jueves, septiembre 06, 2007

Yo nunca le oí cantar


Por Antonio Jaumandreu

No me pasó con Sinatra, a quien pude ver y oír en Barcelona’92, pero me ha pasado esta vez: se me ha muerto Pavarotti y nunca le oí cantar en directo. Bueno, miento: tuve ocasión de asistir en una ocasión a un ensayo general de los tres tenores en el Nou Camp, pero evidentemente no es eso.

Hace muchos años anunció una actuación en el Liceo. Una Tosca, o un Rigoletto tal vez, no estoy muy seguro. Hice un puñado de horas de cola en la taquilla y finalmente conseguí una entrada. A última hora, una inoportuna gripe le apartó del escenario y nos dejó en manos de un pobre tenor que afrontó con dignidad la terrible papeleta de sustituir al más grande ante un público ya decepcionado antes de empezar. Y lo hizo bien, que conste. Pero claro, no era Pavarotti.

Se hizo célebre la leyenda nunca confirmada de que no tenía ni idea de música, y cantaba de oído porque no sabía leer un pentagrama. No sé. O la historieta de que, cuando lanzó el disco que le dio la fama entre el gran público que antes no le conocía de nada, el famoso “Tutto Pavarotti”, más de uno y más de dos se quedaron con la idea de que Tutto era el nombre de pila. Y es que Pavarotti, aún teniendo ya una edad, saltó al estrellato popular ya maduro, cuando empezó a divulgarse su imagen de bon vivant inmenso y su pañuelo (sábana pequeña, más bien) en la mano mientras atacaba sin esfuerzo aparente las notas más comprometidas. Se puede discutir si fue o no el mejor de esa época, que aún colea, en que coincidieron sobre los escenarios líricos mundiales una pléyade de grandísimos tenores, la mayor parte de ellos españoles: Domingo, Carreras, Kraus, Aragall, Pavarotti. Vean las imágenes de cualquier concierto de los tres tenores: mientras Carreras está al borde del colapso y con las expresiones de su rostro nos tiene a todos con el corazón en un puño (y acaba sin defraudar, todo hay que decirlo), y Domingo actúa dominando el escenario y la expresividad con esa voz capaz de adaptarse a Wagner y a Machín, Pavarotti tiene la mirada perdida en algún lugar de la grada y canta sin mover apenas un músculo. Cuando clava algún do de pecho llega, a lo sumo, a enarcar levemente una ceja, máxima muestra de esfuerzo que refleja su rostro.

Lo sé: son multitud los que consideran que la ópera es un auténtico tostón. A menudo no les falta razón, soy el primero en admitirlo. Y sin embargo... con el tiempo uno llega a descubrir que puede valer la pena aguantar cinco horas de Parsifal para escuchar tan sólo una frase, aquella melodía que parece casi poderse tocar con las manos. Y qué decir de aquellos momentos críticos en que el famoso tenor ataca el aria conocidísima en la que no cabe el menor fallo, porque todos la tenemos en casa en una magnífica grabación, probablemente del maldito Pavarotti, que convierte cualquier comparación en odiosa. En ese instante, las dos mil personas que llenan el teatro contienen el aliento, y hasta el imbécil que desenvuelve caramelitos envueltos en celofán deja de hacerlo porque una fuerza superior le advierte de que algo grande se avecina. Los ataques de tos se curan milagrosamente y el impulso inevitable del tarareo debe reprimirse con fuerza. Y se produce el momento mágico, irrepetible porque no hay dos funciones iguales.

No hay ya argumentos como los de las óperas, resistentes incluso a las fechorías de los escenógrafos al uso, de los Calixto Bieito de turno. Más allá de la reducción burlona, pero en buena medida cierta, de que la ópera consiste siempre en que el tenor quiere acostarse con la soprano y el barítono trata de impedirlo, no es posible encontrar fuera de la ópera historias de un romanticismo tan decadente y a la vez tan arrebatador. Honor, valor, amor, traición, venganza, sacrificio, engaño, heroísmo, mitología, ... son argumentos siempre presentes, y además con una carga poética en la forma de expresarlos que a menudo pasa desapercibida porque la música eclipsa la letra. Vale la pena conocer el texto de las arias famosas; adquieren un nuevo valor.

En fin, voy a chutarme un Nessun dorma directamente en vena. Es lo que tengo más a mano. Sin ir más lejos, ¿cuántos de los que esto leen saben porqué no puede dormir el pueblo de Pekín esa noche...?

Gracias, Maestro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que triste noticia, la muerte del gran tenor que acercó la ópera al gran público. ¡Descanse en paz!
A todos sus fans, os recomiendo su última biografía (además escrita por un amigo suyo, Roger Alier). Yo la leí en verano y ahora me alegro mucho. El libro se llama 'PAVAROTTI'. Os paso en lace de donde lo compré yo www.robinbook.com/buscaraux.asp?ISBN=84-96222-49-7

Mi más sentido pésame a su familia, amigos y (cómo yo) seguidores.

Anónimo dijo...

Para averiguar el nombre del príncipe, so pena de muerte en caso de no hacerlo...

Como ves, a mí también me gusta la ópera. A propósito, muy acertado el análisis gestual de los 3 Tenores sobre el escenario. Curiosamente... llevo años opinando igual.

Descanse en paz.