jueves, octubre 13, 2005

Ceuta y Melilla


Echo de menos el clamor de la izquierda ante lo que sucede en Melilla y Ceuta, o mejor dicho en sus alrededores. Todo parece indicar que la gendarmería marroquí no se desvive por evitar las cotidianas avalanchas de centenares de africanos que, misteriosamente, han cruzado miles de kilómetros para llegar hasta dos puntos muy concretos del litoral mediterráneo. Dos puntos, por cierto y casualmente, que son objeto de permanente reivindicación por parte de Marruecos y cuya desestabilización solo tiene ventajas para el reino alauí.

El caso es que las autopsias practicadas indican que los fallecidos por impactos de bala presentan las heridas en la espalda. Tampoco debería ser tan difícil para la gendarmería marroquí cubrir los escasos kilómetros de frontera sin tener que recurrir supuestamente a disparar por la espalda a los que ya han trepado a la valla. Suena duro, pero más bien tiene la apariencia de un macabro tiro al blanco, o al negro en este caso, con el que los gendarmes entretienen sus horas de guardia aparente.

Y luego está lo que hemos sabido en los últimos días: que los africanos que son repatriados por España, o los que son capturados por los marroquíes antes del asalto, son adentrados en el desierto, sus documentos quemados, y se les abandona en esa inmensa tierra de nadie sin comida ni agua.

El sultán de Marruecos no pierde ocasión de mostrar cuán democrático, humanitario y generoso es su régimen, lo cual sin duda lo hace idóneo para ser nuestro acompañante de referencia en la Alianza de Civilizaciones.

Pero vuelvo al inicio: dudo que la reacción de la turba izquierdista que nos gobierna (es un decir) fuese la misma si estos hechos se produjesen bajo un gobierno de derechas en España. No hablo ya de las punzantes escenas de un guardia civil pateando salvajemente a un negro tendido en el suelo (por cierto, una imagen más que unir al caso Roquetas, pero no seamos desleales y aceptemos que ésta no es la política del gobierno, sino casos aislados). Me refiero a la turbamulta de diputados, artistas, cantantes e intelectuales de diverso pelaje y notoriedad que hubieran pululado por las cadenas televisivas, vestidos de Coronel Tapioca, denunciando la inhumanidad de un gobierno de derechas que permitiese todo esto sin una mínima protesta diplomática. Pero ya se sabe, su reino no es de este mundo...


Germont

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