Dichosos los que trabajan por la paz
Por Reme Falaguera
Dichosos los que trabajan por la paz en zona de guerra.
Dichosos nuestros soldados que cooperan con la justicia y la fraternidad entre los pueblos.
Dichosos los que dan su vida en “misiones humanitarias” y no se le honra como es debido.
Dichosos los que lloran a causa del odio, las injusticias y la guerra.
Dichosos…
Dichosos nuestros compatriotas que han muerto por lograr un mundo mejor, porque Dios les llamará hijos suyos.
Hoy, más que nunca, la situación bélica actual nos obliga a trabajar por el bien de los pueblos de la forma más pacifica que sepamos y tengamos a nuestro alcance. Es más, las victimas inocentes nos exigen que no nos resignemos a la guerra como si fuera algo que no se puede evitar.
Para ello, deberemos encontrar el mejor camino, empezando por nuestro entorno, para erradicar las injusticias, la codicia, los egoísmos, el odio, las envidias y las incomprensiones, que son, en definitiva, la semilla de la guerra absurda y de las tragedias de la humanidad.
¿Quién de ustedes, mirando a los ojos de nuestros jóvenes soldados, se atreve a decirles que nosotros no podemos, que corresponde a otros, que no sabemos trabajar por la paz y alegría, por la esperanza y la concordia entre los pueblos?
No se muy bien porque les digo esto. Tal vez sea porque me entristece ver las fotos de los soldados fallecidos y me avergüenzo del comportamiento fariseo de nuestro gobierno. O quizás es que han saltado las alarmas de mi conciencia pidiéndome que reaccione ante las lágrimas de unos padres, de unos abuelos, de unos compañeros que exigen justicia y paz.
Cuentan que durante la Segunda Guerra Mundial cayó una bomba cerca de la iglesia de un pueblecito alemán y, al explotar, le arrancó los dos brazos a la figura de Cristo crucificado. Una vez acabada la guerra, quisieron restaurarlo, pero alguien sugirió dejarlo como estaba, sin brazos. Se aceptó la propuesta pero no sin incluir una leyenda que decía así: “Vosotros sois mis brazos” De esta manera, todo el pueblo recordaría siempre que Jesucristo tiene necesidad de nuestros brazos para continuar su misión en la tierra.
Pues bien. Dichosos los que usan sus brazos para aliviar el dolor.
Dichosos los usan sus brazos para sembrar esperanza.
Dichosos los que usan sus brazos para llenar el mundo de paz y de alegría porque “sólo de la paz en las conciencias puede nacer la paz en los pueblos y entre los pueblos”.
Dichosos nuestros soldados que cooperan con la justicia y la fraternidad entre los pueblos.
Dichosos los que dan su vida en “misiones humanitarias” y no se le honra como es debido.
Dichosos los que lloran a causa del odio, las injusticias y la guerra.
Dichosos…
Dichosos nuestros compatriotas que han muerto por lograr un mundo mejor, porque Dios les llamará hijos suyos.
Hoy, más que nunca, la situación bélica actual nos obliga a trabajar por el bien de los pueblos de la forma más pacifica que sepamos y tengamos a nuestro alcance. Es más, las victimas inocentes nos exigen que no nos resignemos a la guerra como si fuera algo que no se puede evitar.
Para ello, deberemos encontrar el mejor camino, empezando por nuestro entorno, para erradicar las injusticias, la codicia, los egoísmos, el odio, las envidias y las incomprensiones, que son, en definitiva, la semilla de la guerra absurda y de las tragedias de la humanidad.
¿Quién de ustedes, mirando a los ojos de nuestros jóvenes soldados, se atreve a decirles que nosotros no podemos, que corresponde a otros, que no sabemos trabajar por la paz y alegría, por la esperanza y la concordia entre los pueblos?
No se muy bien porque les digo esto. Tal vez sea porque me entristece ver las fotos de los soldados fallecidos y me avergüenzo del comportamiento fariseo de nuestro gobierno. O quizás es que han saltado las alarmas de mi conciencia pidiéndome que reaccione ante las lágrimas de unos padres, de unos abuelos, de unos compañeros que exigen justicia y paz.
Cuentan que durante la Segunda Guerra Mundial cayó una bomba cerca de la iglesia de un pueblecito alemán y, al explotar, le arrancó los dos brazos a la figura de Cristo crucificado. Una vez acabada la guerra, quisieron restaurarlo, pero alguien sugirió dejarlo como estaba, sin brazos. Se aceptó la propuesta pero no sin incluir una leyenda que decía así: “Vosotros sois mis brazos” De esta manera, todo el pueblo recordaría siempre que Jesucristo tiene necesidad de nuestros brazos para continuar su misión en la tierra.
Pues bien. Dichosos los que usan sus brazos para aliviar el dolor.
Dichosos los usan sus brazos para sembrar esperanza.
Dichosos los que usan sus brazos para llenar el mundo de paz y de alegría porque “sólo de la paz en las conciencias puede nacer la paz en los pueblos y entre los pueblos”.
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