viernes, julio 13, 2007

DISCURSO PRONUNCIADO POR JOSÉ MARÍA AZNAR AL SERLE ENTREGADO EL X PREMIO A LA CONVIVENCIA DE LA FUNDACIÓN MIGUEL ÁNGEL BLANCO.


Todos los españoles recuerdan qué hacían aquel día de julio. Nunca se nos olvidarán aquellos días de horror que sacudieron la conciencia moral y ciudadana de todos los españoles de bien.

Compartimos la angustia de su familia.

Compartimos el dolor y la zozobra de sus compañeros, de mis compañeros, en el Partido Popular del País Vasco, decididos, sin embargo, a mantenerse en pié frente a los terroristas.

Compartimos, literalmente hombro con hombro, la movilización de toda una nación en la calle para afirmar su libertad, su derecho y su dignidad.

Compartimos esa reacción cívica que hizo aun más despreciable la miseria moral y la cobardía de los terroristas, de sus cómplices, de sus beneficiarios políticos y económicos; en suma, la miseria moral y la cobardía de ese gran asesino colectivo que actúa bajo la dirección de la banda criminal y que ha vuelto a instalarse en las propias instituciones del País Vasco de la mano de la debilidad y el oportunismo.

Muy cerca de aquí, partió la manifestación en la que participé para exigir en vano a los asesinos que dejaran de serlo, al menos por un instante, ese instante en el que consumaron su odio disparando a Miguel Ángel Blanco.

Quería estar ese día en Bilbao. Era dónde tenía que estar y recuerdo todavía con emoción, la reacción agradecida de muchos ciudadanos en la Gran Vía que se sintieron respaldados por las Instituciones que tenían que defenderles.

También el entonces Presidente del Gobierno Vasco me pidió que viniera y ya entonces vimos los primeros síntomas de lo que vendría después cuando la representación nacionalista se negó a que camináramos juntos contra el asesinato anunciado de Miguel Ángel.

Del trío asesino que secuestró y asesinó a Miguel Angel Blanco quedan dos, afortunadamente en la cárcel. Digamos sus nombres, no dejemos que se olvide que dos sujetos, una apellidada Gallastégui y otro apodado “Txapote” viven pero no tendrán posibilidad de repetirlo en la persona de otro inocente.

Comprometamos nuestra dignidad y nuestra palabra para asegurar por todos los medios legales –nosotros nunca hemos utilizado otros- que los asesinos de Miguel Ángel Blanco cumplirán hasta el último día de su condena sin otro horizonte que vivir para recordar todos los días su crimen pero entre rejas.

Ellos no saben –otros tampoco parecen saberlo- que la última palabra es siempre de los resistentes.

De los que saben que hay principios y valores inamovibles si queremos seguir viviendo libres.

La última palabra es de los que no escatiman esfuerzos para responder a las exigencias que hay que estar dispuesta aceptar para defender la vida y la libertad.

La última palabra es de los que no se preguntan “por qué a mí”.

La última palabra es la que pronuncian la verdad, la generosidad, la dignidad y la decencia. Esa palabra de verdad, de dignidad, de generosidad y de decencia no se extinguió con la vida de Miguel Ángel.

Sigue viva en la persona de sus padres y de su hermana con los que tengo una deuda impagable de gratitud y admiración. Nunca olvidaré su firmeza y comprensión que en aquellos días nos permitieron hacer frente al desafío que los terroristas nos habían lanzado.

Fueron días de profunda amargura y de tristeza que hoy regresa. Ahora bien, que nadie crea que nuestro dolor es su victoria. Que sigamos doliéndonos de la pérdida de Miguel Angel no significa que olvidemos nuestro compromiso con todo lo que él significa.

Hace un año, en esta misma fecha, recordándole en la Fundación que presido, declaré con plena convicción a lo que nos obliga su memoria. Quiero recuperar en este momento aquellas palabras:

Como ciudadanos y amigos de Miguel Ángel Blanco, como compañeros de Miguel Ángel Blanco, ni toleraremos que se desprecie su memoria, ni prestaremos nuestro consentimiento para que todo lo que significó su sacrificio quede clausurado por las exigencias de una banda terrorista.

