Más Constitución
Que a los nacionalistas les altere tanto la fiesta de la Constitución es realmente paradójico, pero a la postre tan solo es demostrativo de la esquizofrenia a que nos ha llevado un sistema nacido de la mala conciencia de una nación, la española, que incomprensiblemente ha llegado a creerse opresora de las llamadas comunidades históricas. En Barcelona, y esto es sólo un ejemplo puramente anecdótico, hoy los autobuses lucen banderolas. ¿Cuáles? La de Cataluña y la de Barcelona. Parece el día adecuado, probablemente el único del año, para que se desempolven de los almacenes municipales las banderitas rojigualdas. Pues no, ni siquiera hoy. O sea, celebremos pero sin que lo parezca, conmemoremos sin que se note. Que no nos puedan decir que no celebramos, pero que no nos puedan reprochar, horror, ser españolistas.
Hablaba de paradoja, y así es, puesto que la Constitución es precisamente la que legitima la existencia de todos estos poderes autonómicos y pseudonacionales y paraestatales, la existencia presupuestaria (la única realmente importante) de esta pléyade de “nacioncillas rabiosas”, en feliz expresión de Vidal Quadras. Pero el desempeño de su papel como doncellas ofendidas hace que precisamente esperen alborozados esa fecha para poder propinar una ofensa gratuita pero vistosa a “Madrid”, madre de todos sus males y padre de todas sus opresiones. Qué sería de un nacionalista sin su desplante anual del día de la Constitución… Me consta que en las semanas inmediatamente anteriores esperan impacientes el correo para ver si llega la invitación, ¡para poderla rechazar!
Y es que claro, los nacionalistas llamados históricos no quieren que ni por un momento pueda parecer que su legitimidad emana de ese texto legal. Ya se sabe que lo suyo es ancestral, anterior a la Constitución y probablemente a las propias Tablas de la Ley, a poco que indagásemos. Esta Constitución no es más que un escollo que se interpone en el camino que les ha de llevar nuevamente a la plenitud nacional. Eso sí: es el texto legal que les ha facilitado el acceso a sus puestos actuales, bien confortables y remunerados. Pero ya sabemos que si perciben puntualmente su sueldo, bastante superior al del presidente del gobierno de España, es por imperativo legal, tapándose la nariz.
Nuestra Constitución es manifiestamente mejorable, y no precisamente en el sentido que pretenden los nacionalismos ni la progresía más delirante, sino justamente en el contrario. Pero es lo que tenemos, es la última salvaguarda que nos queda a quienes creemos en la idea de España y, aunque en ocasiones la maldigamos por su imprevisión y su flexibilidad rayana en el contorsionismo, deberíamos aprender a buscarle los entresijos para frenar la hemorragia de competencias y facultades que el Estado está padeciendo. Ajustando válvulas, cambiando juntas, sellando fugas y reduciendo la presión puede durarnos unos cuantos años más. Y para muchos que vivimos en esas nacioncillas rabiosas, es la salvaguarda de nuestra libertad. La Constitución es la garantía de nuestros derechos como ciudadanos españoles. Y es que en ciertos lugares del país, más libertad se traduce como más Constitución. En suma, como más España.
Germont
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