domingo, abril 08, 2007

¿Quién teme al Conthe feroz?


La verdad es que Conthe da un poco de miedo, con esa cara picada de viruela y esa mirada gélida que parece capaz de atravesar blindajes. Pero no creo que sea ese tipo de miedo el que el Gobierno está mostrando ante su anunciada y voluntaria comparecencia ante el Congreso de los Diputados para informar sobre la opa contra Endesa. Conthe ha de saber mucho, demasiado, y ya se sabe lo que pasa en las películas con los que saben demasiado: acaban mal. Tampoco parece Conthe de los que se amilanan fácilmente, aunque desde las filas de la oposición, que ahora esperan con deleite su comparecencia, se le haya atacado despiadadamente no hace tanto, en el transcurso de la misma operación sobre la eléctrica. Es también éste un interesante elemento de reflexión: la carga feroz de la oposición contra todo aquel, juez o funcionario, que no actúa exacta y precisamente como ellos esperan para luego, con cierta frecuencia, tener que batirse en estratégica retirada y cambiar las críticas aceradas por encendidos elogios y palmaditas en la espalda del tipo “venga, cuéntanos lo que sabes, que en el fondo siempre te hemos apoyado”.

Lo que pasa es que estas actitudes a menudo sectarias de la oposición palidecen ante los espectáculos con que nos deleita el Gobierno, convertido en paternal censor de aquellas cosas que el parlamento no debe oír, para que los castos y virginales oídos de nuestros legisladores no se escandalicen. Ahora se ha empeñado el Ejecutivo en que Conthe no comparezca ante el Congreso para informar de la electrizante, y nunca mejor dicho, tragicomedia de Endesa. Muy gordo ha de ser lo que temen que salga de su boca, para lanzarse a tan antiestética operación de bloqueo. Me recuerda Conthe a aquellos jugadores de rugby que corren raudos por la banda camino de la línea de meta, y los ministros a los contrarios que se lanzan en plancha a placarlos para impedir que anoten el tanto. Difícil y vano empeño, pues tarde o temprano hablará, sea en sede parlamentaria, en rueda de prensa o en tertulia radiofónica. Pero claro, sería mucho más fácil desacreditarle en este caso que viéndole responder a las preguntas de Sus Señorías. Sin olvidar que no parece que sea precisamente de los que se ponen nerviosos en el estrado. Un hueso duro de roer, que quizá desvelará los trucos de magia que llevaron a Clos a sus geniales intuiciones, o aclarará quién abrió la puerta trasera para que Enel accediera a los aposentos vedados a E.on, y si eso tiene algo que ver con las pláticas, sospechosamente coincidentes en el tiempo, entre Zapatero y Prodi.

Aún así, no dejan de ser espectáculos para gourmets, para connaisseurs, para entendidos. Este tipo de escándalos, propios de países en los que el Gobierno considera que la política está por encima de todo, y por supuesto y en particular de las leyes y los procedimientos, no suelen calar demasiado entre el gran público. Probablemente, el temor del Gobierno en este caso se refiera más a su imagen pública ante los ejecutivos extranjeros o ante los grandes inversores: un ilustre cesante despechado resulta menos antiestético que todo un presidente de la CNMV largando en la sede de la soberanía nacional.


Germont

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