Hoy, 180 cohetes
Hoy siete de agosto, en el transcurso de la guerra del Líbano, Hezbollah ha lanzado 180 cohetes sobre Israel. 180 cohetes en un solo día, cerca de 2000 desde el inicio del conflicto. Pero como de costumbre la prensa y la progresía siguen fieles al lema “nunca dejes que la verdad te estropee una buena noticia”. ¿Van a estas alturas a cambiar su idea de que esto es una masacre indiscriminada de civiles árabes, consecuencia de una desproporcionada acción militar israelí contra un pueblo inerme, una caza de moscas a cañonazos?
Los números cantan: todo el potencial bélico de uno de los ejércitos más poderosos del mundo no acaba de doblegar la resistencia de un grupo terrorista tras tres semanas de guerra abierta. Señal evidente de que lo que hay enfrente no es un simple grupo terrorista, sino que su infraestructura, con el apoyo o el consentimiento, por complicidad o por impotencia, de las autoridades libanesas, había crecido hasta tal punto que constituía un peligro real y evidente para el Estado de Israel y sus ciudadanos. Resulta evidente también que tal abundancia de proyectiles y reservas no son posibles sin el apoyo constante e interesado de alguna potencia extranjera, como diría Aznar, “fácilmente reconocible”.
Tanto da: nada hará cambiar su enfoque a los Robert Fisk de turno, que cada día carga inmisericorde desde las páginas de The Independent y La Vanguardia contra Israel, Estados Unidos y Reino Unido, como únicos culpables, criminales y sádicos, de lo que está ocurriendo. Habrá que pensar en acuñar un nuevo término para definir a esta progresía que, fundamentalmente, es antioccidental. No podemos definirla como izquierda simplemente, porque en teoría es de izquierdas también Tony Blair, y lo han sido a menudo los líderes israelíes, y no por ello han dejado de ser blanco de sus iras. Es algo más profundo, es antisistema en estado puro. Es la alianza perpetua contra todo aquel que se oponga a nuestro sistema político occidental: democracia, capitalismo, libertad. Y sin embargo, pese a ser absolutamente minoritarios, dominan mayoritariamente los medios. Habría que analizar el porqué.
Los números cantan: todo el potencial bélico de uno de los ejércitos más poderosos del mundo no acaba de doblegar la resistencia de un grupo terrorista tras tres semanas de guerra abierta. Señal evidente de que lo que hay enfrente no es un simple grupo terrorista, sino que su infraestructura, con el apoyo o el consentimiento, por complicidad o por impotencia, de las autoridades libanesas, había crecido hasta tal punto que constituía un peligro real y evidente para el Estado de Israel y sus ciudadanos. Resulta evidente también que tal abundancia de proyectiles y reservas no son posibles sin el apoyo constante e interesado de alguna potencia extranjera, como diría Aznar, “fácilmente reconocible”.
Tanto da: nada hará cambiar su enfoque a los Robert Fisk de turno, que cada día carga inmisericorde desde las páginas de The Independent y La Vanguardia contra Israel, Estados Unidos y Reino Unido, como únicos culpables, criminales y sádicos, de lo que está ocurriendo. Habrá que pensar en acuñar un nuevo término para definir a esta progresía que, fundamentalmente, es antioccidental. No podemos definirla como izquierda simplemente, porque en teoría es de izquierdas también Tony Blair, y lo han sido a menudo los líderes israelíes, y no por ello han dejado de ser blanco de sus iras. Es algo más profundo, es antisistema en estado puro. Es la alianza perpetua contra todo aquel que se oponga a nuestro sistema político occidental: democracia, capitalismo, libertad. Y sin embargo, pese a ser absolutamente minoritarios, dominan mayoritariamente los medios. Habría que analizar el porqué.
Germont
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