domingo, enero 14, 2007

Una lucha desigual

El mapa político en España hace que la lucha no sea semejante a la que se desarrolla en los demás países europeos. Aquí nos encontramos con tres “equipos”. La izquierda, la derecha y el nacionalismo. Esta peculiaridad hace que ganar unas elecciones sea misión casi imposible para la derecha si se empeña, como ha de ser, en mantener una mínima idea de España como nación y como estado.

Al nacionalismo tanto le da, absolutamente, quien gobierne en España. Su único objetivo es que el gobierno sea lo suficientemente débil como para que les tenga que comprar puntualmente su apoyo parlamentario, siempre mediante pago a tocateja en forma de transferencia de competencias, cesión de recursos o vista gorda ante cualquier tipo de abuso. La mayoría relativa es por tanto el escenario ideal de los nacionalistas. Cuando derecha e izquierda (entendida ésta como la suma de socialistas y comunistas, que siempre alcanzarán acuerdos salvo que aparezca algún personaje tan inusual como Anguita) están en minoría, los nacionalistas simplemente se venden al mejor postor. Ni siquiera me parece criticable: su lealtad es para lo que ellos consideran su país, y todo lo demás es puro instrumentalismo. No hay que llamarse a engaño: los nacionalistas no están por la labor de que España mejore, sino todo lo contrario. Insisto, no es motivo de crítica. En todo caso lo será que mientan y engañen al no reconocerlo abiertamente y que alardeen además hipócritamente de que contribuyen a la gobernabilidad del Estado. Efectivamente: contribuyen siempre que pueden a la gobernabilidad inestable y condicionada. Nada les aterra más que una mayoría absoluta.

En ese terreno, la derecha se ve limitada por una tendencia muy honorable a gobernar respetando unos mínimos principios irrenunciables, cuestión que la izquierda, por unos orígenes revolucionarios a los que nunca ha renunciado más que con la boca pequeña, tiene superadísima. La izquierda aspira a transformar la sociedad, y por tanto a adueñarse de ella, mientras que la derecha aspira a administrarla. Por tanto, ya tenemos de partida incluso una muy importante diferencia de motivación. Pero es que además la derecha sabe que no puede ceder en ciertas cuestiones frente a los nacionalistas, con lo cual éstos concluyen de inmediato que, ante dos minorías necesitadas de su apoyo, se lo darán a aquella que sí está dispuesta a ceder. Esa es la norma general, y no deberíamos caer en el error de pensar que sea una política pendular por el hecho de que en una ocasión apoyaron al PP: cuando la primera e insuficiente victoria del PP, Pujol no podía hacer otra cosa que apoyarle. Los escándalos de corrupción habían alcanzado tal envergadura que nadie hubiera comprendido lo contrario, ni siquiera en la anestesiada Cataluña. Sin olvidar, claro, el humanísimo detalle de que intentaron meter al propio Pujol en la cárcel. Y el PNV lo mismo: ¿cómo iba a apoyar a quienes hasta poco antes habían estado matando a los gudaris al otro lado de la frontera? En aquel momento no había más alternativa que Aznar, pero es porque se produjo una conjunción astral de las que sólo se dan cada varias generaciones.

En situaciones de normalidad, por lo tanto (es decir, sin una corrupción galopante ni crímenes de Estado), la derecha juega una partida absolutamente desigual, porque los otros dos equipos tienden a atacar juntos a la misma portería y defenderse asimismo al unísono. No basta con ganar: sólo vale la mayoría absoluta… salvo que se busque o produzca otra conjunción astral de otro tipo, como podría ser que el nacionalismo necesitase inexcusablemente el voto del PP en la comunidad autónoma de que se trate. Es lo que pretendía Piqué, con muy mala fortuna, en las últimas elecciones catalanas: que la aritmética electoral hiciese cuadrar los resultados de tan diabólico modo que CiU sólo pudiese gobernar con el concurso del PP catalán. Claro que, además de esto, hubiese sido necesario que ese estado de necesidad de los convergentes se hubiese gestionado mucho mejor de lo que se hizo en tiempos de Pujol. Entonces se brindó un apoyo parlamentario constante y leal, sin pedir cargos ni consejerías, y aguantando cada día la frasecita de que “colaboramos con el PP con la nariz tapada”. Esa filosofía, repetida hasta la saciedad, acabó laminando a los populares catalanes, aunque curiosamente se ha acabado volviendo en contra de los propios convergentes, que ahora, si llega el caso, no sabrán cómo convencer a sus bases de que los peperos no eran tan malos y que tal vez, con notarios y todo, los vuelvan a necesitar.

Si el PP, por tanto, necesita ganar por mayoría absoluta, tendrá que perfilar y afinar mucho su mensaje. Pero eso ya es tema de otro artículo.

3 comentarios:

vayeciyos dijo...

Jo... me encanta, estoy leyendo tu blog y me engancha cada vez más. Es muy bueno, muy bien escrito, y sobre todo, por encima de todo, escelente contenido. No pretendo alagarte, ni nada de eso, simplemente, no hago más que encontrarme con blogs que repiten como loros loq ue los medios de comunicación les inculcan, y me he animado mucho al ver ue alguien piensa con la cabeza bien situada. Voy a aprender mucho de ti leyendo tus entradas, sigue así, aquí tienes un lector incondicional. Seamos liberales, por dignidad.

Saludos!!

vayeciyos dijo...

Bueno, perdón, acabo de darme cuenta de que sois muchos los que escribiis en él, mejor aún. Felicidades a todos, antes me refería a Bastían, al cual me había encontrado por ahí "luchando" en un blog titulado: "3a republica"

Daniel Terrasa dijo...

Excelente post, se explica perfectamente la realidad política española. Es cierto eso de que son 2 contra 1, una lucha desigual, pero al final, quiero pensar así, los principios prevalecen sobre las poses, pero hay que saber cuáles son.