El ciudadano indefenso
Por Luis I. Gómez.
El vencedor siempre desarma al vencido. Ha de ser así, pues ha de evitarse la venganza del vencido y su sumisión sólo es posible si se le imposibilita un rearme.
Desde los tiempos antiguos se ha repetido este esquema; los griegos, los romanos lo practicaban de forma totalmente consecuente pues, de lo contrario, toda victoria hubiese sido en balde. Nada ha cambiado y las últimas guerras así nos lo muestran. En ocasiones funciona, en otras no. No olvido que en 1918 no funcionó. Recuerden.
El Señor tiene las armas, el vasallo no, no le está permitido. En una democracia las armas son los votos y no hay señores y vasallos pues todos tienen voz y voto. Democracia es el gobierno del pueblo: la ley, el derecho, la violencia para imponerlos emanan del pueblo. Día a día, mes a mes. Esa es la teoría.
La democracia es una forma incómoda de estado. Incómoda para los ciudadanos, obligados a informarse y participar activamente en la vida socio-política de su estado si quieren coparticipar de forma responsable en la toma de decisiones. Ello supone una gran inversión de tiempo y un profundo sentido de la responsabilidad. Más incómoda es para los gobernantes. El ciudadano vota a sus representantes, puede retirarles su confianza, incluso en algunos estados decide directamente sobre las leyes.
Qué molesto! Consultar al ciudadano entorpece frecuentemente la acción de los gobernantes y resta flexibilidad a la acción de gobierno. Es preferible gobernar súbditos sumisos y temerosos que ciudadanos conscientes de su responsabilidad. Por ello es necesario convertir al pueblo en una masa voluntariosa de siervos, con todos los derechos sobre el papel, pero incapaces de reclamarlos como suyos. Para ello se ha de desarmar al ciudadano. En sentido real y figurado. Sin armas y sin voz. Los hombres desarmados caen en la indefensión, son temerosos y acuden al Estado buscando la solución a sus miedos. Al mismo tiempo hay que mantener un cierto nivel de intensidad en la amenaza: los criminales son convertidos en pacientes, indultados, reinsertados, apenas encerrados. Hay que mantener un cierto nivel de incertidumbre: las leyes cambian con los ganadores en cada legislatura, los principios constitucionales se acotan con reglamentos liberticidas, la libertad para educar ciudadanos libres se limita con adoctrinamiento, se prolongan los períodos legislativos y no se pregunta nunca al ciudadano, cada vez más ocupado con sus miedos, más acostumbrado a elegir uns siglas que un quién, una idea fútil que un programa que jamás lee. Cada cuatro años.
Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la dictadura. Temerosos, inseguros de nosotros mismos consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un "todo va bien" ficticio. Refugio de ciudadanos indefensos, cueva húmeda y lúgubre en la que apenas penetra la luz de la libertad. Videovigilancia en las calles, en los correos de internet, en las lineas de teléfono, adoctrinamiento ideológico en las escuelas, en los medios de comunicación. Y propaganda del miedo: terrorismo, cambio climático, balcanización de un país. Nos ponemos en manos del estado en la esperanza de ganar seguridad, inconscientes de que vendemos para ello nuestra libertad. Aceptamos vivir en nuestras "cárceles-cuevas" rodeados de cámaras, de verjas, de sistemas de alarma, encerrados en nuestro miedo mientras los criminales, los terroristas, los liberticidas nos acechan -libres- como lobos. Somos las ovejas en el redil. Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién nos gobierna, cómo nos gobierna, para qué nos gobierna. Y no cada cuatro años, o cada ocho. Todos los días. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.
No es necesario acabar con la democracia, no hace falta una nueva revolución. El pueblo soberano, con su miedo, se ha encargado de ello. Ha permitido que le desarmen, que le quiten la voz firmando una capitulación irreversible.
Desde el exilio.Publicado por Lugo liberal.
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