Zapatero, eze hombre
En cualquier caso, parece que las encuestas arrojan lo que los enterados llaman un empate técnico, lo cual no deja de ser tristísimo con la que está cayendo, y dice poco a favor de la estrategia del principal partido de la oposición. Pero no es eso lo que me preocupa ahora: me desconcierta sobremanera, y tampoco aquí hay ánimo de mofa ni de desprecio, ver cómo buena parte de la ciudadanía se plantea seriamente renovar su confianza en Rodríguez Zapatero. Uno puede no entusiasmarse con Rajoy, uno puede incluso ser de izquierdas convencido, uno puede ser incluso furiosamente anticonservador o antiliberal, de acuerdo, pero ¿cómo puede uno en la actualidad votar a Rodríguez Zapatero y mirarse al espejo a la mañana siguiente?
De palabras, convengámoslo, anda Zapatero sobrado. Vacías a poco que las analicemos, pero cuantiosas, torrenciales; de solemne vacuidad pero altisonantes; de melodía embriagadora pero huecas de cualquier solidez argumental más allá de un voluntarismo tan ciego que raya en la soberbia más arrogante. Pero los hechos, ¿qué decir de los hechos? ¿Cómo alguien en su sano juicio puede seguir votando a Zapatero después de analizar sus obras?
En política internacional hemos pasado de poner los pies sobre la mesa del rancho de Bush a suplicar al rey moro que nos devuelva al embajador, y a templar gaitas con el bolivariano de las narices para que no se nos enfade demasiado. Mientras, la alianza de civilizaciones cuenta sus nuevas incorporaciones por ridículos.
En materia antiterrorista el gobierno se ha y nos ha humillado y ha dado alas a una banda que estaba contra las cuerdas. ETA ha vuelto a matar y vuelve a estar presente en las instituciones, aunque haya que reconocer la eficacia policial tras la ruptura del supuesto alto el fuego. En cualquier caso, a nadie se le oculta que a las primeras de cambio Zapatero volverá a negociar con la banda porque en definitiva sigue prefiriendo un acuerdo a una victoria. Y es evidente que esa eficacia policial, de haberse aplicado desde el primer día del mandato Zapatero (continuando así con la política de Aznar), permitiría probablemente que hoy hablásemos de ETA en pasado, y tal vez incluso que nos hubiésemos ahorrado algunos muertos.
En lo económico, empiezan a caer chuzos de punta, y aquí no vale apuntarse tan sólo a los éxitos: si éstos son mérito que el gobierno se atribuye, también en los fracasos le incumbirá algún grado de responsabilidad. La inflación anda desbocada, el paro repunta de manera inquietante, y el ejecutivo no hace más que regalar dinero a diestro y siniestro. Bueno, más bien a siniestro. Los españolitos ven crecer el importe de sus hipotecas, al tiempo que sienten desplomarse el valor real de los inmuebles que están pagando con ellas. En definitiva, se están arruinando a ojos vista sin poder hacer nada para evitarlo.
En política autonómica o territorial, se han sentado las bases que permitirán que a no muchos años vista Cataluña pueda dar un mínimo saltito que la lleve a la independencia, porque de hecho ya gozará de toda la infraestructura jurídica, económica y política necesaria, pagada por supuesto con el dinero de todos los españoles. Y con seguridad Zapatero no pretende ese objetivo, pero su ilimitada devoción por la maniobra más cortoplacista hace que esas consecuencias, hoy no tangibles pero sí evidentes para cualquiera que vea más allá de sus narices, las presente como delirios que, si se producen, ya veremos cómo se afrontan: lo importante son los apoyos parlamentarios más inmediatos. Las continuas cesiones a los nacionalistas a cambio de sus votos en el Congreso no sacian su apetito, sino que lo agudizan, pero Zapatero parece creer que, llegado el momento, podrá dominar el tigre sobre el que cabalga.
En materia de política social, la ley de matrimonios homosexuales se ha revelado como lo que era: un auténtico “clamor” social que ha llevado a casarse a un par de miles de parejas. ¿Hacía falta la provocación de llamar a esa figura matrimonio, para otorgar determinados derechos indiscutibles a parejas del mismo sexo? Sin duda no, pero se trataba precisamente de eso, de provocar. Qué decir de la imposición contra viento y marea de la nueva formación del espíritu nacional, ahora bautizada como educación para la ciudadanía, o del reiterado desprecio a las multitudinarias manifestaciones callejeras, éstas sí clamorosas... Eso sí: el afán “educativo” del gobierno no conoce límites: no fumas, no bebas, no corras, recicla. Quizá falta añadir el no pienses, pero eso se sugiere por vías mucho más sutiles.