No seremos nosotros los que alentemos la mentira; menos todavía si la mentira se construye y se extiende en nombre de la paz.

No llamaremos a las cosas por nombres que no son; no contarán con nosotros para que los terroristas se burlen de la ley.

No escucharemos a los que hablan de perdón cuando en realidad quieren decir impunidad.

No olvidaremos que Miguel Ángel era inocente, era absoluta y completamente inocente y que sobre sus asesinos y sus cómplices cae toda y la única la responsabilidad del crimen.
Pues bien, lo que comprometimos recordando a Miguel Ángel, lo hemos cumplido.

Vosotros que día a día seguís en la primera línea de esta larga batalla por la libertad, sabéis mejor que yo lo que cuesta alzar la voz para decir que el emperador va desnudo.

Que no es verdad lo que nos dice, que al final del camino que se nos tienta a recorrer no encontraremos la libertad, ni la justicia sino que veremos esfumarse las esperanzas como un espejismo cruel.

Conocéis la soledad al advertir que las invocaciones a la paz son los cantos de sirena que ya no deberían embaucar a nadie.

Pero lo hicisteis y teníais razón. Y pueden aceptar muchas cosas pero que tengais razón, la razón política y la razón cívica, es superior a sus fuerzas.
Hoy es un día apropiado para que comprendan que no vamos a aceptar lecciones fácilmente, no por arrogancia sino por experiencia y sacrificio.

Aquellos días, la banda terrorista supo que podía ser derrotada. La reacción ciudadana fue la expresión auténtica del pluralismo de la sociedad vasca. No se podía soportar por más tiempo la complicidad que hacía posibles crímenes como el que acabábamos de vivir.

Los asesinos de Miguel Ángel Blanco pudieron ver que sus temores estaban felizmente justificados pues el Estado de Derecho con todos sus instrumentos, con la cooperación internacional y el referente de las víctimas impulsaba nuestra andadura difícil pero eficaz hacia la derrota de ETA.

Sin embargo la banda terrorista ha tenido suerte. Lo digo aunque pueda parecer desalentador. Pero ha tenido suerte. Porque cada vez que ha sido empujada al borde de su derrota, han aparecido para rescatarla de ese destino una legión de oportunistas muy escasos de escrúpulos, siempre pensando que podrían sacar algo que les beneficiara impidiendo que esa derrota se consumara.

Ocurrió en 1998 con un pacto incalificable en el que el nacionalismo hacía suyos los objetivos políticos de la banda. Los objetivos y, para decirlo todo, la coacción que ETA quería ver impuesta sobre los no nacionalistas. ¿O es que alguien pensaba entonces que el compromiso acordado con la banda para sacar de la vida pública al Partido Popular y al Partido Socialista se podría hacer sin coacción o amenaza?

Y ha vuelto a ocurrir ahora. Bien es cierto que hace nueve años los que protagonizaron semejante indecencia pueden alegar que no hubo traición porque nunca habían sido leales. Ya nos habían dicho que jamás aceptarían una Constitución española.

Aquel “espíritu de Ermua” que llenó de esperanza los corazones de millones de ciudadanos ha sido traicionado dos veces consecutivas. La primera vez en el Pacto de Estella, en 1998; la segunda vez… ¿cuándo fecharla? Es difícil saberlo. En algún momento, poco después de ser firmado el Pacto por las Libertades y el Terrorismo, en que uno de los dos partidos firmantes empezó a negociar en secreto con representantes de la banda terrorista y de su brazo político.

Diez años y pocas horas después de que un balazo asesino entrara por la nuca de un joven llamado Miguel Ángel Blanco, yo pregunto: ¿por qué se ha traicionado el “espíritu de Ermua”? ¿por qué se ha querido acabar también con la esperanza de vencer al terrorismo?

Y digo también: pese a esas dos traiciones el “espíritu de Ermua” sigue existiendo. Y está en el mismo sitio que estuvo: en los corazones y en la voluntad de millones y millones de españoles. De españoles de Bilbao, de Barcelona, de Madrid o de las Canarias.

