martes, mayo 02, 2006

El filósofo y el jardinero colérico


"Hoy, como antaño, el enemigo del hombre está dentro de él. Pero ya no es el mismo: antaño era la ignorancia, hoy es la mentira."(Jean-François Revel, El conocimiento inútil)

29 de abril de 2006, Jean-François Ricard, luego Ferral, luego Revel, Chez Revel, amante de la gastronomía y del buen vino, hay quien defiende que en difícil dialéctica con cualquier tipo de vino, va camino de las verdes praderas en las que no creía. Ojala su hijo Matthieu Ricard, monje budista, tenga finalmente razón manteniéndose en su complicada fe tibetana y el viejo filósofo goce de una buena reencarnación la próxima vez. Aquí le echaremos en falta, quedan ya muy pocos como él, un liberal que dignificaba cada día el concepto, desentrañando el engaño, evidenciando la mentira, cuestionando los trajes nuevos del emperador que a cada poco nos presenta con renovado éxito de crítica y público la izquierda irredenta. Mucho les dio que hacer el viejo profesor a los enemigos de la libertad y las sociedades abiertas, primero combatió contra estalinistas y maoístas, luego, tras la caída del muro, contra la irracional persistencia de la izquierda, empeñada en justificar cualquier cosa que se mostrase sólo tangencialmente antioccidental, ya fuese el castrismo, el tercermundismo, el integrismo islámico o los turbios movimientos antisistema. Una actitud valiente rara de ver en un intelectual. Los que así se consideran suelen andar por la vida como pisando huevos y espetando por la boca lo que se espera oír de ellos o lo que ellos creen que el procomún desea escuchar, si no hay ni un ápice de verdad en lo que afirman, da igual, “el arte de “pensar socialista" no consiente que la realidad le fastidie una buena teoría, una buena soflama”, decía Revel, y tenía razón. Tal vez resulte cómodo vivir anclado en la tautología de los lugares comunes, en el hablar de oídas, el hecho es que hay que subsistir trabajando lo menos posible, séase intelectual dispensador de doctrina, liberado sindical, ¿alguien sabe, pasado el día del trabajo, qué demonios hacen cada mañana estos prohombres de la lucha social?, concejal o portavoz de la asociación de diuréticos celulares. Todo con tal de no madrugar.

Revel daba mal en los retratos, es la miseria general de los liberales, ya le pasaba a Raymond Arom, también a Tocqueville, nunca supieron ser encantadores de serpientes ni regaladores de oídos, la realidad resulta a veces poco agradable, sobre todo al indolente. Pero Revel era pertinente, nos recordaba en cada ocasión de donde venimos y como hemos llegado hasta aquí, lo que ha costado acceder a la razón y las luces y el dispendio que supone abandonarse a la tiranía de las religiones laicas. Si occidente descubrió el individuo y toda su admirable potencialidad, hoy impera la imposición de lo colectivo, el agobiante poder totalizador de la maquinaria socialista, empeñada en redimirnos no se sabe de qué esta vez. ¿Será por ventura que una vez uniformado el pensamiento de los súbditos las cúpulas rectoras podrán por fin tumbarse a descansar plácidamente en sus bien provistas villas? Sólo así se explica el momento en que nos hallamos, hoy me han venido al magín, como de rondón, dos imágenes que al bueno de Jean François le hubieran proporcionado buen pasto del que hablar.

La primera, contemplar una vez más que los mejores de nosotros, decía Antonio Gala, no están precisamente en la política. ¿Cuántas veces hemos escuchado a Alfonso Guerra, a Bono, a Ibarra, clamar contra los nacionalismos por totalizadores, privilegiados y excluyentes? Pues bien, a nada que ven que llevan las de perder pliegan velas, echan el cierre a la embocadura y miran para otra parte. Pesa más el cargo, la poltrona y el salario bruneiano que la dignidad ideológica. No valla a ser que el amo Zapatero les de la patada, ¿en qué van a trabajar a estas alturas? ¿De dónde les vendrían entonces las plusvalías? Contemplar a Alfonso Guerra, con “memorias”, en fin, recién publicadas, presidiendo él mismo la comisión de un Estatut que detesta debiera ser suficiente para volverse nihilista y no votar nunca más, en el convencimiento de que, al final, de lo único que cuidan estos tipos es de sus bien saneadas haciendas. Y esto es ya peligroso, porque los socialistas para gobernar precisan el concurso de un nacionalismo más impertinente, más abusivo, más crecido a cada día que pasa. Una forma terrible de aunar el pensamiento único con la mentira étnica y sentimental. Hecho tan desgraciado como evidente que entronca con la segunda de las imágenes.

Ayer al mediodía un simpático locutor de la Televisión de Galicia presentaba como una anécdota chusca el monumental cabreo de un diputado del BNG con el mensaje grabado de un surtidor de gasolinera. Luego, aún sonriente, dio paso a las imágenes de aquel sujeto encaramado al atril de oradores del parlamento gallego. Su actitud me pareció idéntica a la de los diplomáticos fascistas que abuchearon salvajemente a Haile Selassie, el Negus etíope, en la Sociedad de Naciones. Terno carísimo, negro agrisado, mirada dura y mano amenazante en alto. A gritos, aquel desabrido individuo que en la vida civil sólo había alcanzado a ser bachiller o jardinero, no recuerdo en qué categoría de neopolíticos y allegados se encuentra, exponía a la cámara su agravio. Al parecer aquella grabación que le decía, poco más o menos, “Ha elegido gasoleo A” y, al terminar, “gracias por su visita, esperamos verle de nuevo”, se había atrevido a dirigirse a su señoría en “español pijo”, sí en ese idioma franco que hablamos millones de personas y es oficial, a fuer del más común, en lo que todavía es España. Aquel ilustrado individuo no podía entender como en “su” nación gallega, se le hablaba en un idioma distinto al de su lengua nacional, asegurando que “xamais” volvería a poner gasóleo en semejante nido de fascistas, pijos además. Ni por un momento se le ocurrió pensar que, tal vez, por aquella autopista y gracias a las campañas de turismo de su propio gobierno autonómico, pasaba muchísima gente que se apañaba mejor con el español que con el gallego, entendiendo perfectamente, por el contrario, todos los gallegos el idioma oficial de su propio país, o sea, España a día de hoy. Puede parecer, como semejaba parecerle al alegre locutor de la TVG, una simple anécdota, pero no lo es, estamos ante una actitud que preocupa, que amenaza, que señala el camino de la dominación. El nacionalismo toma ahora el relevo totalitario, quiere uniformar nuestras vidas hasta el punto de decirnos en qué idioma debemos hablar, en qué idioma deben aprender nuestros hijos, en qué idioma se nos ha de dirigir la administración y tras esto, que ya ha tomado cuerpo de ley, vendrá en qué nación debemos vivir, a quien debemos leer y en fin, lo que podemos y lo que no podemos pensar y ser. Por eso Jean François, el antiguo profe de instituto que murió un 29 de abril cuando el que suscribe celebraba más bien discretamente su cumpleaños, era tan necesario, porque se atrevía a decir lo que observaba en cada ocasión, sin ambages, sin miedo, usando de su libertad con el coraje y la dignidad que a muchos les falta.



Juan Granados

1 comentario:

Anónimo dijo...

vaya pedantada estúpida,y con cierto tupo fachita, la verdad