogo con ETA: Rajoy defiende que a los terroristas se les derrota policial y judicialmente, y que no hay nada que negociar con ellos. ¿Es ésta una postura radical?
Respecto al avance en el autogobierno, Rajoy vaticina que la progresiva centrifugación del Estado acabará teniendo consecuencias nefastas. Se puede estar o no de acuerdo con esa interpretación, pero ¿es un planteamiento radical oponerse a esa línea de vaciamiento de competencias del poder central?
En política internacional, Rajoy vota por seguir la estela de Francia, Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña. ¿Qué tiene eso de radical, acaso no son las naciones de nuestro entorno natural? En cualquier caso, ¿es eso más radical que la aproximación a Venezuela, la suavización del trato a Cuba, la propuesta de Alianza de Civilizaciones a la que se adhieren entusiastas Irán, Turquía, Corea y semejantes?
Las cuestiones sociales, básicamente centradas en el denominado matrimonio homosexual: el partido de Rajoy no se opone a que se arbitren medidas para garantizar a los homosexuales igualdad de derechos y obligaciones en sus uniones; simplemente se opone a que se las denomine matrimonio. ¿Es esta una opinión profundamente radical?
Y la reforma educativa: ¿es extremista sostener que no es positivo facilitar el pase de curso con un puñado de asignaturas suspendidas? ¿Es radical considerar que, tal como está formulada, la asignatura de educación para la ciudadanía se puede convertir en un magnífico instrumento de adoctrinamiento en manos del gobierno de turno, y por eso pedir que sea una asignatura optativa?
A lo mejor resulta que la realidad es más bien que la izquierda está muy poco acostumbrada a debatir civilizadamente, y le resulta mucho más fácil arremeter contra los discrepantes tachándolos de radicales, por mucho que se limiten a oponerse de forma legítima a las medidas de un gobierno que, básicamente, legisla para los suyos.
Así que busquen otro pretexto, o esfuércense en hallar argumentos sólido, porque el del radicalismo de Rajoy, honestamente, no se sostiene. Ni en la forma ni en el fondo.
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