domingo, septiembre 24, 2006

Delenda est Hispania

España debe ser destruida. Tal es el propósito y objetivo de los nacionalistas que desde tres esquinas diferentes tiran de la cuerda para derribar, en un esfuerzo coordinado cada día más evidente, el edificio constitucional español, el único que, mejorable o no, garantiza la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos españoles. Nunca pensé que llegaría a escribir esto, pero la partida está muy cerca de su final, y tienen todas las ventajas a su favor. La nefasta presidencia de Rodríguez Zapatero ha acabado de decantar la balanza hacia el lado nacionalista, tras unos años en que, como mínimo, el proceso no avanzaba tan rápido.

A fuer de sinceros hay que reconocer que nunca desde hace treinta años la tendencia se ha invertido, nunca las fuerzas constitucionalistas, españolistas, unionistas o como se las quiera llamar, han tenido la iniciativa, y fruto de ello estamos donde estamos. Pero al menos se sabía que al otro lado de la cuerda había alguien que, como mínimo, resistía. Ahora el gobierno, encargado teórico de tirar de esa soga para contrarrestar en mayor o menor medida la constante tracción nacionalista, ha hecho manifiesta dejación de sus funciones, eliminando todos los frenos que aún mantenían la apariencia de un proceso controlado y la locomotora avanza desbocada.

Probablemente jamás sepamos si la actitud de Rodríguez Zapatero obedece a alguna íntima convicción, a algún plan bien o mal intencionado que pretendiese llegar al objetivo que está alcanzando, o si el resultado es fruto únicamente de una ineptitud o una ingenuidad sin límites. Conociendo al personaje, la ingenuidad es la más benévola y al propio tiempo la más improbable de las opciones. Cabe la posibilidad, ciertamente, de que crea que cediendo ante los nacionalistas va a conseguir aplacar su voracidad, pero esta hipótesis desvelaría un desconocimiento abismal de la realidad y de la historia, absolutamente imperdonable en un estadista y en una persona que lleva toda su vida, pues otro oficio no se le conoce, calentando escaño en el Congreso.

A ninguno de los tres nacionalismos rampantes les valdría conseguir para su propia región la independencia. No se sostiene la idea de una Cataluña independiente junto a una España fuerte y poderosa. Tampoco la de un País Vasco, y mucho menos la de Galicia. Pero, ¿y la de las tres, dejando España sumida en el caos y en el desconcierto, y sobre todo en un estado de shock semejante al de 1898, sin más conexión con Europa que la que transcurra por Aragón, sin más salida al Atlántico que la de Santander y Asturias, habiendo perdido cerca de la mitad de su litoral marítimo? ¿Cuánto tardarían estas tres "nacioncillas rabiosas" (Vidal Quadras dixit) en establecer acuerdos, si es que no los tienen ya, de cooperación y apoyo mutuo para poder obviar al vecino español y someterlo? Una España empobrecida, desequilibrada por la potencia de una capital desproporcionada y una periferia sin suficiente fuerza, salvo Valencia, donde por cierto los nacionalistas catalanes también hacen sus pinitos, porqué será... Esa España estaría a merced de las tres naciones sobrevenidas, por mucho que a ciertos altivos madrileños les parezca imposible. Dios ciega a aquellos a quienes quiere perder.

Ese es precisamente el objetivo: que la independencia solo se produzca cuando España pueda quedar como dependiente de los independizados. No otro es el motivo de que los nacionalistas no hayan apretado más el acelerador del separatismo. Saben que hoy por hoy no es económicamente viable, y por ello no dudan en asegurarse las inversiones estatales a través de sus estatutos durante los años que haga falta para completar sus infraestructuras, y de paso debilitar las del resto de la península.

El que no quiera ver, que no vea. Pero se equivocará quien crea que el nacionalismo es un problema de Cataluña, Euskadi o Galicia. En esta lucha está en juego la propia supervivencia de una España en libertad, de una España viable, de una España que quiera mantener su puesto en el escalafón de potencias industrializadas, en el que caería en picado si los nacionalistas se acaban saliendo con la suya. Solo una reacción firme e inmediata puede detener el proceso. Esta reacción tiene que venir de la sociedad, porque está visto que el actual gobierno no está por la labor, sino que se dedica a desbrozar el camino a los nacionalistas. Industriales, financieros, intelectuales, profesores, deportistas, profesionales, periodistas, políticos, ciudadanos en suma, deberían dar un paso al frente, pero falta un líder que les aúne. ¿Algún voluntario?

Germont

1 comentario:

Lord-Acton dijo...

Sin duda tiene uste razón en cuanto a la descripción de lo que está pasando. Aunque por mi parte entiendo que más grave es el hecho de que se queden que el que se vayan. Porque no están en juego -o no deberían estarlo- dos concepciones etnocéntricas y esencialistas de nación, sino una que los es rabiosamente, apelando al romanticismo más paleto, y otra, que no. Esta segunda concepción, que es la mía, hace depender la soberanía nacional de la voluntad del pueblo, es decir de los individuos que libremente deciden cooperar y asociarse. Esta es la concepción que en su día Renan contrapuso a la visión germánica e idealista del término nación.

En ese sentido, lo grave no es que se vayan sino el cómo se van. Matando y robando. Matando en el País Vasco y aboliendo las libertades civiles gracias a la dictadura del miedo. Y robando, coaccionando y creando una falsa realidad en Cataluña. Eso es lo que no debemos consentir. Si se quieren ir, que se vayan, pero ipso facto; sin amenazas, sin expolios, sin mentiras, sin amagos... A la p#### calle.