viernes, julio 13, 2007

Desde cero

Por Germont


Nunca el nacionalismo había estado tan cerca de alcanzar sus objetivos. Nunca nadie imaginó que aquellos postulados que hace veinte años parecían descabellados estuviesen tan cerca de materializarse. Nunca nadie creyó que un país que ha consolidado un estado de derecho aparentemente firme se halle, apenas tres décadas después, al borde literalmente de su desmembración y liquidación. Y es más que probable que muchos de los que lean esto piensen sinceramente que exageramos, que esto no está sucediendo así, que no corremos riesgo alguno, y que las ensoñaciones nacionalistas siguen en el terreno onírico. Pero hoy es una posibilidad real que Cataluña y el País Vasco sean estados independientes antes de que transcurra una generación.

Las causas son muchas, y por supuesto el tremendo y reciente impulso del separatismo se debe en forma muy directa a la política de Zapatero. Pero también es cierto que estamos donde estamos, entre otras cosas, porque han empezado ganándonos la batalla de las ideas, les hemos dejado imponerse en el lenguaje. Por ello, no sería un mal comienzo, si no es que es demasiado tarde, rebatir algunos de los supuestos axiomas nacionalistas. Si vamos a por los cimientos, a por las raíces, podremos presentar una batalla más eficaz que si nos andamos por las ramas, por la hojarasca de su retórica. Así, repitan conmigo, como un mantra, aunque les miren mal, estos diez mandamientos:

Primero, no es una verdad científica que un estado centralizado sea menos eficiente que uno descentralizado. Francia, por ejemplo, es el estado centralista por excelencia, y no parece que sea un desastre administrativo. Dicho de otra manera, que la autonomía gestione un determinado servicio no implica necesariamente que ese servicio acabe estando mejor gestionado.

Segundo, un estado autonómico o federal es con toda seguridad más costoso por la multiplicación de administraciones, de clases políticas, y por los mecanismos de coordinación que precisa. Diecisiete parlamentos, gobiernos y administraciones son sin duda más caras que una sola. Se nos dirá, claro, que siendo eso cierto la que debería desaparecer es la administración central. Sí, es una posibilidad, pero no más indiscutible que la contraria.

Tercero, un estado autonómico es mucho más proclive a generar desigualdades entre sus ciudadanos. De cajón: si cada comunidad puede legislar en materia fiscal, por ejemplo, los ciudadanos de España pierden en igualdad.

Cuarto, no está escrito en ningún sitio que la historia deba avanzar necesariamente en el sentido que defienden los nacionalistas. Igual que en algunos momentos la historia puede avanzar en el sentido de la descentralización, debe aceptarse que en otros pueda hacerlo en sentido contrario, y ello no significará un retroceso, sino un avance en otra dirección.

Quinto, todo es reversible, al menos en teoría. Los diferentes grados de autonomía pueden obtenerse según el juego de las mayorías, luego también han de poder perderse por el mismo método. Una reforma constitucional recuperando competencias para el estado sería perfectamente legítima.

Sexto, cuando se cede la educación, la cultura y los medios de comunicación, ya sólo es cuestión de tiempo. Por algo los nacionalistas siempre exigen estas transferencias en primer lugar. Una vez se tiene el poder de educar a las generaciones futuras, la consecución de un objetivo es una simple cuestión de tiempo. El estado ha hecho durante décadas una gravísima renuncia en ese terreno.

Séptimo, el nacionalismo necesita la debilidad del estado. Sus aportaciones a la gobernabilidad del estado nunca son con la intención de apoyar al gobierno de turno, sino de perpetuar su debilidad y su dependencia. El nacionalismo necesita que España vaya mal, porque si España va bien no hay competencia posible.

Octavo, no tiene sentido que los nacionalistas participen de la gobernación del estado. Como acabamos de decir, si una determinada formación aspira abiertamente a cargarse el estado, su apoyo no debería ser nunca aceptado por el partido que gobierne. Lo que para ellos sea bueno, será necesariamente malo para el estado.

Noveno, no hay nada que negociar con el nacionalismo, porque su fin último es irrenunciable. Todo nacionalismo aspira a la soberanía, a la independencia. Y lógicamente no va a renunciar nunca a esa aspiración. Por tanto, cualquier negociación ya es un triunfo para ellos, porque con toda seguridad implicará un avance hacia su objetivo. No se negocia con el verdugo: su función es matarte, por lo tanto el único debate será cómo y cuándo, pero el resultado será el mismo. Negociando ya estamos aceptando sus argumentos y sus razones, y a partir de ahí ellos siempre avanzarán.

Décimo, en España el terrorismo va unido al nacionalismo y viceversa. Es así, por mucho que algunos se indignen: el terrorismo vasco tiene un componente esencial de nacionalismo. Al nacionalismo político no le interesa una derrota del terrorismo nacionalista, porque ello fortalece al estado.

Muy elemental, de acuerdo. Pero es que cuando se está siendo arrollado, lo suyo es replegarse, poner pies en pared y empezar desde abajo. Si se pierde por ocho a cero y se pretende remontar, habrá que empezar por el ocho a uno.

Los árboles y el bosque

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