Cualquier precio es político
El árbol del “precio político” no nos deja ver el bosque. En realidad, cualquier precio es político, al menos por su origen. Imaginemos si no el supuesto de que la asesina de ancianas de Barcelona, antes de ser apresada, emitiese un comunicado diciendo “dejo de matar por tiempo indefinido, a cambio de que nos sentemos a hablar de, qué sé yo, el importe de los cartones del bingo”. ¿Alguien la tomaría en serio? ¿Y a una banda de violadores o atracadores de banco que ofreciesen una tregua en sus actividades a cambio de negociar algo, lo que fuese? Incluso su propia impunidad.
El mero hecho del diálogo con ETA ya es pagar un precio político a la banda, porque es un trato que no se tendría con ninguna otra organización criminal. ¿Y por qué es político? Porque el objetivo que pretenden obtener los criminales con sus crímenes lo es. Y por supuesto que es precio político cualquier gesto que suponga que a los terroristas no se les aplique, pura y simplemente, la ley, la misma ley que se nos aplicaría a los demás ciudadanos que hubiésemos asesinado, secuestrado o extorsionado. Si se va a considerar siquiera la posibilidad de reducir o suavizar sus penas, es porque sus reivindicaciones eran políticas. Y ese mero reconocimiento implícito ya supone darles una cierta legitimidad, una cierta aureola de “luchadores que han equivocado el método pero que, en el fondo, tiene una parte de razón”.
Así que no nos dejemos marear con la idea de que mientras no haya precio político todo vale. Ni hablar. Cualquier precio que se les pague, incluso el de hablar con ellos de todo lo que no sea una rendición incondicional, es político.
Germont
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