Cobarde
Cobarde. Aunque finalmente se salga con la suya, que no sé muy bien cuál es, nadie le quitará el baldón de cobarde. Se van a hartar sus turiferarios de lanzar incienso a su alrededor, presentándolo como el caballero blanco que por primera vez ha afrontado a la bestia de la violencia de cara, de frente, con la mirada limpia y el corazón abierto y con la firme voluntad de acabar con ella. Pero el botafumeiro, en realidad, servía en sus orígenes para disimular en lo posible el olor insoportable de los miles de peregrinos sucios y sudorosos que se agolpaban en la catedral. El hedor seguía ahí, solo que camuflado por nubes de incienso que, sin embargo, no conseguían cambiar la realidad.
Por mucho incienso que se eche, el comportamiento de Rodríguez Zapatero apesta. Y no es precisamente el hedor, insoportable pero a la postre noble, de quien ha trabajado duro, del sudor del esfuerzo y del coraje. Apesta a cobardía y a traición. No hay un solo principio, no hay una sola regla, no hay una sola ley que a estas alturas no haya violado. Desde las leyes fundamentales del Reino hasta las de la más elemental cortesía o educación, nada ha quedado intacto tras el paso de este adolescente inculto e insensato, rebelde de pacotilla y revolucionario de salón, trilero ventajista que apuesta con los bienes ajenos. “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé... y en todas partes dejé recuerdo amargo de mí”.
No sé si algún día sabremos si está pagando favores pasados o comprando apoyos futuros, o ambas cosas, o si es que simplemente cree en realidad estar haciendo la revolución. Pero los daños prometen ser irreparables. Es como el inquilino que empieza a derribar tabiques y paredes en su afán por reformar la casa, y retira vigas y remueve cimientos sin encomendarse a arquitecto alguno. Y luego cuando la finca se hunde no entiende lo que ha pasado.
Por no tener no ha tenido ni el valor de anunciar su decisión ante los diputados, pero para mayor escarnio lo ha hecho a 20 metros, en los pasillos del Congreso, rehuyendo a la oposición y sin admitir preguntas de la prensa. No convocó el pacto antiterrorista como prometió; no informó al Pleno; ha mentido al líder de la oposición en todas y cada una de las ocasiones en que le ha citado a Moncloa. Ha despreciado a las víctimas y ha tendido la mano a los verdugos sin pedirles el menor gesto de arrepentimiento o de renuncia. ETA llevaba ya un año sin matar cuando este irresponsable llegó al poder. Y no era por cortesía hacia Aznar, sin duda. Era porque el estado de derecho la tenía prácticamente derrotada. Nunca Rodríguez nos dirá porqué tuvo que evitarle a ETA la derrota definitiva. No puede decirlo. Es demasiado tenebroso, tanto si es un pago atrasado como si es un anticipo.
Zapatero no va a negociar la paz, porque no hay guerra. Va a hipotecar el futuro de España, va a dejarlo en las manos incrédulas de quienes hace dos años no veían más horizonte que la cárcel. Va a hacer inútil el sacrificio de miles de ciudadanos asesinados, heridos, mutilados, secuestrados, amenazados, extorsionados. Y ni siquiera ha tenido el coraje de exigir a sus interlocutores que moderen las expresiones públicas de su euforia o del desprecio a la justicia ante la que ya se saben impunes. Ni siquiera ha querido evitar que el proceso coincida en el tiempo con el juicio por el más repugnante asesinato de ETA, si es que hay alguno que lo sea más que otros. A la cobardía ha unido la infamia.
Si en este mundo hay justicia, llegará el día en que Zapatero será señalado por la calle como traidor, como cobarde.
Germont
Por mucho incienso que se eche, el comportamiento de Rodríguez Zapatero apesta. Y no es precisamente el hedor, insoportable pero a la postre noble, de quien ha trabajado duro, del sudor del esfuerzo y del coraje. Apesta a cobardía y a traición. No hay un solo principio, no hay una sola regla, no hay una sola ley que a estas alturas no haya violado. Desde las leyes fundamentales del Reino hasta las de la más elemental cortesía o educación, nada ha quedado intacto tras el paso de este adolescente inculto e insensato, rebelde de pacotilla y revolucionario de salón, trilero ventajista que apuesta con los bienes ajenos. “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé... y en todas partes dejé recuerdo amargo de mí”.
No sé si algún día sabremos si está pagando favores pasados o comprando apoyos futuros, o ambas cosas, o si es que simplemente cree en realidad estar haciendo la revolución. Pero los daños prometen ser irreparables. Es como el inquilino que empieza a derribar tabiques y paredes en su afán por reformar la casa, y retira vigas y remueve cimientos sin encomendarse a arquitecto alguno. Y luego cuando la finca se hunde no entiende lo que ha pasado.
Por no tener no ha tenido ni el valor de anunciar su decisión ante los diputados, pero para mayor escarnio lo ha hecho a 20 metros, en los pasillos del Congreso, rehuyendo a la oposición y sin admitir preguntas de la prensa. No convocó el pacto antiterrorista como prometió; no informó al Pleno; ha mentido al líder de la oposición en todas y cada una de las ocasiones en que le ha citado a Moncloa. Ha despreciado a las víctimas y ha tendido la mano a los verdugos sin pedirles el menor gesto de arrepentimiento o de renuncia. ETA llevaba ya un año sin matar cuando este irresponsable llegó al poder. Y no era por cortesía hacia Aznar, sin duda. Era porque el estado de derecho la tenía prácticamente derrotada. Nunca Rodríguez nos dirá porqué tuvo que evitarle a ETA la derrota definitiva. No puede decirlo. Es demasiado tenebroso, tanto si es un pago atrasado como si es un anticipo.
Zapatero no va a negociar la paz, porque no hay guerra. Va a hipotecar el futuro de España, va a dejarlo en las manos incrédulas de quienes hace dos años no veían más horizonte que la cárcel. Va a hacer inútil el sacrificio de miles de ciudadanos asesinados, heridos, mutilados, secuestrados, amenazados, extorsionados. Y ni siquiera ha tenido el coraje de exigir a sus interlocutores que moderen las expresiones públicas de su euforia o del desprecio a la justicia ante la que ya se saben impunes. Ni siquiera ha querido evitar que el proceso coincida en el tiempo con el juicio por el más repugnante asesinato de ETA, si es que hay alguno que lo sea más que otros. A la cobardía ha unido la infamia.
Si en este mundo hay justicia, llegará el día en que Zapatero será señalado por la calle como traidor, como cobarde.
Germont
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