La policía de Zapatero
Este gobierno está consiguiendo en apenas dos años lo que tras tres décadas de democracia parecía impensable: que la mitad de la ciudadanía empiece a desconfiar, cuando no a temer abiertamente, a sus cuerpos de seguridad. No es un fenómeno imputable, evidentemente, a la base de los cuerpos policiales, compuesta en su inmensa mayoría por personas honestas, eficaces, sacrificadas y capaces de hacer abstracción en su trabajo de las convicciones políticas que inevitablemente, como cualquier otro ciudadano, tiene cada uno de ellos. Pero empieza a cundir la impresión de que desde el gobierno, a través de los altos cargos policiales de designación directa, se está intentando convertir a la policía en un instrumento al servicio de los intereses del poder político.
Nada raro, por otra parte, tratándose de un gobierno que ha dado sobradas muestras de querer domesticar para utilizar en beneficio propio a todos los resortes que la legalidad había previsto precisamente para el objetivo contrario: contrapesar y controlar la actividad política del gobierno, como garantía para la ciudadanía. Tribunal de Defensa de la Competencia, comisiones nacionales de la energía o del mercado de valores y, por supuesto, el terreno en que se está librando la batalla crucial: la Justicia.
Ya en los gobiernos de González las fuerzas de seguridad se vieron metidas de lleno en operaciones tan siniestras como los GAL, pero el salto actual es cualitativamente importante: la guerra sucia tenía como objetivo, en definitiva, eliminar o debilitar al menos el terrorismo separatista, y en consecuencia se pretendía con ello, por medios inaceptables, proteger a la ciudadanía de sus crímenes.
Ahora, en cambio, intervenciones como la del inspector que guarda en su casa la mochila de Vallecas, entregando al juez del 11-M otra similar comprada para hacer experimentos; la propia aparición de esa misteriosa mochila en una comisaría de Vallecas dirigida por un determinado comisario, luego ascendido; las tribulaciones padecidas por el confidente Labandera en cuanto empezó a desvelar determinadas irregularidades de las fuerzas del orden asturianas; la misteriosa explosión de Leganés y el macabro colofón de la profanación nunca esclarecida del cadáver del Geo Torronteras, muerto en la acción; y por encima de todo la terrorífica historia de los dos militantes del PP detenidos por órdenes superiores por el simple hecho, no hay otro, de que un ministro acude a una manifestación y la gente se revuelve contra él, aguándole el baño de multitudes que esperaba darse. Añadamos algún caso de otra índole, como el feo asunto de Roquetas (por cierto, qué no hubiera hecho la izquierda si ese hecho se hubiese producido gobernando la derecha), y el panorama empieza a ser inquietante.
Detenciones arbitrarias, pruebas manipuladas, represalias por decir la verdad,... Hay que empezar a preguntarse si la policía ha dejado de ser nacional para pasar a ser 'la policía de Zapatero'. Un síntoma de la degeneración antidemocrática de este gobierno que aspira a convertirse en régimen.
Germont
Nada raro, por otra parte, tratándose de un gobierno que ha dado sobradas muestras de querer domesticar para utilizar en beneficio propio a todos los resortes que la legalidad había previsto precisamente para el objetivo contrario: contrapesar y controlar la actividad política del gobierno, como garantía para la ciudadanía. Tribunal de Defensa de la Competencia, comisiones nacionales de la energía o del mercado de valores y, por supuesto, el terreno en que se está librando la batalla crucial: la Justicia.
Ya en los gobiernos de González las fuerzas de seguridad se vieron metidas de lleno en operaciones tan siniestras como los GAL, pero el salto actual es cualitativamente importante: la guerra sucia tenía como objetivo, en definitiva, eliminar o debilitar al menos el terrorismo separatista, y en consecuencia se pretendía con ello, por medios inaceptables, proteger a la ciudadanía de sus crímenes.
Ahora, en cambio, intervenciones como la del inspector que guarda en su casa la mochila de Vallecas, entregando al juez del 11-M otra similar comprada para hacer experimentos; la propia aparición de esa misteriosa mochila en una comisaría de Vallecas dirigida por un determinado comisario, luego ascendido; las tribulaciones padecidas por el confidente Labandera en cuanto empezó a desvelar determinadas irregularidades de las fuerzas del orden asturianas; la misteriosa explosión de Leganés y el macabro colofón de la profanación nunca esclarecida del cadáver del Geo Torronteras, muerto en la acción; y por encima de todo la terrorífica historia de los dos militantes del PP detenidos por órdenes superiores por el simple hecho, no hay otro, de que un ministro acude a una manifestación y la gente se revuelve contra él, aguándole el baño de multitudes que esperaba darse. Añadamos algún caso de otra índole, como el feo asunto de Roquetas (por cierto, qué no hubiera hecho la izquierda si ese hecho se hubiese producido gobernando la derecha), y el panorama empieza a ser inquietante.
Detenciones arbitrarias, pruebas manipuladas, represalias por decir la verdad,... Hay que empezar a preguntarse si la policía ha dejado de ser nacional para pasar a ser 'la policía de Zapatero'. Un síntoma de la degeneración antidemocrática de este gobierno que aspira a convertirse en régimen.
Germont
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