Prohibido dimitir
Ya sé que vergüenza y político son términos incompatibles, salvo honrosísimas excepciones. Pero pocas veces se ve tan claro como en el reciente referéndum sobre el nuevo estatuto de autonomía de Andalucía. Un 37 % del electorado se ha dignado acercarse al colegio a depositar su voto, y eso que los dos grandes partidos pedían el voto afirmativo. Le ha faltado tiempo al PSOE para afirmar que ha sido justamente eso, la seguridad en el triunfo del sí, lo que ha desmovilizado al electorado. Y de paso, claro está, para echarle la culpa al PP por haber pedido el sí “con la boca pequeña”. Y el PP ha tardado minuto y medio en achacar a Zapatero el fracaso.
La verdad es que la génesis de este estatuto sólo merecía un broche de oro como éste. La absoluta innecesariedad de las reformas estatutarias auspiciadas por el gobierno de Zapatero ha sido puesta en evidencia por un electorado que nunca había estado tan distante de sus políticos como en estos momentos. Poner el Estado patas arriba era, según Zapatero, una perentoria necesidad, un auténtico clamor social, un paso indispensable en la titánica tarea de cohesionar el país. En Cataluña, nación histórica por excelencia en la cual, según los nacionalistas, no había reunión, por doméstica que fuera, en que no se brindase por el alumbramiento de un nuevo estatuto, votó un cincuenta por ciento raspadito del censo. Para disimular el desaguisado, se armó a toda velocidad un engendro estatutario para Andalucía, que maldita la falta que le hacía, pero que se apuntó al lema de “tonto el último”, aunque sólo fuese porque echando cuentas han llegado a la conclusión de que, tal como establece el estatuto catalán el reparto de las inversiones estatales, sólo hay sitio para seis estatutos escasos. Una por aportación al PIB, otra por porcentaje de población, Cataluña y Andalucía se han asegurado inversiones de un 18 %. Multipliquen ustedes. Aparte de eso hubo que añadir, tras una larga velada a base de fino supongo, lo de la realidad nacional. Chaves ya tiene su juguete nuevo, que pagamos todos y que los propios andaluces ignoran olímpicamente. Sería el momento ideal para largarse a casa, si la vergüenza figurase en su diccionario.
No está libre de culpa el PP. También Arenas debería irse a casita a meditar el porqué de su apoyo a un estatuto innecesario. La razón es muy simple: se valoró si había posibilidad de ganar el referéndum propugnando el no. Como se vio que era imposible, el PP debió decidir que no podía afrontar otra derrota, y aplicó aquello de unirse al enemigo al que no se puede vencer. Filosofía a la que, por cierto, Arenas debe estar ya muy hecho, puesto que lleva décadas sin lograr vencer a los socialistas. ¿Qué tal un largo descanso, don Javier, campeón?
Pero aquí nunca pasa nada. Con sus mejores sonrisas, todos nos dirán que el sí ha arrollado y que hay que mirar al futuro, y que si algo ha salido mal es culpa del otro. Y los ciudadanos, a seguir pagando los caprichos de los nuevos déspotas, que por no ser no son ni ilustrados. Si acaba surgiendo algún movimiento político que se proponga romper con esta nauseabunda componenda partidista, que nadie se extrañe. Y a poco serios que sean, que cuenten conmigo.
Germont
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