viernes, mayo 25, 2007

Momentos estelares de la humanidad


Por Germont

Me pregunto si los ciudadanos son conscientes cuando se ven inmersos, y son protagonistas incluso, en situaciones que pueden calificarse, siguiendo a Stefan Zweig, como momentos estelares de la humanidad.

O si, por el contrario, la trascendencia de esos instantes sólo es perceptible a posteriori, con la facilidad que da el describir o descubrir a toro pasado. Quizá incluso el momento deviene estelar sólo a la luz de acontecimientos posteriores, que son los que permiten determinar que aquella ocasión, de haberse decidido en otro sentido, hubiese cambiado el curso de la historia.

En pocas ocasiones una cita electoral, y mucho menos una de carácter municipal y autonómico, puede sugerir al ciudadano la inminencia de una bifurcación tan clara como la que tienen ante sí los electores navarros este domingo. Pocas veces habrá estado tan clara la disyuntiva entre avanzar en un proyecto disgregador o resistir en la defensa de una determinada visión de España. Parafraseando a Churchill, nunca tantos habrán debido tanto a tan pocos si finalmente la actual mayoría resistente al nacionalismo consigue superar el ya tradicional embate de los anexionistas vascos, unido en esta ocasión al evidente, aunque inconfeso, cambio de bando de los socialistas.

En Navarra no se dilucida simplemente un puñado de alcaldías, ni la ideología que deberá regir la administración de los impuestos de los navarros. En la Comunidad Foral está en juego, aunque suene terriblemente solemne y grandilocuente, el futuro de la España que conocemos. Si ganan ellos, el proyecto secesionista vasco recibirá un gran impulso, probablemente irreversible, que además dará alas a los demás nacionalismos. Si no ganan, no nos engañemos: las cosas no habrán avanzado en el sentido opuesto, sino que simplemente habremos conseguido conservar el fuerte hasta el próximo ataque. Pero se habrá sentado un precedente de indudable valor psicológico: el nacionalismo puede ser derrotado.

Puede parecer una tontería, pero no lo es: desde hace treinta años, el nacionalismo avanza de victoria en victoria, en un auténtico paseo militar propiciado por las sucesivas cesiones de los gobiernos centrales y por el pasotismo de buena parte de la sociedad. Quienes no somos nacionalistas necesitamos una victoria que nos demuestre que todavía hay partido, que nos haga creer en un todavía lejano punto de inflexión, en que la caída empieza a ralentizarse.

Parece mentira que algo tan trascendental pueda estarse dirimiendo entre propuestas de política municipal, casi aldeana, y en torno a un parlamento autonómico, pero así es. Falta la nobleza y la solemnidad de los grandes acontecimientos. Pero tampoco aquellos pocos a quienes se refería Churchill, pilotos de la Royal Air Force, se desempeñaban a los sones de Pompa y Circunstancia, sino más bien entre grasa, pólvora y sudor. Al final, aquel pelotón de infantería del que según Spengler siempre acaba dependiendo la civilización occidental lo componen soldados desconocidos, equiparables a los ciudadanos anónimos que probablemente sean tan ajenos como aquellos a lo elevado de su responsabilidad, que además no han buscado. Ojalá por un momento sean capaces de intuir que, por una vez sin exageración alguna, su voto puede cambiar una historia que algunos están intentando escribir por ellos.


Los árboles y el bosque

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