martes, mayo 30, 2006

La rosa y el olvido

Las famosas oficiales de la farándula progre repartieron rosas blancas en el Congreso, escenificando el apoyo a la política gubernamental para el País Vasco.Las actrices son gente de tablas, entrenadas para hacer creíble la ficción; pero están incurriendo en la típica deformación profesional, traspasando las fronteras de la ilusión en pantalla y creyéndose la artificiosidad de sus propios personajes. Últimamente han dado lecciones de ecología marítima, geoestrategia militar, derechos civiles, educación para la ciudadanía y recetas para la felicidad privada. Se han convertido en los nuevos ideólogos globales, en leninistas consecuentes un siglo después de que el primer zar rojo descubriera el potencial manipulador del invento. Pero su película social adolece de un grave defecto, es maniquea y siempre reparte los papeles de buenos y malos a los mismos estereotipos, en un guión previsible incapaz de emocionar, mucho menos de convencer. Hoy el cine es edulcoración programada, una ficción sin injustos perdedores, víctimas ni olvidados. Recordarlos sería políticamente incorrecto y la industria no debe enfrentarse al poder; hay muchas subvenciones en juego, además del riesgo comercial de herir a un espectador con los reflejos ya condicionados. Todo podría quebrar, un escándalo más.

Por eso estos son tiempos para los documentalistas heterodoxos, para los empecinados en la verdad, para los tipos con personalidad, para esas rara avis que van a contracorriente. Como la diputada de la oposición que ha declinado la rosa y sugerido a la mensajera que la lleve a la tumba de cualquiera de sus compañeros caídos; o el de Iñaki Arteta, el incómodo testigo que en Trece entre Mil ha hecho de su cámara una rigurosa prolongación de una mente penetrante y un corazón que todavía siente para que los demás podamos saber cómo es la muerte en vida, el dolor silenciado y la angustia olvidada de quienes han sido fríos objetivos instrumentales del terrorismo, de sus manipuladores y cómplices. Su derecho a la justicia es imprescriptible, la necesidad de calor, impostergable; y con humilde y digna resignación piden que, al menos, no les roben la utilidad y el valor de su sacrificio.

Las rosas son bellas y perfumadas, pero su esencia radica en las espinas que las defienden de la presentida brutalidad. La gente ordinaria carece del glamur de la rosa y ni siquiera posee espinas disuasorias contra los señores de las armas y de las urnas. Sin dinero, poder, notoriedad o influencia, sólo cuenta con su dignidad y su trabajo. Son carne de olvido. Será así hasta que se levante una marea de solidaridad humanizada que desbroce la montaña de artimañas y mentiras en las que se ha convertido el monipodio nacional.

Pedro Arias Veira

1 comentario:

vitio dijo...

Ahora resulta que dan rosas blancas a pro-etarras como Jose Goirizelaia.
El mundo al revés.