Porque del “espíritu de Ermua” nunca fuimos protagonistas los políticos, sino el pueblo. El pueblo español, unido y determinado a no ponerse de rodillas. El “espíritu de Ermua” sigue ahí, aflorando cada vez que alguien se dirige directamente a los ciudadanos y les pregunta si quieren rendirse o si siguen queriendo vencer.

La respuesta sigue siendo la misma. Por eso ha habido que disimular tanto y negar tantas veces la realidad de un Gobierno dispuesto a aceptar la negociación y, por tanto, la derrota.

Ahora, insisto, ha vuelto a ocurrir. De nuevo, ETA ha visto cómo se abría una vía para escapar a su derrota en virtud de un cálculo oportunista y falso, pero no de un partido que se define a sí mismo como extraconstitucional, sino del propio Gobierno de la Nación.
Y de nuevo la ocultación como la consecuencia inevitable cuando se quiere mantener un proceso de negociación con la banda terrorista que deja bajo mínimos la respuesta del Estado de Derecho.

Había que ocultar una negociación que se estaba iniciando cuando se firmaba el Pacto por la Libertades.

Había que ocultar una negociación política permanente en la que se ha puesto sobre la mesa el futuro institucional del País Vasco y Navarra teniendo como interlocutores políticos, no a una sino a dos organizaciones terroristas, ETA y Batasuna. Dicen que que no aceptaron tales o cuales condiciones sobre Navarra. Pero la cuestión es: “¿qué hacían ustedes negociando sobre Navarra, con o sin acuerdos?”

Había que ocultar los hechos antes, durante y después de cada una de esas fases que arbitrariamente se han ido definiendo en este proceso.

Ha habido que mentir a todos y con reiteración: A los ciudadanos, a las víctimas, al partido del que reclamaban apoyo, a los medios de comunicación, al Parlamento Europeo y al Congreso de los Diputados. Pero eso es algo que no se puede hacer todo el tiempo.

Ha habido que engañar tanto y a tantos que al final se han engañado a sí mismos.

Vieron hombres de paz donde no había sino disciplinados recaderos de los pistoleros;

Creyeron acreedor a un trato, que decían más humanitario, a un asesino múltiple que, según parece, sabe cuándo y a quién tiene que lanzar sus órdagos.

Creyeron que el brazo político de la banda se opondría a sus amos y le hicieron interlocutor político necesario.

Y mientras los terroristas destruían y extorsionaban, verificaban el alto el fuego, liberando a la banda de la carga de demostrarlo.

Hoy, en memoria de Miguel Ángel Blanco, quiero reivindicar el valor de la verdad.

Quiero decir, en su recuerdo, que merece la pena hablar con verdad, actuar con verdad, gobernar con verdad.

Quiero decir que con la verdad no se puede jugar nunca desde las instituciones democráticas, y mucho menos si se trata de la lucha por la libertad y contra el terrorismo.

Reclamar la verdad, exigir la verdad, no es ninguna exageración de un líder de la oposición deseoso de poner en dificultades al Gobierno. Es una interpelación cívica y democrática, imprescindible en un régimen que no es de súbditos, sino de ciudadanos. Y levantar la voz en la sede de la soberanía nacional para exigirle al Gobierno la verdad es la forma más noble y más justa que conozco de cumplir con el deber de un representante ciudadano.

No es preciso seguir. Pero sí quisiera señalar lo que a mi juicio no habría que olvidar ante el futuro que nos espera.

ETA va a seguir poniendo a prueba la determinación de las instituciones del Estado para hacerle frente. Nos va a seguir poniendo a prueba desde la posición alcanzada gracias al desmantelamiento del pacto por las libertades y la neutralización de buena parte de los medios del estado de Derecho para combatir toda su estructura criminal. En unos probará su debilidad; en nosotros nuestra firmeza. Estemos preparados para que ETA no encuentre margen para desarrollar esta estrategia.

El Gobierno y su partido vuelven a equivocar sus prioridades. No es el silencio en lo que deben refugiarse sino en la verdad y en la recuperación de una auténtica política antiterrorista que no deje en ETA duda alguna de que el objetivo vuelve a ser su derrota.

