Indignados y serenos
Ya desde el mediodía, Madrid era atravesado por cientos de autobuses (Valladolid 11, Murcia 4, Sevilla 6, leo en la parte delantera de alguno de ellos) que no podían llegar donde deseaban, lo más cerca posible de la Puerta de Alcalá, porque las calles comenzaron pronto a ser cortadas. Había que hacer esfuerzos y largos trayectos para atravesar la Castellana. Madrid se llenaba de manifestantes.
Les observo. No puedo ver a todos, claro, pero sí a algunos de los que se acercan por Chamberí hacia la Plaza de la Independencia -o hacia donde puedan, porque el gentío hace difícil el paso- y no soy capaz de hacerme con la imagen tipo del manifestante de ayer. Los hay de todas clases (sin segunda intención lo de clases): jóvenes y mayores, allí la señora con diadema que se envuelve en la bandera de España, una chica con más «piercings» a la vista que lo que se diría razonable, matrimonios con hijos, grupos de chavales. Visten de modo dispar: los hay elegantemente desenfadados y otros que no parecen cuidar mucho su aspecto. Unos van de prisa y otros lentamente. Hay rostros compungidos, como si quisieran mostrar el dolor causado por el terrorismo, y otros risueños, como si se reflejara en ellos el sentirse tan acompañados.
Si se me permite la licencia, no dispongo de los instrumentos necesarios para saber si todos los que van llenando las calles son de derechas o si el PP, convocante de la marcha, ha logrado que se sumen ciudadanos de izquierdas o votantes de otros partidos, como sus dirigentes dijeron pretender. La presencia de esos «otros», al menos, no es visible, aunque no hay modo, como digo, de meterse en la conciencia y en la cabeza de cada uno. Pero si damos por bueno que es la derecha, y sólo ella, la que estaba en la calle, habrá que concluir que es variada.
La derecha en la calle. Otra vez, además. Hay una cierta izquierda a la que esto, más que molestarle, le parece imposible. Deben pensar que la calle es suya, porque suyas son las «reivindicaciones» y la conexión con la gente de a pie, y que la derecha tiene su espacio natural en los despachos o en los salones de té. Sólo pensando así se puede asegurar que aquellas manifestaciones -también multitudinarias- contra el apoyo de España a la guerra de Irak eran una muestra del compromiso con unas ideas, y esta de ayer, como se ha dicho estos días, un modo de sacar de las instituciones un tema como la política antiterrorista. Hay, por cierto, una distinción clásica entre «lo político», que haría referencia al poder y a las instituciones del Estado, y «la política», que es la discusión social y abierta sobre las cuestiones que interesan a los ciudadanos, y también sobre «lo político». El PSOE debería tener cuidado si ve, o si quiere ver, «agitación» en esta marcha porque, en una sociedad democrática, no existe «lo» político sin «la» política. Al fin y al cabo, el PP y los manifestantes no hacen sino ejercer un derecho constitucional.
El señuelo
Creo que no hay que olvidar tampoco que el Gobierno, lo vista como lo vista retóricamente, no quiere el apoyo del PP en la nueva política antiterrorista enmarcada en el señuelo del «final dialogado». Implica un plan más amplio e interesa pactarlo, por sus especiales características (porque se quiere desplegar una política concreta, como ha dicho el propio presidente, junto a o paralelamente a la firmeza del Estado de Derecho), con nacionalistas y otros partidos de la izquierda. La exclusión del PP es un instrumento declarado, a veces incluso la discusión parlamentaria con él, de esta estrategia hasta llegar a la paradoja de criticar agriamente que la derecha quiera levantar la cabeza, como ha hecho en las calles de Madrid, y defender, apelando a los «derechos individuales», que Batasuna, organización ilegal, celebrara un congreso en Baracaldo. Tampoco debe olvidarse, en este contexto, que si estuviese en vigor el Pacto por las Libertades, el Gobierno habría tenido que consultar con el PP la excarcelación de De Juana. No está en vigor para no hacerlo y, al no estar vigente, tiene el PP derecho a manifestarse.
