lunes, octubre 01, 2007

Nunca unas elecciones fueron tan sencillas


Por Antonio Jaumandreu



El vendaval nacionalista arrecia, y toma visos de convertirse en huracán. Es lógico: el nacionalismo nunca se apacigua con la debilidad, sino que se crece.

Creo que ya lo he escrito muchas veces, y me disculpo de antemano por la reiteración, pero es que es un punto de partida ineludible para enfocar correctamente la cuestión: el nacionalismo, llamémosle radical o moderado, tiene un sólo e irrenunciable objetivo, que es la independencia de los territorios que considera propios. Ni más ni menos. No se va a conformar con nada que esté por debajo de eso, si se le da margen para ello. Es inútil pensar que cediéndoles más y más competencias van a acabar conformándose y diciendo, “gracias, ya tenemos suficiente”. Solo hay un objetivo, y en la lucha por él no caben empates: o lo consiguen o no. Y por lo tanto ceder ante el nacionalismo, aunque sea en lo más nimio, siempre es un paso más que les acerca a su meta final, y que en consecuencia les anima a dar el siguiente.

En los últimos tres años, los nacionalistas han visto el carril despejado y han apretado el acelerador a fondo: ahora o nunca. Jamás un presidente del Gobierno de España había sido tan débil, tan inconsciente, tan carente de escrúpulos y de la más mínima formación, principios y experiencia como el actual. Nunca un partido político, al menos no en la democracia del 78, había reordenado sus prioridades dando preferencia a la aniquilación del adversario como alternativa de poder, frente a la consolidación del Estado de derecho próspero y estable que los anteriores gobiernos habían dibujado, aún desde sus diferencias ideológicas. Ahora, en esta situación antes impensable, desde el País Vasco y desde Cataluña se anuncian ya los asaltos definitivos a la legalidad constitucional y a la continuidad misma de España tal y como la conocemos. La diferencia sólo aparente entre nacionalistas moderados y radicales se ha esfumado, y ya todos pueden exhibir sin reparos la coincidencia en los objetivos.

Llegados a este punto crucial de nuestra historia, ahora la pregunta ya es muy simple, y debería ser formulada una y otra vez de aquí a las elecciones generales: ¿cree Ud. que Rodríguez Zapatero es el gobernante adecuado para enfrentarse al asalto frontal al régimen constitucional, a la unidad de la nación española, que están planteando los nacionalistas en Cataluña y el País Vasco? Sí es que sí, vótele en marzo. Si es que no, vote al PP sin dudarlo, más allá de ideologías, dejando de lado que sea Ud. de izquierdas o de derechas, o de todo lo contrario. Créanme, si yo opinase que él es el mejor líder para este empeño, le votaría sin pensarlo dos veces.

Ya no es momento de disquisiciones sobre progresismo o conservadurismo: cuando hay hambre uno no desdeña el pan porque prefiera el jamón. Cuando hay sed uno no rechaza el agua aunque no encuentre su refresco favorito. Es una cuestión de supervivencia. Los nacionalistas están crecidos y ya no ocultan sus intenciones. Hay que decidir simplemente si queremos hacerles frente o si preferimos aceptar como fruto de la fatalidad que se vayan a salir con la suya, con todo lo que ello implica. Si se opta por hacerles frente, en marzo habrá que escoger entre lo que nos presentan los dos partidos de ámbito nacional. Proyectos y personas. ¿Quién cree el lector que está más capacitado, por voluntad, formación y convicciones, por trayectoria y por seriedad, para hacer frente al embate secesionista? Ese será mi único criterio a la hora de votar en marzo de 2008.

Los árboles y el bosque

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