El pensamiento liviano y el poder; el caso de José Antonio Marina.
Por Juan A. Granados
Y todo fue un entierro de doncella,
Doctrina muerta, letra no tocada,
Luces y flores, grita y zacapella.
Francisco de Quevedo: A un tratado impreso que un hablador espeluznado de prosa hizo en culto, (fragmento)
Está ya por todas partes, le das una patada a un vote y de allí saldrá José Antonio Marina con su verborrea inconsistente para vendernos su libro. Reconozco que nunca me ha gustado, hay algo en su palabra pontificial que me resulta profundamente molesto. Es como si cada vez que habla estuviese ocupándose de vendernos una burra; un jumento, además, temblón, escuálido y de raza más que común.
Cada vez que habla, adivino en su pensamiento un sustrato torpemente idealista, una especie de adolescencia mal curada que se evidencia hasta en sus títulos. ¿A quien se le puede ocurrir llamar, por ejemplo, “Mermelada & Benji” a una presunta factoría de investigación social? Dentera me daba entonces el introito de sus artículos y más dentera aún me producen sus inventos educativos permanentemente unidos al poder de turno.
Ahora parece haberse erigido en cabeza pensante del régimen a través de su defensa del constructo gubernamental llamado “Educación para la ciudadanía”. Eso si, en su versión menos beligerante, no se trata de perder clientes. Así ha vuelto con sus tabarras sobre el buen royo y la paz perpetua, deseos bonancibles en todo caso que nada tienen que ver con la ética o la filosofía.
Su discurso resulta tan previsible que no se ha modificado en años. Ayer repasé con cierta calma el célebre debate a tres en torno a los conceptos de “Ética y Religión” que, moderado por Fernando Sánchez Dragó, convocó en el 2003 en la Universidad de Sevilla a Manuel Fraijó, Gustavo Bueno y nuestro Marina. Aún reconociendo que Don Gustavo, fiel a su figura, no se comportó como el filósofo más educado del mundo, el evento sirvió desde luego para confirmar mis peores sospechas. Mientras Bueno se esforzaba, como todo filósofo de sistema, en establecer las reglas del juego, definiendo, por ejemplo, lo que él entendía por Ética:
Es que la Ética yo la he definido, como la he definido, no tengo que decir más: «La Ética son las normas que van orientadas a la salvaguarda de los cuerpos individuales.» La norma fundamental es la «fortaleza»; entonces, cuando la fortaleza se aplica al individuo se llama «firmeza» y cuando se aplica a los demás se llama «generosidad» (palabras de Benito Espinosa en la Ética)
Añadiendo de su cosecha algún chascarrillo sabroso:
Y en cuanto a la Ética y a la Religión, creo que son cosas totalmente distintas, absolutamente distintas... porque yo me atengo aquí a la máxima de don Quijote –según Unamuno– cuando comparaba a San Ignacio {señalando a Manuel Fraijó} –su antiguo patrono, ¿verdad?, San Ignacio– con don Quijote, y decía que San Ignacio limpiaba el caballo por mayor gloria de Dios, y don Quijote lo limpiaba porque estaba sucio. {risas}
En tanto Marina se arrancaba con su ya clásica sucesión de naderías tautológicas, plagada de deseos más que de razonamientos, mostrándose en todo momento incapaz de definir con precisión el menor concepto. Así, todo se le fue en propugnar una especie de Ëtica universal más o menos tutelada, no se lo pierdan, por la ONU, es decir una asociación de figurantes presidida por un grupo de cinco que se veta entre sí. Por lo que se podía escuchar allí, no tenía demasiado clara la distancia entre Ethos (comportamiento) y Mores (costumbres), todo para él parecía ser Ética, o sea una especie de humanismo inespecífico. Para pasar luego a culpar de los males del mundo al mercado:
El mercado es un sistema suicida y en eso el libro de Garzón Valdés es precioso, es un mercado suicida si no está regulado por leyes que no son leyes económicas, que son leyes éticas
A lo cual respondió Gustavo Bueno como se debía:
Yo quiero discrepar rotundamente de Marina, como es natural, pero rotundamente, por su idealismo: es decir, la lucha por el monopolio no es absolutamente un resultado ético, como tampoco la liberación de esclavos en el Imperio romano fue una cuestión ética, ni de moral cristiana, fue sencillamente que con la liberación de los esclavos era más económico alimentar a los libertos y a los colonos que a los esclavos, no tiene nada que ver la ética.
Y claro, ocurrió lo que tenía que ocurrir, Jose Antonio Marina, que al inicio del debate se reconocía, con toda razón, como mercenario de la cultura: “Y yo realmente sí me considero un investigador privado, porque no soy un investigador académico, y además un investigador a sueldo”, perdió los papeles, se enojó terriblemente ante su dignidad puesta en entredicho, se derrumbó literalmente contemplando la pública caída de su supuesto bagaje intelectual, tanto, que ante una pregunta del público, sólo pudo afirmar como desmañado:
Público 2
...es que lo demás es Idealismo, yo veo mucho idealismo.José Antonio Marina
¡Hombre, claro! ¡Bendito Idealismo! ¡Bendito Idealismo! Lo que me estás diciendo ahí, estás... lo que está en el fondo de la cuestión es que no se puede justificar una Ética laica, y eso es lo que han estado diciendo mucho tiempo las iglesias. Yo te digo que sí; no te lo puedo justificar ahora.
Claro que no podía, “es que no lee”, llegó a decirle Gustavo Bueno mientras el derrotado Marina hacía mutis por el foro. Pueden seguir el debate transcrito íntegramente en este enlace.
Pues bien, fíjense que éste Marina es el mismo que hoy se ve en la obligación de trasladar su robusto pensamiento a nuestros infantes. Esto de la “Educación para la ciudadanía” ya no es un problema político, si quieren es un asunto de elemental pertinencia intelectual. Cuando se le preguntó recientemente sobre que tipo de profesorado sería el ideal para impartir la nueva asignatura, aseguró:
¿Y quien va a impartirla? Pues quien sepa hacerlo. En primaria, los tutores, a los que habrá que dar materiales adecuados. En secundaria, si la asignatura cuaja y adquiere la importancia que merece, tendrían que crearse cátedras especiales, con cualificaciones específicas. Mientras tanto, me parece que los que están más preparados para tratar estos temas son los profesores de filosofía, que tendrán, sin embargo, que ampliar sus conocimientos históricos, jurídicos y políticos. Podrían impartirla los profesores de sociales, si aprenden la suficiente filosofía.
¡Hombre, Marina, gracias por suponer que los profes de Historia incluso podrían, no sin esfuerzo, alcanzar algún conocimiento filosófico equivalente al de un chico de 13 años formado bajo la reforma Zapatero! En fin, un ejemplo más de la mísera calidad intelectual que envuelve, como un satélite muerto y sin alma, el pensamiento gubernamental, donde Zerolos, Moratinos y Marinas establecen sin rubor alguno la hegemonía de lo inconsistente, al fin, aquí lo único importante es ganar elecciones y dominar como sea el óbolo público.
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