Su pulso no temblará
Por Antonio Jaumandreu
“No me temblará el pulso para convocar la consulta si no hay acuerdo”, afirma con su hablar sincopado el lendakari Ibarreche, el semblante visionario, las cejas en abierta competición circunfleja con las de Zapatero, recorriendo con la vista el mar de rabos de txapela que se extiende ante sus ojos en el aquelarre del Alberdi Eguna.
“Ponéis en mis manos a España. Mi mano será firme, mi pulso no temblará y yo procuraré alzar a España al puesto que le corresponde conforme a su Historia, y que ocupó en épocas pretéritas”, declamaba con voz aflautada el general Franco en 1936.
Hay diferencias, claro está, pero no me negarán que la coincidencia es divertida. Es lo que tienen los que se consideran depositarios de encargos trascendentales que les ha hecho la patria, protagonistas de misiones elevadísimas para las que el pueblo, siempre abstracto, les ha elegido.
Al Caudillo de España por la gracia de Dios no le tembló el pulso, qué va. Y al lendakari, que en definitiva no es más que el presidente de una comunidad autónoma, o sea, como un alcalde de un pueblo grande, es de suponer que tampoco le va a temblar cuando compruebe que sus compañeros de viaje más entusiastas son los terroristas. No vacilará lo más mínimo al convocar su consulta, pese a que es sabedor de que es absolutamente ilegal e inconstitucional. Ni un parpadeo le provocará el conocimiento de que, gracias a sus compañeros de correrías (aquellos entrañables “chicos de la gasolina” del abuelo Arzallus), hay unos 200.000 vascos que, según cuentan las crónicas, se han tenido que exiliar de su tierra y en consecuencia no podrán votar. Ni un leve temblorcillo le sacudirá al saber que en buena parte del País Vasco no se vota en libertad porque esos muchachos “a los que no les va a permitir que marquen la agenda de los vascos y las vascas” coaccionan, chantajean, amedrentan y, si es preciso, asesinan, secuestran, incendian o mutilan en nombre de esa misma soberanía que Ibarreche reivindica en su nombre sin exigirles siquiera como cuestión previa que renuncien ala violencia.
Qué demonios: que tiemblen los demás al mirar bajo sus coches, al comprar el periódico, al ver una sombra en el portal, al hacer un comentario político en el bar del pueblo. La patria vasca está por encima de estas debilidades maketas.
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