'Catalán es todo aquel...'
¿Recordáis aquella famosa frase de Pujol? “Catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”. Una frase más de la colección que, en función de las necesidades electorales de cada momento, guiado por la conveniencia de apaciguar posibles focos de resistencia antinacionalista, el Gran Timonel de la nación catalana pronunciaba con solemnidad litúrgica.
Pero eso era en otros tiempos. Tiempos en los que, como decía, todavía era preciso, o al menos electoralmente rentable, sosegar a quienes se inquietaban alegando una sospechada política excluyente del nacionalismo. Ahora ya se ha perdido el miedo; el triunfo parece cercano e irreversible, abajo las máscaras.
En la Feria Internacional del Libro de Frankfurt la Generalitat solo pagará viaje y estancia a aquellos creadores que escriban en catalán. Los que lo hagan en castellano, por muy catalanes que sean, oh magnanimidad gubernamental, podrán asistir, pero sus gastos deberán sufragarlos sus respectivas editoriales.
Una de las servidumbres de una obra tan magna como lo es la creación de una nación es ésta: la del exterminio real o virtual de los discrepantes, o simplemente de aquellos que no encajan perfectamente con los cánones. También en esto los tiempos han cambiado, afortunadamente para bien: en la historia abundan los ejemplos de naciones esculpidas o purificadas a golpe de espada, de cañón o de campo de concentración. Estados sobrevenidos que, en aras a la consecución del bien superior indiscutible, que es su propia y soberana existencia, se han visto obligados a ahogar en su propia sangre a los resistentes, reticentes, tibios o desafectos, e incluso a los poco entusiastas. Los países modernos y civilizados ya no recurren a tan zafios procedimientos, puesto que han encontrado mecanismos mucho más sutiles y que, sobre todo, generan una alarma social muy inferior. La espada y el cañón han sido sustituidos por la subvención y la ayuda; el pelotón de fusilamiento por los medios de comunicación oficiales y por los amaestrados; y el gulag por los silencios sepulcrales, por las ignorancias olímpicas, por las exclusiones clamorosas.
El concepto de “lengua propia”, ingeniosa y malévola añagaza que en el estatuto de 1979 se aceptó en aras al apaciguamiento siempre imposible de la insaciable fiera nacionalista, se impone con toda su crudeza: el catalán es propio y el castellano, a sensu contrario, impropio. Quien escribe en catalán es propio (o sea, uno de los nuestros), y quien lo hace en castellano es impropio (o sea, un elemento perturbador). Yo soy catalán de pura cepa, y sin embargo si escribiese lo haría en castellano. Por la razón que sea, tanto da. Y por ello, a efectos de la Generalitat de Catalunya dejo de ser catalán y dejo de poder disfrutar de los beneficios de mi “nacionalidad” y del apoyo internacional de mi gobierno.
Gran invento el nacionalismo. Un dechado de libertad, de igualdad y de justicia. Y como siempre, casi todo el mundo mirando a otro lado.
Germont
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