Qué quieren que les diga...
Qué quieren que les diga. Estoy encantado con el hecho objetivo de que De Juana y Otegi estén en la cárcel, lugar del que nunca deberían salir si en este mundo hubiese justicia. Sí, me alegra enormemente que los asesinos, sus inductores y sus palmeros estén bajo llave.
Pero… pero me inquieta sobremanera la sensación que transmite este gobierno. Hace cosa de un mes tiempo escribí algo aquí mismo sobre la policía de Zapatero, que me valió incluso el comentario admonitorio de algún amigo, que lo consideró exagerado y casi paranoico. Pues resulta que hoy, pese a la alegría comentada, mi formación jurídica y mi ideología política me nublan esa felicidad, haciéndome notar lo siniestro e inquietante de un gobierno que, en función de cómo le soplan los vientos, es capaz de tomar decisiones absolutamente opuestas. Porque vamos a ver: hace unas semanas De Juana tenía que irse a casita, debidamente vigilado, en cuanto hubiese recuperado su peso ideal, en palabras aproximadas del ministro Rubalcaba. Hoy, el mismo asesino que se paseaba por la calle con su damisela ha vuelto a la cárcel. Otro tanto con Otegi: hasta hace poco un adalid de la paz, al que la fiscalía desbrozaba el camino para evitarle tropiezos, al modo de aquellos caballeros que tendían la capa sobre el charco para que el delicado pie de la dama no se enfangase.
¿Han cambiado Otegi o De Juana? Para nada: defienden lo mismo hoy que hace cinco, diez o cincuenta semanas. Lo que ha cambiado ha sido la actitud del Gobierno Zapatero, que demuestra día sí día también que considera las leyes meros instrumentos que aplicar o desactivar en función de hacia dónde giren las veletas de las encuestas.
Si no fuese porque empiezan a dar miedo, resultan tan patéticos que ni en las decisiones acertadas logran ya exhibir una mínima dosis de grandeza.
Germont
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