Seguramente la calle no es de la izquierda ni de la derecha, sino de los indignados. Y no es extraño que las dimensiones de la protesta de ayer sean el resultado de una indignación acumulada y espoleada por los beneficios penitenciarios al terrorista De Juana en unas circunstancias de abierto chantaje al Estado. En un relato de Jean Lorrain le preguntan a un personaje zaherido, no parece exaltado, si está «serenamente indignado». «No -responde- estoy indignado de verdad y sereno». Podría haber estado en la marcha.
Es una pista, al mismo tiempo, sobre el efecto que ha producido socialmente el laberinto del «proceso» en el que se ha metido Zapatero y del que no quiso salir ni cuando ETA hizo estallar, asesinando a dos personas, el aparcamiento de la nueva terminal de Barajas. Los beneficios concedidos al criminal chantajista, lo quiera o no el Gobierno, hacen visibles los vericuetos de la ingeniería del apaciguamiento con que se ha sustituido el empeño por la derrota de ETA, y han convertido a un asesino en el símbolo del proceso. A nadie se le oculta que, aunque no se haya hecho visible la izquierda en esta protesta (que tenía indudablemente un componente de apoyo al PP), la decisión del Gobierno supone una quiebra soterrada en el propio PSOE y entre sus votantes.
Cuando, bien pasadas las 7 de la tarde, Mariano Rajoy tomó la palabra en la Plaza de Colón, el tono de su discurso, duro contra el Gobierno, no perdió la serenidad necesaria. No sé si, en alguna esquina de la marcha, ha habido una bandera preconstitucional o un fascista vociferando encaramado a un poste. No lo he visto. Y si lo ha habido creo sinceramente que el asunto mollar de la protesta no iba con él, ya que era el Estado de Derecho y la libertad. Sí he visto una bandera de España en la que se leía «Ynestrillas presente», y lo anoto por dos motivos: porque Ynestrillas se ha convertido en un ritornello de algunos socialistas asustados por la indignación ciudadana, como si la aparición fantasmal de ese nombre invalidara cualquier protesta y, también, porque Ynestrillas fue asesinado por De Juana, algo que, para este propósito de desprestigio, no se quiere recordar.
Le pregunto a uno de los manifestantes, cuando ya todos se alejan, si cree que van a lograr que el Gobierno rectifique. «No creo -dice-, pero no por eso voy a dejar de decir lo que pienso». No me lo imagino asaltando oficinas públicas. Se diría que distingue bien entre «lo» político y «la» política. Ya votará, pero no por eso va a dejar hasta entonces lo que considera suyo
Les observo. No puedo ver a todos, claro, pero sí a algunos de los que se acercan por Chamberí hacia la Plaza de la Independencia -o hacia donde puedan, porque el gentío hace difícil el paso- y no soy capaz de hacerme con la imagen tipo del manifestante de ayer. Los hay de todas clases (sin segunda intención lo de clases): jóvenes y mayores, allí la señora con diadema que se envuelve en la bandera de España, una chica con más «piercings» a la vista que lo que se diría razonable, matrimonios con hijos, grupos de chavales. Visten de modo dispar: los hay elegantemente desenfadados y otros que no parecen cuidar mucho su aspecto. Unos van de prisa y otros lentamente. Hay rostros compungidos, como si quisieran mostrar el dolor causado por el terrorismo, y otros risueños, como si se reflejara en ellos el sentirse tan acompañados.
Si se me permite la licencia, no dispongo de los instrumentos necesarios para saber si todos los que van llenando las calles son de derechas o si el PP, convocante de la marcha, ha logrado que se sumen ciudadanos de izquierdas o votantes de otros partidos, como sus dirigentes dijeron pretender. La presencia de esos «otros», al menos, no es visible, aunque no hay modo, como digo, de meterse en la conciencia y en la cabeza de cada uno. Pero si damos por bueno que es la derecha, y sólo ella, la que estaba en la calle, habrá que concluir que es variada.
