jueves, febrero 22, 2007

La nave fantasma.


Galicia con la amenaza tóxica y la incompetencia de los políticos.

Y la nave va...y viene...

Y viene y va. Y, al hacerlo, nos recuerda que ya tuvimos un día, no hace tanto, a un barco de turismo, mar arriba y mar abajo. ¿Es lo mismo? Por supuesto, no es lo mismo. Se decía ayer en esta primera de opinión: «Comparar al Ostedijk con el Prestige es como comparar al Manchester con el Mérida». Cierto: ni la nave, ni su carga, ni la situación objetiva de una y otra tienen, a Dios gracias, nada que ver con la que ocasionó el desastre del Prestige.

Las diferencias son tantas que, con mayor razón, resulta incompresible que los responsables del operativo de salvamento del barco siniestrado no hayan adoptado una clara decisión respecto al buque desde el momento mismo en que pudieron constatar que no existían riesgos ni de incendio, ni de explosión, ni de contaminación.

Así lo ha dicho con toda claridad la persona de la que hay que fiarse de verdad en este caso, Pilar Tejo, directora de Salvamento Marítimo, cuyo criterio, una vez formado, debiera ser el realmente operativo.

Pese a ello, la imagen que ha trasladado, desde el primer momento, el llamado gabinete de crisis encargado de hacer frente a la emergencia es que, en pudiendo, lo mejor era no adoptar ninguna resolución definitiva, no fuera que, al hacerlo, vaya uno y se equivoque. Es decir, hacer lo que en ocasiones aconsejan los ingleses: wait and see (esperar y ver).

La prudencia, que constituye siempre una virtud, es más exigible, desde luego, cuando se anda con las cosas de comer y por tanto nadie debiera criticar a un gobernante por retrasar una decisión hasta el preciso momento en que se cuenta con todos los elementos de juicio necesarios para minimizar el riesgo de meter la pata y montar una de vaqueros.

Pero es esa misma prudencia la que exige que se haga lo que se considera necesario una vez que, con toda la información, se ha establecido una hipótesis razonable de trabajo. De este modo, si el buque ha de ser acercado a puerto para proceder a tomar en él las medidas oportunas, no debieran ser las presiones políticas locales las que determinasen las decisiones a adoptar. Le disguste a quien le disguste y proteste quien proteste.

Pues los Gobiernos, cuando toca, están también para esas cosas. De hecho, la dramática experiencia del Prestige nos aportó algunas enseñanzas esenciales. Entre otras, estas dos: que tan malo es decidir sin más criterio que las sucesivas ocurrencias del momento como no ejecutar decisiones razonables por temor a molestar a quienes se niegan a entender que quien gobierna ha de hacer más cosas que cortar cintas, hablar en la tele y participar en comilonas.

La Voz de Galicia

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