martes, mayo 09, 2006

Desinfección, desinsectación y desratización


Eso es lo que necesitaría la política catalana con suma urgencia. No me cansaré de repetirlo, aunque vosotros probablemente sí de leerlo: la vieja Cataluña, europea, civilizada, culta, está ofreciendo al mundo el espectáculo político más patético que pueda hallarse en un país avanzado. Los catalanes, diría que muy mayoritariamente, empezamos a mirar a otro lado, a retorcernos nerviosamente los dedos y a removernos incómodos en el asiento cuando algún visitante foráneo nos pregunta, con una expresión entre burlona y estupefacta en el rostro, por nuestra situación política. Y es que nos hemos quedado sin palabras para definir una realidad que nos supera, que nos avergüenza, que nos humilla día tras día.

Sería prolijo enumerar la interminable retahíla de barbaridades y despropósitos con que el tripartito nos castiga cotidianamente, hasta tal punto que consigue el efecto saturación: un disparate tapa al anterior, que se ha producido apenas cinco minutos antes, y corre el riesgo de hacerlo olvidar. Pero no, ya son demasiados como para que el más reciente eclipse a su precedente. El recaudador de ERC investigado por la fiscalía es ascendido a conseller;, sus víctimas no se atreven a declarar ante el juez; ERC, miembro del gobierno que propuso el estatuto como buque insignia de la legislatura, votará a favor o se abstendrá en Madrid, pero pedirá el no en el referéndum, todo ello sin abandonar la poltrona, y cuando se le reprocha responde “¡que se vayan los demás si no están cómodos!”; todo un conseller de comercio y turismo está volcado en que en las tiendas de souvenirs desaparezcan los símbolos españoles que, curiosamente, son los que más compran los turistas; se gastan millones en informes inútiles encargados a los amiguetes; se desarrolla una enfermiza campaña por erradicar el español de la segunda ciudad de España, en la que ya no se puede estudiar en castellano; se entrevista en prime time televisivo (y esta vez sí, en español) al líder condenado de una organización declarada ilegal y terrorista,...

No sigo. El tradicional pactismo catalán, tan elogiado por la prensa sumisa y por la clase política como ejemplo a seguir frente al ruido del constante enfrentamiento madrileño, no es en realidad pactismo, ni seny. Es cobardía, es corrupción institucionalizada y enquistada hasta en los mismos cimientos de la sociedad, es chantaje mutuo y consentido, en aras siempre de la vampirización de los recursos de la sociedad para el sostenimiento de esa misma clase corrupta, que crece por momentos y que, de aprobarse el estatuto, se multiplicará con caracteres de epidemia. Es el pacto entre el paciente que agarra al dentista por los testículos y le susurra “no nos haremos daño, ¿verdad, doctor?”.

José García Domínguez lo ha descrito con precisión quirúrgica al referirse a Casa Nostra (una expresión muy de aquí, que significa algo que está entre “en casa” y “entre nosotros”, referida a Cataluña) y a su hilarante e inquietante similitud con Cosa Nostra. Los principios son los mismos, con la diferencia de que aquí no resuenan los ecos de la lupara, ni las barberías son mudo escenario de sangrientos degüellos, ni los disidentes son calzados con cemento para seguir discrepando en el fondo del mar. De momento, el hormigón solo sella túneles hundidos por la corrupción y los ajustes de cuentas se resuelven subvención en mano. Pero el clima es el mismo.

Urge desinfectar, desinsectar y desratizar, en suma, desparasitar, no solo la política, sino la sociedad catalana en su conjunto, que de hecho se ha convertido en un simple apéndice de esa clase política que ya nombra directores de periódicos de entre los miembros de su propia familia. El terrible drama catalán, sin embargo, se revela cuando uno descubre que la alternativa es... más de lo mismo. De hecho, esa corrupción institucionalizada es el fruto más relevante de 23 años de pujolismo, así que resulta inútil esperar que el regreso al gobierno de las huestes de CiU suponga algún tipo de mejora. La labor del PP y, tal vez, de Ciutadans de Catalunya, y sobre todo su capacidad de que su mensaje trascienda la campana de cristal mediática que les encierra, es la única esperanza, en la medida en que consigan encontrar la fibra de dignidad, de capacidad de indignación, hasta de sentido del ridículo de los catalanes.


Germont

1 comentario:

Anónimo dijo...

desratizacion sin riesgos a humanos?