Como ha reclamado, entre otros, el Partido Popular, la credibilidad que el Gobierno debe ganar en la articulación de una política antiterrorista eficaz exige la reparación de las graves fisuras que se han producido en los instrumentos del Estado de Derecho. No es posible recuperar las posiciones frente a ETA si se impide al Tribunal Supremo pronunciarse sobre la legalidad del partido Acción Nacionalista Vasca.

La acción creíble y eficaz contra el terrorismo de ETA exige actuar sobre los pistoleros pero requiere también impulsar la actuación del estado de Derecho sobre todo su entramado de organizaciones que se encuentran en trance de reconstrucción.

Y, finalmente, aclaremos conceptos, ahora que se habla de unidad. ¿Unidad? Desde luego. Tenemos la satisfacción de haber sido capaces, desde la responsabilidad de Gobierno, de haber llevado a cabo una política antiterrorista eficaz como nunca antes contra la banda terrorista, con el apoyo del 85 por ciento de los ciudadanos representados en el Congreso.

Por eso, tenemos derechos exigir que la unidad sea real, ambiciosa en sus objetivos y no condicionada por aquellos que nunca han querido avanzar. No es de recibo a estas alturas buscar la unidad en torno a un supuesto pacto de mínimos. Creo que la sociedad española en sus actitudes mayoritarias no merecen que el único horizonte de la política antiterrorista sea un pacto de mínimos; es decir una suma de generalidades entre las que, con seguridad, querrá mantenerse vigente la posibilidad de una negociación con la banda terrorista que ésta podrá abrir y cerrar a su antojo y en función de su conveniencia.

Creo que ese sería el error de contumacia más grave e inexcusable que podría cometerse. Con ETA no hay final dialogado. ETA lo sabe muy bien y lo deja claro. Hace falta ahora que se convenzan los que han creído que cuando ETA pone sus condiciones, escribe para consumo interno.

Y la realidad es que ETA siempre tendrá una posibilidad de sobrevivir si se mantiene abierta la puerta a una negociación que, como hemos visto, significa aceptar que los terroristas se sienten a negociar no el futuro, sino la destrucción de nuestro marco constitucional y estatutario, es decir la destrucción de nuestras libertades.

No me hago ilusiones. Sé muy bien que esta historia no ha acabado. Estamos viendo que lo que ocupa las energías del Gobierno no es cómo recuperar la unidad activa en la lucha contra el terrorismo, la unidad de los que representan el 85 o el 90 ciento de los ciudadanos, sino cómo se oculta un fracaso y se eluden las explicaciones exigibles. Por eso, ahora se puede hablar de todo, menos de lo que ha ocurrido con la política antiterrorista. Y ante el dedo que exige no hablar, recuérdese a Quevedo negándose a callar por más que avisen silencio o amenacen miedo.

Así que hablemos. Hablemos sin miedo de todo aquello que ha demostrado unir a la inmensa mayoría de los españoles. Hablemos de nuestro compromiso con la Libertad. Afirmemos nuestra confianza en la energía de una gran nación de ciudadanos libres que es España. Afirmemos España como el ámbito de nuestra libertad y nuestros derechos, la libertad y los derechos de todos.

No sé lo que algunos dirán. Ya sabéis que según los días, unas veces toca eso de que “hemos hecho lo mismo que Aznar” y otras aquello de que “Aznar tiene la culpa de todo”. Y las dos cosas no son posibles a la vez.

Os confieso que estando con vosotros, en una ocasión como ésta, después de ser honrado con esta distinción de la Fundación Miguel Ángel Blanco, lo que digan me preocupa muy poco.

Me basta con saberme acompañado en un día como hoy de la verdad de las víctimas, de su dignidad y del recuerdo especial de Miguel Ángel Blanco, con sus padres, con su hermana y sus amigos.

Ante ellos sólo puedo expresar mi agradecimiento infinito y ofrecerles la seguridad de mi compromiso con la memoria de Miguel Ángel en la que encontramos el ejemplo que nos inspira y el ánimo que nunca nos faltará para honrarla como merece.
Muchas gracias.


Es la libertad de expresión, idiotas

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