La actualidad de Von Mises
Por Antonio Argandoña - Profesor del IESE
Hoy,casi todos, desde la izquierda más socialista hasta la derecha más conservadora, admitimos que el mercado es y debe ser nuestro sistema de organización económica;que los excesivos impuestos no son progresivos, justos ni eficientes; que la inflación elevada puede destruir la prosperidad tan trabajosamente lograda
Leer a los clásicos del liberalismo siempre es útil porque sabían mucho de cómo se comporta el hombre y cómo se mueve la sociedad
Von Mises fue uno de los fundadores de la Mont Pelerin Society, en 1947, como dique de contención contra las ideas del autoritarismo
Tiene sentido hablar de ideas liberales hoy? Sí, claro. El mundo en que vivimos ha aceptado muchas ideas liberales, quizás sin saberlo. La estabilidad macroeconómica -inflación y déficit público reducidos, niveles moderados de deuda pública, tipos de cambio estables y competitivos-es una propuesta liberal, lo mismo que un Estado limitado, el mercado libre, unos impuestos que no desanimen la libre iniciativa, la libertad de movimientos de personas, mercancías, servicios y capitales, el reconocimiento de la cultura emprendedora y de la innovación,… y la división de poderes, el estado de derecho, la democracia representativa,…
¡Alto ahí!, salta el lector. ¿No pretenderás colarnos que todo eso os lo habéis inventado los liberales? Bueno, quizás algunos de esos inventos los compartimos con otros, pero el conjunto es indudablemente liberal. Basta leer a Adam Smith, Locke, Hume, Montesquieu, Burke, Acton, Hayek, Mises, Friedman o a tantos otros para darse cuenta de que todos ellos perseguían el ideal de un mundo de ciudadanos libres frente al poder, sin que este les robase el fruto de sus esfuerzos; autónomos en sus decisiones; capaces de llevar a cabo iniciativas en todos los frentes, también en los asuntos de interés público, cuyo monopolio reclaman ahora los políticos; responsables, por tanto, de su propia vida y autores de la prosperidad de su comunidad…
Pero, al escribir estas ideas, me doy cuenta de que muchos lectores no me entenderán, porque las ideas liberales ya han triunfado, al menos en este país. Hoy, casi todos, desde la izquierda más socialista hasta la derecha más conservadora, admitimos que el mercado es y debe ser nuestro sistema de organización económica; que los excesivos impuestos no son progresivos, justos ni eficientes; que la inflación elevada puede destruir la prosperidad tan trabajosamente lograda; que las regulaciones ofrecen beneficios extraordinarios a unos cuantos privilegiados, pero reducen el nivel y la calidad de vida de los demás…
Decididamente, las ideas liberales han triunfado. Y el lector tiene derecho a preguntarme: ¿vale la pena insistir en algo ya conocido y aceptado? Pues hagámosle un monumento, como se lo hicimos a Fleming por descubrir la penicilina, y olvidémonos del liberalismo.
Pero esta actitud sería un error. La penicilina ya está ahí, hemos aprendido a fabricarla y, salvo que ocurra una catástrofe científica, no necesitamos prestarle nueva atención. Y, sin embargo, las ideas con las que los hombres nos manejamos no están dadas para siempre: cada generación tiene que volver a pensarlas y a plasmarlas en sus instituciones y en sus vidas. El pensamiento liberal es una buena manera de entender al hombre y su comportamiento, y no vamos sobrados de ideas sobre lo que somos y lo que hacemos.
Porque el modelo liberal de hombre es muy realista: un ser que se equivoca, pero que aprende y, por tanto, capaz de mejorar; que necesita de los demás, que es social y solidario; que es responsable de sus acciones y de las consecuencias de sus acciones sobre los demás; que se mueve por una amplia gama de motivaciones, lo que lo aleja de la imagen del ordenador ya programado que algunos nos venden hoy; que tiene una información limitada sobre sí mismo y sobre su entorno,…
Y, claro, todo esto se aplica no sólo al ciudadano de a pie, sino también al gobernante y al político, al científico y al periodista, que también cometen errores. La sociedad no es perfecta y puede mejorarse, pero hay muchos motivos para pensar que, a pesar de las buenas intenciones, el recurso a las regulaciones y al poder puede acabar reduciendo la prosperidad y la equidad, la libertad y la iniciativa. Por eso von Mises rechazó la planificación, Hayek se opuso a la ingeniería económica y social, Friedman se negó a permitir que el gobierno manipulase la educación, y Montesquieu levantó barreras entre gobierno, parlamento y jueces -y así nos va cuando esas barreras se resquebrajan.