La derecha en la calle. Otra vez, además. Hay una cierta izquierda a la que esto, más que molestarle, le parece imposible. Deben pensar que la calle es suya, porque suyas son las «reivindicaciones» y la conexión con la gente de a pie, y que la derecha tiene su espacio natural en los despachos o en los salones de té. Sólo pensando así se puede asegurar que aquellas manifestaciones -también multitudinarias- contra el apoyo de España a la guerra de Irak eran una muestra del compromiso con unas ideas, y esta de ayer, como se ha dicho estos días, un modo de sacar de las instituciones un tema como la política antiterrorista. Hay, por cierto, una distinción clásica entre «lo político», que haría referencia al poder y a las instituciones del Estado, y «la política», que es la discusión social y abierta sobre las cuestiones que interesan a los ciudadanos, y también sobre «lo político». El PSOE debería tener cuidado si ve, o si quiere ver, «agitación» en esta marcha porque, en una sociedad democrática, no existe «lo» político sin «la» política. Al fin y al cabo, el PP y los manifestantes no hacen sino ejercer un derecho constitucional.
El señuelo
Creo que no hay que olvidar tampoco que el Gobierno, lo vista como lo vista retóricamente, no quiere el apoyo del PP en la nueva política antiterrorista enmarcada en el señuelo del «final dialogado». Implica un plan más amplio e interesa pactarlo, por sus especiales características (porque se quiere desplegar una política concreta, como ha dicho el propio presidente, junto a o paralelamente a la firmeza del Estado de Derecho), con nacionalistas y otros partidos de la izquierda. La exclusión del PP es un instrumento declarado, a veces incluso la discusión parlamentaria con él, de esta estrategia hasta llegar a la paradoja de criticar agriamente que la derecha quiera levantar la cabeza, como ha hecho en las calles de Madrid, y defender, apelando a los «derechos individuales», que Batasuna, organización ilegal, celebrara un congreso en Baracaldo. Tampoco debe olvidarse, en este contexto, que si estuviese en vigor el Pacto por las Libertades, el Gobierno habría tenido que consultar con el PP la excarcelación de De Juana. No está en vigor para no hacerlo y, al no estar vigente, tiene el PP derecho a manifestarse.
Seguramente la calle no es de la izquierda ni de la derecha, sino de los indignados. Y no es extraño que las dimensiones de la protesta de ayer sean el resultado de una indignación acumulada y espoleada por los beneficios penitenciarios al terrorista De Juana en unas circunstancias de abierto chantaje al Estado. En un relato de Jean Lorrain le preguntan a un personaje zaherido, no parece exaltado, si está «serenamente indignado». «No -responde- estoy indignado de verdad y sereno». Podría haber estado en la marcha.
Es una pista, al mismo tiempo, sobre el efecto que ha producido socialmente el laberinto del «proceso» en el que se ha metido Zapatero y del que no quiso salir ni cuando ETA hizo estallar, asesinando a dos personas, el aparcamiento de la nueva terminal de Barajas. Los beneficios concedidos al criminal chantajista, lo quiera o no el Gobierno, hacen visibles los vericuetos de la ingeniería del apaciguamiento con que se ha sustituido el empeño por la derrota de ETA, y han convertido a un asesino en el símbolo del proceso. A nadie se le oculta que, aunque no se haya hecho visible la izquierda en esta protesta (que tenía indudablemente un componente de apoyo al PP), la decisión del Gobierno supone una quiebra soterrada en el propio PSOE y entre sus votantes.
Cuando, bien pasadas las 7 de la tarde, Mariano Rajoy tomó la palabra en la Plaza de Colón, el tono de su discurso, duro contra el Gobierno, no perdió la serenidad necesaria. No sé si, en alguna esquina de la marcha, ha habido una bandera preconstitucional o un fascista vociferando encaramado a un poste. No lo he visto. Y si lo ha habido creo sinceramente que el asunto mollar de la protesta no iba con él, ya que era el Estado de Derecho y la libertad. Sí he visto una bandera de España en la que se leía «Ynestrillas presente», y lo anoto por dos motivos: porque Ynestrillas se ha convertido en un ritornello de algunos socialistas asustados por la indignación ciudadana, como si la aparición fantasmal de ese nombre invalidara cualquier protesta y, también, porque Ynestrillas fue asesinado por De Juana, algo que, para este propósito de desprestigio, no se quiere recordar.
Le pregunto a uno de los manifestantes, cuando ya todos se alejan, si cree que van a lograr que el Gobierno rectifique. «No creo -dice-, pero no por eso voy a dejar de decir lo que pienso». No me lo imagino asaltando oficinas públicas. Se diría que distingue bien entre «lo» político y «la» política. Ya votará, pero no por eso va a dejar hasta entonces lo que considera suyo
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