domingo, marzo 11, 2007

Volved a vuestras casas y contad a todo el mundo...



LUIS, estuvo allí y nos lo cuenta...

«Volved a vuestras casas y contad a todo el mundo lo que ha pasado aquí, lo que habéis hecho, lo que habéis sentido. Que os vean en pie, con la cabeza alta y fuertes como yunques. Orgullosos de ser españoles que no se resignan. Decid que estamos reclamando una deuda que el Gobierno quiere cancelar. Decid que reclamamos la libertad que nos han robado y que solamente podremos recuperar cuando se haga justicia, cuando podamos respirar hondo, cuando los terroristas no ejerzan ninguna influencia en nuestra vida, cuando ETA sea derrotada y desaparezca. Este es nuestro empeño, esto es posible y esto, con la ayuda de todos, lo haremos realidad.»


(Del final del discurso de Mariano Rajoy, ayer, en la gigantesca manifestación convocada por el PP en Madrid)


Y yo estoy ardiendo de deseos de hacerlo.

Germán Yanke, que, como profesional del periodismo es muchísimo más diestro que yo, ha dejado varios párrafos en su descripción sobre los asistentes a la manifestación que no puedo resistirme a reproducir porque expresan cabalmente lo que deseaba transmitiros a los que desgraciadamente no hayáis podido estar presentes en este trascendental acontecimiento:

«Les observo. No puedo ver a todos, claro, pero sí a algunos de los que se acercan por Chamberí hacia la Plaza de la Independencia -o hacia donde puedan, porque el gentío hace difícil el paso- y no soy capaz de hacerme con la imagen tipo del manifestante de ayer. Los hay de todas clases (sin segunda intención lo de clases): jóvenes y mayores, allí la señora con diadema que se envuelve en la bandera de España, una chica con más «piercings» a la vista que lo que se diría razonable, matrimonios con hijos, grupos de chavales. Visten de modo dispar: los hay elegantemente desenfadados y otros que no parecen cuidar mucho su aspecto. Unos van de prisa y otros lentamente. Hay rostros compungidos, como si quisieran mostrar el dolor causado por el terrorismo, y otros risueños, como si se reflejara en ellos el sentirse tan acompañados.

Si se me permite la licencia, no dispongo de los instrumentos necesarios para saber si todos los que van llenando las calles son de derechas o si el PP, convocante de la marcha, ha logrado que se sumen ciudadanos de izquierdas o votantes de otros partidos, como sus dirigentes dijeron pretender. La presencia de esos «otros», al menos, no es visible, aunque no hay modo, como digo, de meterse en la conciencia y en la cabeza de cada uno. Pero si damos por bueno que es la derecha, y sólo ella, la que estaba en la calle, habrá que concluir que es variada.»

Efectivamente, cerca ya de las cinco de la tarde, desde donde había conseguido por fin dejar el coche junto al Vips de López de Hoyos, se veían grupos numerosos de personas –grupos de familias más bien eran la tipología dominante – portando banderas españolas, bajar desde los altos de Serrano, por Velázquez y calles adyacentes, para ir confluyendo despaciosamente en dirección a la plaza de la Independencia todavía muy lejana. A la altura del cruce con la calle de Juan Bravo y el paso elevado sobre la Castellana hacia el paseo del Cisne, la policía municipal ya había cortado la circulación. Muchos automóviles llenos de jóvenes portando banderas pugnaban por desviarse y localizar algún imposible hueco donde aparcar.

Unos pocos grupos de turistas, con el plano de la ciudad desplegado, parecían dudar entre proseguir su camino de visitas o unirse perplejos a la riada de personas y de banderas (la densidad de ambas iba en aumento a cada paso que dábamos) que descendíamos por la suave pendiente que forma la calle de Serrano entre ese punto y el cruce con Goya, donde se remansa algo hasta desembocar en la Puerta de Alcalá. Pero al llegar a la altura de Ayala y Hermosilla, la concentración acrecentada de todos los que bajábamos por las calzadas despejadas de vehículos (qué insólito placer deambular así por esas arterias comerciales, síntesis de la elegancia y del “glamour”) empezaba a dificultar el avance. Desde el cruce con Goya podía verse que la plaza de Colón y Génova ya eran un mar de banderas. Imposible llegar hasta la Puerta de Alcalá que se veía al fondo sobre una alfombra rojigualda, decidimos por tanto bajar hasta Recoletos por Villanueva para encontrarnos que, delante de la fachada del solemne edificio de estilo ecléctico cuya escalinata estaba tomada por la multitud, los miles de personas que llenaban el espacio codo con codo habían compactado de tal modo una masa humana que ya era imposible avanzar ni retroceder.

Allí nos quedamos entonces, sumergidos entre miles de familias, grupos de jóvenes y mayores, cochecitos de niño, ancianas y adolescentes, en medio de un bosque de improvisados o elaborados mástiles que elevaban sobre nuestras cabezas miles y miles de metros cuadrados de banderas de España, ondeando orgullosas gracias a un suave viento que agradecíamos como paliativo del humano calor reconcentrado. Imposible ver nada, nuestra posición quedaba por debajo de los laterales y además todos los espacios elevados ya estaban ocupados. Gracias a una pantalla gigante que podíamos atisbar a veces entre el ondear de las banderas pudimos enterarnos algo de la marcha de la manifestación, pero durante las dos horas largas que quedamos allí empantanados únicamente los rostros, gestos y comentarios de los que nos rodeaban fueron el horizonte sobre el que dirigir nuestras miradas.

¡Pero todo el acto fue una fiesta! Contagiados y empatizados por la enormidad de la asistencia, aunados todos en un clamor común, casi en una comunión mística con el sobrio, ajustado y contundente discurso de Rajoy, recibimos una sobrecarga de ánimo y esperanza que tanta falta nos hacía.

Todos juntos y ¡a por ellos! Sin desanimarnos, porque la razón y la Patria están con nosotros y antes o después la dignidad y la libertad van a prevalecer.


LUIS

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