Leer a los clásicos del liberalismo siempre es útil. No tienen la respuesta a nuestros problemas, porque no vivieron en nuestra sociedad; pero sabían mucho de cómo se comporta el hombre y cómo se mueve la sociedad, y eso es lo que necesitamos para resolver nuestros problemas. Algunos de los temas sobre los que escribieron no son los que nos preocupan ahora, pero sus ideas sobre la acción humana y el funcionamiento de los mercados, qué es dirigir una empresa o cuál es la función de la propiedad siguen siendo útiles, más útiles, probablemente, que las de buena parte de la economía convencional. Y leer lo que von Mises escribió sobre el poder nos ayudará a entender cuánto bien y cuánto mal puede hacer el que controla ese poder.
Aún hay otra razón más para el liberalismo hoy. Porque hemos aprendido mucho, y sabemos las respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos. Pero sospecho que las preguntas están equivocadas. Entren, por ejemplo, en Googel y busquen qué es la empresa y en qué consiste la función de dirigir: encontrarán miles de artículos. Está todo dicho. Pero sospecho que las preguntas están mal planteadas. El día en que nos decidamos a hacer las preguntas correctas, tendremos que volver a empezar. Y, sin duda, entonces necesitaremos volver a leer a nuestros clásicos liberales.
Antes de acabar, dos aclaraciones. Una: ¿quién era Ludwig von Mises? Un economista austríaco, nacido en 1881, que desarrolló teorías muy novedosas que no encontraron aceptación entre los socialistas, los neoclásicos ni los keynesianos. Tuvo que huir a Estados Unidos, donde al principio tampoco le entendieron ni le prestaron ayuda. Fue uno de los fundadores de la Mont Pelerin Society, en 1947, como dique de contención contra las ideas del autoritarismo y de la planificación a ultranza. Y murió en 1973.
Otra: ¿por qué hablo ahora de von Mises? Algunos jóvenes inquietos me preguntaron hace unos días si las ideas de este economista liberal tenían aún vigencia, a raíz de la presentación en Barcelona, el pasado 12 de marzo, del Instituto von Mises, un espacio para el análisis y la reflexión sobre los problemas económicos, sociales, políticos, culturales y morales de nuestra sociedad, y sobre la justicia y el compromiso, abierto al diálogo y sin significación partidista. El equipo fundador, que lleva ya muchos meses trabajando, decidió tomar el nombre de von Mises, porque fue un pensador original, comprometido y tenaz, que tuvo muchas razones para acabar dejándose llevar por la corriente de las ideas en boga, pero que supo resistir la tentación. Y es, por tanto, un buen ejemplo para los que nos seguimos llamando liberales, en una época en que serlo ya no está de moda, pero en que, creo, nuestra presencia sigue siendo necesaria.
Doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Es profesor titular de Economía y Ética del IESE y catedrático en excedencia de Fundamentos del Análisis Económico
Leer a los clásicos del liberalismo siempre es útil porque sabían mucho de cómo se comporta el hombre y cómo se mueve la sociedad
Von Mises fue uno de los fundadores de la Mont Pelerin Society, en 1947, como dique de contención contra las ideas del autoritarismo
Tiene sentido hablar de ideas liberales hoy? Sí, claro. El mundo en que vivimos ha aceptado muchas ideas liberales, quizás sin saberlo. La estabilidad macroeconómica -inflación y déficit público reducidos, niveles moderados de deuda pública, tipos de cambio estables y competitivos-es una propuesta liberal, lo mismo que un Estado limitado, el mercado libre, unos impuestos que no desanimen la libre iniciativa, la libertad de movimientos de personas, mercancías, servicios y capitales, el reconocimiento de la cultura emprendedora y de la innovación,… y la división de poderes, el estado de derecho, la democracia representativa,…
¡Alto ahí!, salta el lector. ¿No pretenderás colarnos que todo eso os lo habéis inventado los liberales? Bueno, quizás algunos de esos inventos los compartimos con otros, pero el conjunto es indudablemente liberal. Basta leer a Adam Smith, Locke, Hume, Montesquieu, Burke, Acton, Hayek, Mises, Friedman o a tantos otros para darse cuenta de que todos ellos perseguían el ideal de un mundo de ciudadanos libres frente al poder, sin que este les robase el fruto de sus esfuerzos; autónomos en sus decisiones; capaces de llevar a cabo iniciativas en todos los frentes, también en los asuntos de interés público, cuyo monopolio reclaman ahora los políticos; responsables, por tanto, de su propia vida y autores de la prosperidad de su comunidad…
Pero, al escribir estas ideas, me doy cuenta de que muchos lectores no me entenderán, porque las ideas liberales ya han triunfado, al menos en este país. Hoy, casi todos, desde la izquierda más socialista hasta la derecha más conservadora, admitimos que el mercado es y debe ser nuestro sistema de organización económica; que los excesivos impuestos no son progresivos, justos ni eficientes; que la inflación elevada puede destruir la prosperidad tan trabajosamente lograda; que las regulaciones ofrecen beneficios extraordinarios a unos cuantos privilegiados, pero reducen el nivel y la calidad de vida de los demás…
Decididamente, las ideas liberales han triunfado. Y el lector tiene derecho a preguntarme: ¿vale la pena insistir en algo ya conocido y aceptado? Pues hagámosle un monumento, como se lo hicimos a Fleming por descubrir la penicilina, y olvidémonos del liberalismo.
