lunes, diciembre 11, 2006

Tres preguntas

Pienso que el problema de la negociación con ETA se traduce en tres cuestiones primordiales, aunque cada una de ellas se bifurca luego en otros interrogantes:

¿Se puede vencer a ETA policial y judicialmente?
¿Tiene ETA alguna parte de razón en sus reivindicaciones?
¿Estamos dispuestos a convivir con un cierto grado de violencia terrorista a cambio de no perder determinados valores?

La primera pregunta admite dos respuestas diferentes y contrarias según la limitemos a la propia ETA o la ampliemos al denominado “problema vasco”. Desde mi punto de vista sí se puede vencer a ETA policial y judicialmente, y de hecho los gobiernos anteriores al actual lo estaban consiguiendo, a base de trabajar esos dos frentes más el financiero y el diplomático. Cuestión distinta es pretender que la derrota digamos “militar” de ETA resuelve por sí misma el conflicto vasco. Ahí la respuesta es no, pero abre a su vez otro interrogante interesante: ¿qué quedaría del conflicto vasco sin ETA? O dicho de manera más cruda: ¿qué sería del nacionalismo vasco sin nadie que sacudiese el árbol de las nueces? O aún más claro: ¿podría ser la derrota de ETA el principio del fin del problema vasco, aunque su conclusión se demorase aún unos lustros; podría ser el punto de inflexión?

Lo cual a su vez plantea cuestiones de más enjundia, que básicamente se traducen en una esencial: ¿interesa acabar con ETA por la vía estrictamente represiva? Puede parecer una pregunta escandalosa, y de hecho hace un tiempo lo era si se refería a los dos partidos de ámbito nacional. No lo era, en cambio, si la planteábamos en el ámbito de los partidos nacionalistas vascos: es evidente, aunque suene muy duro, que ni al PNV ni a EA les conviene una derrota exclusivamente policial de los terroristas. Digamos que “el conflicto”, basado en un supuestamente amplísimo sentir social en pro de la soberanía, quedaría muy devaluado si su manifestación más visible, la que en definitiva demuestra de manera diáfana la verdadera e intolerable existencia de ese “conflicto”, pudiese ser zanjada mediante unas docenas de detenciones y condenas.

El problema surge cuando, en la actualidad, uno de los dos grandes partidos nacionales parece haber perdido el interés por una derrota policial de ETA. No estoy afirmando que el PSOE esté a favor de los terroristas, por supuesto. Pero sí que todo parece indicar que sus prioridades han cambiado, tal vez precisamente por su convicción de que la banda ha perdido buena parte de su peligrosidad como factor desestabilizador de la democracia y el Estado. Quizá se le ha encontrado otra utilidad, en el mejor estilo de las operaciones de inteligencia. En el último Bond, el servicio secreto decide que el peligroso broker de los fondos de los terroristas de medio mundo no ha de ser eliminado, sino que se le ha de colocar en una situación tan desesperada que acuda a los propios servicios secretos en busca de ayuda a cambio de las informaciones que posee. El PSOE piensa que puede obtener del terrorismo y de todo su entorno (y a ese término que cada uno le dé el contenido que considere oportuno) un rendimiento político, consistente en la perpetuación en el poder a cambio de ahorrarle una derrota humillante. El interés, estando como está relativamente desactivada la banda como potente maquinaria terrorista, ha pasado a girar en torno a la posibilidad de utilizarla (insisto, a ella y a todo su entorno) como instrumento para expulsar al PP de la alternancia en el poder, interés que por supuesto la propia banda comparte, por la cuenta que le trae.

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