En el terreno de la seguridad, más allá de casos llamativos de personajes famosos agredidos en sus propias casas, la violencia y los asaltos se enseñorean de nuestras calles, mientras los medios de comunicación progres tienen una manifiesta tendencia a compadecer al criminal, pero no en el sentido del tradicional lema “odia al delito y compadece al delincuente”, sino idealizando su figura y colocando siempre bajo sospecha la actuación de la policía y hasta de la víctima. La llamada violencia de género campa a sus anchas, sin que al parecer el gobierno tenga la menor responsabilidad en ello, al igual que en el asalto a casas o en los ajustes de cuentas callejeros que semana sí y semana también llevan la sangre a cualquier acera.
En materia de infraestructuras, la acción del Ministerio de Fomento raya en lo marxista, facción Groucho, con la inestimable ayuda de la cartera de Medio Ambiente. Trasvases, desalinizadoras, trenes de alta velocidad, apagones, incendios forestales, inundaciones, y sobre todo multitud de compromisos incumplidos. ¿Quién da más?
Seguro que me dejo en el tintero alguna otra hazaña, como los papeles para todos, o los súbitos chaparrones de dinero público, que tan pronto riegan a los jóvenes padres como a los arrendatarios como a los propietarios: magnífico modo de contribuir, como ya hace nuestro sistema educativo con estremecedora eficacia, a crear una sociedad de apesebrados que desconozcan el valor del esfuerzo y del mérito y que opten siempre por votar a quien más dinero pueda derramar sobre sus cabezas.
Y por supuesto he dejado de lado el terreno de los principios, ésos que han llevado al gobierno a pilotar un pacto definido como cordón sanitario que pretende aislar a la mitad de la sociedad española; o que permiten el uso espurio de las instituciones del Estado para cargar contra el único partido de la oposición en cualquier momento y ocasión, por solemne y oficial que sea, tanto en la rueda informativa del Consejo de Ministros como en declaraciones de cualquier cargo público pagado, recordémoslo, con los impuestos de todos los españoles, incluidos los encerrados en ese cordón sanitario.
Pero sobre todo, por encima de cualquier otra consideración que me hace incomprensible que alguien en su sano juicio vote a Zapatero, están la mentira, el embuste constante y continuado, la trola y la manipulación como instrumentos engrasadísimos de estrategia política. Empezando por el famoso talante que nunca existió, siguiendo por el engaño a todas y cada una de las formaciones políticas (las cuales, con la única excepción del PP, que nada ha recibido, han hecho por cierto un impresionante alarde de dignidad al renovar incansables su apoyo al poder con la mano izquierda mientras con la derecha contaban los billetes que constituían el pago a sus favores), incluso la propia ETA, si hemos de creer sus comunicados: toda la legislatura se ha basado en la mentira útil, sobre lo que fuese y en el grado que fuese preciso. Cada mentira tapa la anterior y la hace olvidar. No importa incurrir en contradicciones flagrantes y en constantes cambios de criterio si se dispone de medios de comunicación domesticados que presentan el girar de la veleta como “cintura política”. Pero la mentira deja su huella en el rostro del mentiroso cuando se vuelve habitual y constante, igual que el alcohol o la droga dejan su impronta en sus adictos: no hay más que mirar la cara de Zapatero para apercibirse de que miente de forma continuada, de que nos ha mentido a todos incluso desde antes de acceder al gobierno, cuando al parecer ya tanteaba a ETA mientras con la otra mano firmaba el pacto antiterrorista. La mentira crea también adicción, y una vez esclavo de ella no hay forma de abandonarla, en especial cuando se comprueba que funciona.
Es paradójico que el partido que llegó al gobierno a caballo del lema “España no se merece un gobierno que mienta” haya acabado por hacer del embuste su norma de conducta cotidiana. Pero más paradójico resulta que aún haya españoles dispuestos a votar a un personaje tan endiosado que ha acabado por colocar su propia inicial en el lugar que corresponde a las siglas de un partido centenario, y que se permite mantener una página web con sus “gestos”, a mayor gloria propia. La mirada de Zapatero, la sonrisa de Zapatero. Y a su alrededor, la peor clase política que jamás ha regido los destinos no ya de un país, sino de un simple partido. Caldera, Chacón, Calvo, Alvarez, Montilla, Regás, Moratinos, Blanco, Garrido,… Sólo cabe una explicación: el tuerto necesita rodearse de ciegos para reinar, principio que pretende extenderse al conjunto de una sociedad a la que se está aborregando e igualando por abajo con la misma finalidad: que Zapatero, eze hombre, pueda seguir pasando por un líder carismático y cabal, cordial y dialogante, por el gobernante que España necesita.
Por Germont
3 comentarios:
Un repaso excelente. Un saludo.
Gracias por escribir y mira por donde aparece enseguida la sombra de Zp :-)
Te dice que "Muy bien" y que, si te parece mañana o pasado "hacemos una reedición en AL
Creo que la gente no vota por la cabeza sino por las vísceras... debe llegarles la pócima Zp hasta las náuseas.
frid
¿cómo puede ser que hayas escrito 1617 palabras y no esté de acuerdo con nada de lo que has escrito?
O te lo miras tú o me lo miro yo, pero uno de los dos está muy equivocado.
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