Habemus sentencia
Por Antonio Jaumandreu
Pues sí, ya la tenemos aquí. 600 folios de sentencia, pero que en la práctica se reducen a bastantes menos si pasamos por alto la relación de víctimas, los antecedentes que sitúan a cada uno de los acusados y la pormenorizada relación de cargos imputados a cada uno. Vamos, que si nos limitamos a los hechos probados y fundamentos de derecho la cosa resulta relativamente manejable.
Después de leerla de forma somera he navegado un rato por el blog de Luís del Pino y he pulsado los sentimientos de los peones negros que ahí se expresan. Y por supuesto he padecido la infame reacción de José Blanco. Sí, lo sé: infamia y José Blanco son sinónimos, pero siempre consigue sorprenderme cómo con empeño consigue hundirse más y más en el tenebroso mundo de la miseria moral, de la indignidad absoluta, del rencor infinito. José Blanco es un desecho humano. Está bien, lo retiro: retiro lo de humano. Hoy ha estado bien en cambio Zaplana, que no suele ser santo de mi devoción. De entrada, parece que alguien ha tenido el buen sentido de mandar a Acebes de puente a algún balneario remoto, impidiéndole así que apareciese para concentrar el fuego enemigo. Pero Zaplana ha usado un argumento sencillo que no sé hasta qué punto había utilizado el PP hasta ahora, y que es mejor que cien mil circunloquios: mientras ustedes sitiaban nuestras sedes y acosaban a nuestros militantes y representantes (él no ha sido tan claro al expresarlo), nosotros deteníamos a los culpables. Sí señor. He ahí una verdad incontestable, incluso para el Desecho.
Los peones negros andan desolados, y entre ellos pueden distinguirse personas juiciosas que sienten que han padecido una derrota en sus esperanzas y lo dan todo por perdido; seres animosos que arengan a seguir adelante hacia no se sabe muy bien dónde; y también auténticos paranoicos que de una tacada han incluido a los tres magistrados de la Audiencia Nacional en la nómina de conspiradores, que para ellos crece exponencialmente hasta acercarse peligrosamente a abarcar todo lo que se halla fuera de su grupo.
La sentencia efectivamente no señala “autores intelectuales” (vamos, lo que toda la vida hemos llamado inductores…), pero ello no implica necesariamente que éstos sean distintos a los materiales: podría interpretarse perfectamente que los asesinos actuaron por propia iniciativa y convicción, porque tampoco se dice en ningún punto expresamente que esos inductores, pese a no estar identificados, existan. Por supuesto, pueden ser otros, y precisamente por no mencionarse nada al respecto la cuestión queda abierta a ulteriores investigaciones. El explosivo: los jueces (los tres, por unanimidad) entienden que hay elementos de juicio suficientes para saber que procedía de la mina asturiana, aunque no sea posible determinar su marca o tipo. Llegan a esa conclusión no a través de los análisis científicos, sino a partir de la reconstrucción de los recorridos de los explosivos y de la actividad traficante de Trashorras. Dicho de otro modo, de forma coloquial: si ha quedado acreditado que Trashorras vendía explosivos, que los moros los compraban, que algunos los trasladaron a Madrid por diferentes vías, y que alguno de esos moros fue identificado como colocador de bombas en los trenes, ¿qué más da el tipo de explosivo? Bueno, es una manera de verlo, y he de decir que en lo que a la valoración de las pruebas se refiere mi confianza se inclina más hacia el buen criterio de Gómez Bermúdez y sus compañeros que hacia el de tanto juzgador aficionado como aparece últimamente.
Está luego el grupo de los que se han volcado, desde los medios de comunicación, en poner en duda la versión oficial. Básicamente, Luís del Pino y Federico Jiménez Losantos (a Pedro J. no le he oído todavía). He de decir que me han dado una sensación un tanto triste, agarrados a algún clavo ardiendo como la referencia del juez al extravagante recorrido de alguna de las pruebas: de la literalidad del texto se desprende que únicamente está reprochando una falta de coordinación entre comisarios y jueces a la hora de decidir dónde debían almacenarse los efectos recogidos en los andenes, pero nada más. Los jueces no albergan ninguna duda sobre que la llamada “cadena de custodia” de los objetos no se rompió nunca, y quién mejor que ellos para valorarlo. Muy convincente resulta la descripción del juez sobre los famosos sesenta y tantos objetos hallados en la Renault Kangoo, no observados en la primera inspección ocular efectuada desde fuera: se trata de muchos objetos si consideramos su número, pero perfectamente asumibles si vemos su tamaño. Miren, mi coche tiene fama de estar siempre vacío de todo tipo de trastos, pese a que hace casi siete años que lo tengo. Si uno mira por la ventana, e incluso si abre fugazmente el maletero, no apreciará nada digno de mención. Y sin embargo, si me pongo a vaciar todas las guanteras, portaobjetos y rinconcitos diversos hallaré sin duda algunas decenas de objetos, si como tales consideramos monedas, papelitos, un bolígrafo, una tarjeta, un chaleco, unos guantes de plástico, una botella de agua, un mapa, unas llaves, un paraguas plegable,…
Mi conclusión: me parecerá muy bien que la prensa siga investigando este asunto durante décadas, como el asesinato de Kennedy. Lo seguiré leyendo con atención, porque es apasionante y porque nunca se sabe dónde puede haber una verdad oculta. Pero en lo que a mí respecta el atentado del 11-M ha quedado razonablemente esclarecido en lo esencial. Si alguien tiene más pruebas, que las saque y tendremos un nuevo juicio. Pero lo que había sobre la mesa de la Audiencia es lo que refleja la sentencia. De momento, es lo más fiable que tenemos. Arcadi Espada hace hoy en su blog un análisis bastante certero. Con puntos discutibles, claro está, pero creo que razonablemente ajustado a la realidad objetiva.
Los árboles y el bosque
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