El lendakari no es un ciudadano más
Eso es lo que proclaman los portavoces del Partido Nacionalista Vasco cuando se duelen de que su dirigente haya tenido que acudir a declarar ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco como consecuencia de su reunión con el batasuno Arnaldo Otegui. Como recordarán, al ser Batasuna una organización declarada ilegal y terrorista están prohibidas sus actividades políticas, y en ese sentido alguien denunció al lendakari por reunirse públicamente con el hombre del pendiente.
Diré de entrada que, en mi opinión, estos procedimientos judiciales son totalmente inútiles, y probablemente incluso contraproducentes a la larga, pero en fin, cualquiera tiene derecho a denunciar ante los tribunales cualquier infracción legal que crea apreciar, los jueces están obligados a instruir unos autos y al final ya veremos.
En este caso, lo que más me fascina es la reacción de los nacionalistas vascos. Las adhesiones inquebrantables, las manifestaciones “espontáneas”, familias, gobierno y militantes escenificando por las calles el apoyo al líder perseguido por el poder opresor tienen un tufo fascista que, si no diese miedo, movería a la risa. Ni que fuese el Sr. Ibarreche a sufrir un castigo de un centenar de azotes, o a ser ajusticiado en la plaza pública. Que sólo va a declarar ante el juez, hombre, que miles de ciudadanos hemos pasado por ese trance alguna que otra vez en nuestra vida. Pero claro: es que el lendakari no es un ciudadano más, se han encargado de recordarnos.
Yo ya lo sospechaba, aunque sólo fuese por su parecido físico con algún personaje de Star Trek, o por esa manía de hablar siempre, sin excepción, de “los vascos y las vascas”, y de “este país”, por ese afán de dialogar siempre con los mismos, por esa voluntad inagotable de comprender a los asesinos y de pedir a las víctimas que olviden y perdonen, por esa idea de que “superar el conflicto” (otra frase habitual en el personaje) pasa por que se entiendan las razones políticas de los asesinos y se acepte que las víctimas no pueden condicionar la política. Ciertamente, el Sr. Ibarreche no es un ciudadano más. Pero en cualquier caso bien harían los militantes nacionalistas en reflexionar (vaya tontería que acabo de pedir…) sobre el concepto de independencia de los tres poderes que gastan los líderes de sus partidos. Pocas esperanzas les cabe albergar sobre su futuro en libertad cuando el gobierno en pleno sale a la calle a coaccionar a los jueces. Gesto habitual en el nacionalismo, por otra parte, y que inauguró Pujol cuando se le procesó por una cuestión mercantil. Ataque a Catalunya, ataque a Euskadi. No, el problema no es ése: como bien decía Francesc de Carreras en un artículo publicado esta semana en La Vanguardia, la cuestión es que los jueces “no son de los nuestros”, sino una manifestación más del poder opresor del Estado español.
Y mientras, Tony Blair declara una y otra vez ante Scotland Yard, al presidente de Israel lo interroga día sí día no la policía, Dominique de Villepin ha tenido que comparecer en varias ocasiones ante los tribunales… No, Ibarreche no es un ciudadano más: es un nacionalista, y eso le sitúa por encima del bien y del mal.
Germont
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