Que parezca un accidente
En las viejas películas de gángsters, il capo susurra al oído del matón de turno "haz que parezca un accidente", cuando le encarga que un determinado fulano deje de estorbar los designios de "la famiglia". Parece que Rodríguez ha adoptado con gusto el sistema, y ha pasado a calificar de accidentes los posibles atentados que se produzcan, poniéndose antes la venda que la herida y con la mirada fija, supongo en la matanza de Omagh.
Un accidente sería que un etarra matase a un policía; un accidente sería que un empresario recibiese una carta de extorsión; un accidente sería que una empresa que se resista al chantaje vea volar por los aires sus instalaciones.
Parecerá un accidente, y sin embargo no lo será, el ocaso de España y de la libertad y la democracia en dos de las regiones más prósperas de España y, en buena medida, de Europa. Parecerá un accidente pero será un crimen en toda regla. "Tropezó y se clavó el puñal cinco veces en la espalda, un accidente lamentable".
De todos modos, aquí il capo no es Rodríguez, él es solo el mamporerro, entusiasta, eso sí, que recibe al oído la instrucción de que parezca un accidente. Pronto recibirá unas palmaditas en la espalda, "buen trabajo, muchacho", mientras los forenses fuerzan las leyes de la física para explicar que la nación se asestó accidentalmente cinco puñaladas en la espalda. El problema es que a nadie parece importarle mucho que el crimen quede impune.
Un accidente sería que un etarra matase a un policía; un accidente sería que un empresario recibiese una carta de extorsión; un accidente sería que una empresa que se resista al chantaje vea volar por los aires sus instalaciones.
Parecerá un accidente, y sin embargo no lo será, el ocaso de España y de la libertad y la democracia en dos de las regiones más prósperas de España y, en buena medida, de Europa. Parecerá un accidente pero será un crimen en toda regla. "Tropezó y se clavó el puñal cinco veces en la espalda, un accidente lamentable".
De todos modos, aquí il capo no es Rodríguez, él es solo el mamporerro, entusiasta, eso sí, que recibe al oído la instrucción de que parezca un accidente. Pronto recibirá unas palmaditas en la espalda, "buen trabajo, muchacho", mientras los forenses fuerzan las leyes de la física para explicar que la nación se asestó accidentalmente cinco puñaladas en la espalda. El problema es que a nadie parece importarle mucho que el crimen quede impune.
Germont
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