Que reste-t'il?
Por Antonio Jaumandreu
Que reste-t’il de nos amours, que reste-t’il de ces beaux jours, une photo, vieille photo de ma jeunesse…
Los más viejos recordarán esta hermosa canción francesa en la voz de Charles Trenet o de Gilbert Bécaud. “¿Qué queda de nuestros amores, de aquellos hermosos días? Una foto, una vieja foto de mi juventud…”. Algo semejante, aunque con menos amor pero igual nostalgia, le debe estar pasando a nuestra sentimental izquierda en las últimas semanas. ¿Qué nos queda del recuerdo idealizado de aquellos días de oposición feroz, romántica, en que la progresía en pleno tomaba calles y plazas (y no tomaba emisoras de televisión o radio porque ya las tenía casi todas) en gloriosas manifestaciones? Lo que queda es eso, las fotos, las viejas fotos de aquella época, y en muchos de los participantes e inductores la convicción de que, pese a todo, aún pueden exprimirlas electoralmente para sacarles unas gotas más de rentabilidad.
Las fotos y los recuerdos, porque la realidad, ingrata ella, se ha empeñado en estas últimas semanas en privarles de cualquier argumento. Hagamos memoria: la embestida final contra el gobierno del PP fue larga y continuada, pero tuvo tres argumentos estelares: la guerra de Irak, luego utilizada para relacionarla con el atentado del 11-M, el naufragio del Prestige y el accidente del Yak42. Como si alguien hubiese hecho sonar las trompetas de Jericó, las sólidas murallas del antiaznarismo se han desplomado de forma consecutiva en cuestión de días.
Primero fue la sentencia del juicio sobre el atentado de Madrid, que para escándalo de algunos descartó la relación entre la foto de las Azores y el ataque a los trenes. Luego apareció un estudio encargado por la Junta de Galicia en el que al parecer se viene a decir que la gestión de la crisis por parte de las administraciones populares fue poco menos que ejemplar, una vez producida ya la catástrofe. Y por último la Audiencia Nacional acaba de archivar la causa por el accidente de un avión en Turquía, en el que murió una sesentona de militares españoles, por entender que no existen las responsabilidades que se imputaban al gobierno de Aznar y en particular a su ministro de defensa, Federico Trillo. Si quieren añadan como guinda la histérica campaña contra Alvarez Cascos con motivo de unos supuestos “agujeros” próximos al trazado del AVE a su paso por Guadalajara o Zaragoza, y compénsenla con la brillante gestión de Magdalena Alvarez, y se darán cuenta de dos cosas: primero, que casi todo aquello fue mentira. Segundo, que tanto da, porque la fuerza de la propaganda es tan inmensa que dio sus frutos en aquel momento y probablemente ocultará ahora estas significativas novedades.
¿Puede un sesudo informe competir con una popular presentadora de televisión chapoteando entre los restos del naufragio? ¿Es capaz una sentencia judicial de suplir la patética imagen de unos familiares de militares fallecidos insultando al ministro en los pasillos del Congreso? ¿Podrá otra sentencia sustituir los lemas de “Aznar asesino”? En absoluto. La verdad suele ser aburrida, poco espectacular, fría. Pero no deja de ser la verdad, y a quienes todavía mantenemos algunos principios nos reconforta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario