¿Y si hablamos de eficacia?
Tan deslumbrados nos tiene el gobierno con sus “grandes asuntos de Estado” que estamos perdiendo de vista su gestión cotidiana. Bien está, como principio general y sin que ello implique pronunciamiento sobre los métodos, objetivos y resultados, que el ejecutivo se vuelque en la “alta política” y se dedique a intentar obtener la paz con los terroristas, o a establecer una alianza de civilizaciones que asegure la armonía universal para los siglos y generaciones venideros, o a sustituir sin mandato previo el entramado constitucional por otro que agrade más y constriña menos a los aliados nacionalistas. Pero le incumbe también otra responsabilidad mucho más prosaica e ingrata, y sin embargo mucho más próxima al ciudadano, que es la gestión de aquellos asuntos de la vida cotidiana, que componen el día a día de los españoles. Y lo cierto es que, si nos metemos en ese terreno, el gobierno de Zapatero hace aguas y no supera los mínimos cánones de eficacia ni los más benévolos controles de calidad.
¿Hablamos de la inflación? Se mantiene un diferencial escandaloso respecto a la que registran los demás países europeos. ¿Qué podemos decir de la inmigración? Francia acaba de dejar en ridículo nuestras gestiones ante Senegal, mientras los cayucos siguen llegando sin cesar y el gobierno no sabe literalmente qué hacer ante la avalancha. ¿El precio de la vivienda? Dos años y medio ya de gobierno no permiten ya achacar todos los males a la derecha que les precedió. Las soluciones de la ministra del ramo no merecen ni ser comentadas. ¿La delincuencia? En auge evidente. Y si nos centramos en un tipo especialmente odioso de delito, como es la llamada violencia de género, alcanza cotas escandalosas, que suponen incrementos exponenciales respecto a las que se registraban cuando “la derecha” no quería resolver el problema. ¿Y el funcionamiento de los servicios? Guadalajara y los incendios, Barcelona y su aeropuerto. ¿La educación? Marcamos gloriosos récords en fracaso escolar.
¿Hablamos de la inflación? Se mantiene un diferencial escandaloso respecto a la que registran los demás países europeos. ¿Qué podemos decir de la inmigración? Francia acaba de dejar en ridículo nuestras gestiones ante Senegal, mientras los cayucos siguen llegando sin cesar y el gobierno no sabe literalmente qué hacer ante la avalancha. ¿El precio de la vivienda? Dos años y medio ya de gobierno no permiten ya achacar todos los males a la derecha que les precedió. Las soluciones de la ministra del ramo no merecen ni ser comentadas. ¿La delincuencia? En auge evidente. Y si nos centramos en un tipo especialmente odioso de delito, como es la llamada violencia de género, alcanza cotas escandalosas, que suponen incrementos exponenciales respecto a las que se registraban cuando “la derecha” no quería resolver el problema. ¿Y el funcionamiento de los servicios? Guadalajara y los incendios, Barcelona y su aeropuerto. ¿La educación? Marcamos gloriosos récords en fracaso escolar.
No sigo. Me deprimo. La supuesta alta política zapateril despliega un ensordecedor castillo de fuegos artificiales, o tal vez fatuos, pero no deberíamos perder de vista las actuaciones u omisiones que afectan a nuestra existencia diaria y que, en definitiva, constituyen la principal obligación del gobierno. A la hora de votar conviene recordarlo.
Germont
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