La moral del linchador
Rodríguez sabe pulsar los instintos humanos, desde los sublimes cuando se llena la boca de paz, solidaridaz, libertaz e igualdaz, hasta los más primarios cuando chilla histérico contra el PP, como hoy ha hecho, atribuyendo a su antecesor la responsabilidad de que hoy los nacionalistas anden desbocados. Si os fijáis, es la misma lógica pérfida y miserable que acaba justificando los terrorismos de distinto signo: Aznar no dialogó, les limitó sus ambiciones, les cerró la puerta a sus avances,... y ahora pasa lo que pasa. Más o menos igual que cuando algunos se refieren a los atentados del 11-S, 11-M o 7-J, o a los de ETA (no tenemos más remedio que mataros porque no queréis hablar).
Y en la línea de lo que apuntaba otro miembro del foro, la inmensa caterva de gentuza que constituye el grueso de nuestra población (y de la de muchos países), que tan poco motiva para emprender grandes gestas patrióticas, jalea babeante cuando se apalea al caído. Son los mismos que por sí solos serían incapaces de enfrentarse a nadie, por pura cobardía, pero que en medio del tumulto se aprestan a patear a traición y en el anonimato a quien no se defiende. Es la moral del linchador la que impera en nuestro país, y el flautista de León (copyright Airam) sabe qué notas tocar para despertar sus impulsos más bajos. Es el público incondicional de Crónicas Marcianas, de Aquí hay tomate, es el ciudadano aparentemente probo que en el fútbol se convierte en energúmeno que mataría al árbitro o al rival si tuviese su impunidad garantizada.
Rodríguez sabe, como si de un hábil y maligno acupuntor se tratase, tocar las terminaciones nerviosas que despiertan estos impulsos. Como sabrá hacerlo hoy en el Senado, ofreciendo a todos los presidentes de autonomía un retoque a sus edificios de cartón piedra. ¿A quién no le gusta que le digan "cambiaremos esto y lo de más allá, tenemos grandes proyectos", frente a la postura prudente de "ya que esto funciona, no lo toquemos"? ¡Inmovilismo, conservadurismo, estancamiento! El cambio por el cambio es lo que se lleva, el movimiento perpetuo y sin sentido, el progreso sin rumbo ni objetivo, pero eso sí, moviéndose mucho porque la gente, cuando se para, piensa. Y eso no es bueno para el flautista.
Germont
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