Pero esta actitud sería un error. La penicilina ya está ahí, hemos aprendido a fabricarla y, salvo que ocurra una catástrofe científica, no necesitamos prestarle nueva atención. Y, sin embargo, las ideas con las que los hombres nos manejamos no están dadas para siempre: cada generación tiene que volver a pensarlas y a plasmarlas en sus instituciones y en sus vidas. El pensamiento liberal es una buena manera de entender al hombre y su comportamiento, y no vamos sobrados de ideas sobre lo que somos y lo que hacemos.
Porque el modelo liberal de hombre es muy realista: un ser que se equivoca, pero que aprende y, por tanto, capaz de mejorar; que necesita de los demás, que es social y solidario; que es responsable de sus acciones y de las consecuencias de sus acciones sobre los demás; que se mueve por una amplia gama de motivaciones, lo que lo aleja de la imagen del ordenador ya programado que algunos nos venden hoy; que tiene una información limitada sobre sí mismo y sobre su entorno,…
Y, claro, todo esto se aplica no sólo al ciudadano de a pie, sino también al gobernante y al político, al científico y al periodista, que también cometen errores. La sociedad no es perfecta y puede mejorarse, pero hay muchos motivos para pensar que, a pesar de las buenas intenciones, el recurso a las regulaciones y al poder puede acabar reduciendo la prosperidad y la equidad, la libertad y la iniciativa. Por eso von Mises rechazó la planificación, Hayek se opuso a la ingeniería económica y social, Friedman se negó a permitir que el gobierno manipulase la educación, y Montesquieu levantó barreras entre gobierno, parlamento y jueces -y así nos va cuando esas barreras se resquebrajan.
Leer a los clásicos del liberalismo siempre es útil. No tienen la respuesta a nuestros problemas, porque no vivieron en nuestra sociedad; pero sabían mucho de cómo se comporta el hombre y cómo se mueve la sociedad, y eso es lo que necesitamos para resolver nuestros problemas. Algunos de los temas sobre los que escribieron no son los que nos preocupan ahora, pero sus ideas sobre la acción humana y el funcionamiento de los mercados, qué es dirigir una empresa o cuál es la función de la propiedad siguen siendo útiles, más útiles, probablemente, que las de buena parte de la economía convencional. Y leer lo que von Mises escribió sobre el poder nos ayudará a entender cuánto bien y cuánto mal puede hacer el que controla ese poder.
Aún hay otra razón más para el liberalismo hoy. Porque hemos aprendido mucho, y sabemos las respuestas a muchas de las preguntas que nos hacemos. Pero sospecho que las preguntas están equivocadas. Entren, por ejemplo, en Googel y busquen qué es la empresa y en qué consiste la función de dirigir: encontrarán miles de artículos. Está todo dicho. Pero sospecho que las preguntas están mal planteadas. El día en que nos decidamos a hacer las preguntas correctas, tendremos que volver a empezar. Y, sin duda, entonces necesitaremos volver a leer a nuestros clásicos liberales.
Antes de acabar, dos aclaraciones. Una: ¿quién era Ludwig von Mises? Un economista austríaco, nacido en 1881, que desarrolló teorías muy novedosas que no encontraron aceptación entre los socialistas, los neoclásicos ni los keynesianos. Tuvo que huir a Estados Unidos, donde al principio tampoco le entendieron ni le prestaron ayuda. Fue uno de los fundadores de la Mont Pelerin Society, en 1947, como dique de contención contra las ideas del autoritarismo y de la planificación a ultranza. Y murió en 1973.
Otra: ¿por qué hablo ahora de von Mises? Algunos jóvenes inquietos me preguntaron hace unos días si las ideas de este economista liberal tenían aún vigencia, a raíz de la presentación en Barcelona, el pasado 12 de marzo, del Instituto von Mises, un espacio para el análisis y la reflexión sobre los problemas económicos, sociales, políticos, culturales y morales de nuestra sociedad, y sobre la justicia y el compromiso, abierto al diálogo y sin significación partidista. El equipo fundador, que lleva ya muchos meses trabajando, decidió tomar el nombre de von Mises, porque fue un pensador original, comprometido y tenaz, que tuvo muchas razones para acabar dejándose llevar por la corriente de las ideas en boga, pero que supo resistir la tentación. Y es, por tanto, un buen ejemplo para los que nos seguimos llamando liberales, en una época en que serlo ya no está de moda, pero en que, creo, nuestra presencia sigue siendo necesaria.
Doctor en Ciencias Económicas por la Universitat de Barcelona. Es profesor titular de Economía y Ética del IESE y catedrático en excedencia de Fundamentos del Análisis Económico
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