jueves, marzo 02, 2006

Los nacionalistas como coartada

Todos sabemos que el gobierno se sostiene gracias al apoyo de los nacionalistas. Todos sabemos también que esta circunstancia obliga a hacer concesiones sin cuento. Y sin embargo hay detalles en los que nadie con dos dedos de frente puede creer que esté en juego la estabilidad del gobierno, con lo cual solo cabe concluir que Rodríguez acepta de buen grado determinados planteamientos, y no cabe excusarle con el pretexto de que actúa bajo la eximente del "miedo insuperable" a perder el puesto.

El mejor ejemplo lo acabamos de tener con el pronunciamiento del pleno del Congreso con motivo del 25 aniversario del 23-F. ¿Alguien cree seriamente que los separatistas vascos y catalanes hubiesen derribado al gobierno si éste se hubiera empecinado en sacar adelante el texto propuesto inicialmente, en el que se reconocía la trascendencia de la intervención del Rey? ¿Una nimiedad como ésa les hubiera llevado a romper la gallina de los huevos de oro? Ni hablar: el PSOE aceptó la mezquina y embustera redacción por dos razones. Una, porque en el fondo comparte la filosofía del texto y, desde que está regido por "Rodríguez I, el Solemne", bulle en sus venas el afán de reivindicar la República de 1931, ésa que el ilustre Llamazares acaba de calificar como "período de luces". Hombre, comparadas con las de Llamazares, las luces de la República resultan cegadoras, pero en fin...

Y la segunda razón es, una vez más, la de tenderle al PP trampas para elefantes que le sitúen entre la espada de respaldar una declaración falsaria y la pared de negarse a firmar un manifiesto contra el golpismo. Es decir, que el PSOE es capaz de utilizar el episodio en que mayor riesgo corrió nuestra democracia como arma arrojadiza contra la oposición.

De modo que, por favor, que las cámaras enfoquen a los verdaderos responsables de la declaración sobre el 23-F: el gobierno y el PSOE, cobardemente ocultos tras sus mamporreros habituales. Y que tome nota la Casa Real de cómo el propio gobierno del Reino de España utiliza a la institución como moneda de cambio en mezquinas rencillas partidistas.

Germont

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