jueves, noviembre 08, 2007

Marianico


Por Antonio Jaumandreu

Dos marianos tenemos en activo en la política nacional. Los dos con barba entrecana y gafas. Uno líder de la oposición y el otro ministro de Justicia. Ahí acaban las similitudes. El señor Rajoy suele ser respetuoso, irónico y prudente, tímido y en ocasiones inseguro, con escaso afán de protagonismo y expresión a menudo embobada. Creo que lo más duro que nunca ha salido de su boca fue aquello del “bobo solemne” referido al Señor Z. El señor Fernández Bermejo, por el contrario, es bravucón, zafio, se gusta un montón y tiene una preocupante tendencia al sectarismo y sobre todo a olvidar que es el ministro de Justicia del gobierno de España, y que semejante cargo, que lleva aparejado el muy rimbombante de Notario Mayor del Reino, exige un comportamiento digamos institucional. Vamos, que es el ministro de Justicia de todos los españoles, y no sólo el de los bravucones y zafios.

Ayer, sin ir más lejos, se marcó unos sarcasmos, en su estilo tabernario habitual, contra José María Aznar fingiendo no saber de quién le hablaban. Es fácil imaginarle acodado en la barra del bar. No un bar cualquiera, no: uno de esos con calendario de mujer recauchutada colgado encima de la plancha, fosilizada ensaladilla rusa en la vitrina, máquinas tragaperras atronando con la melodía de los pajaritos y el suelo junto a la barra lleno de servilletas de papel arrugadas, colillas y huesos de aceituna. Uno de aquellos locales cuyo olor queda impregnado en la ropa durante días. Ahí está nuestro Mariano, con el palillo en la comisura de los labios y la cerveza en la mano, deleitando a la parroquia con sus ocurrencias. “¿Aznar? ¿Y ése quién es?”.

Marianico, que no sé si es corto o muy largo, es el hombre que receta aceite de ricino para la oposición, el que luchó contra nuestros padres (y contra el suyo propio, a lo que cuentan las crónicas) para volver a hacerlo contra los hijos. El comisionado por el Señor Z para domeñar la justicia, último reducto de resistencia a la revolución sonriente. Sin duda, querrá forjarla a su imagen y semejanza. Vayámonos acostumbrando a que la imagen de la Justicia deje de ser la doncella de ojos vendados y balanza y espada en ristre, para adoptar las formas de la chica recauchutada del calendario. Pronto las sentencias nos llegarán con lamparones de aceite, dictadas y redactadas en la mismísima barra: “Marianico, aparta el bocata de sardinas, que lo estás poniendo todo perdido...”.



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