domingo, noviembre 25, 2007

Desde mi trinchera liberal: Nacionalismo, sálvese quien pueda


LLegará un día en que los nacionalismos vasco y catalán tendrán que aclarar si van de farol o de suicidio colectivo. Da la sensación de que el discurso rosa, sentimentaloide, del nacionalismo, cree que declarar la independencia es como estrenar traje nuevo una soleada mañana de domingo. Tan sencillo como acostarse una cosa y levantarse otra. Un simple cambio en el etiquetado.

Sin embargo, esta ilusión pertenece en exclusiva a la colección de quebradizos sueños del nacionalismo. Las consecuencias para vascos y catalanes serían catastróficas, dejando profunda huella en el bienestar de los ciudadanos. Y el objetivo de los políticos debería ser, precisamente, el contrario. Anclar el bienestar de todos.

Lo primero que tendrían que hacer estos dos nuevos países es iniciar unas largas negociaciones para ingresar en la UE, de la que habrían quedado automáticamente excluidos. Países con un ridículo peso y con muy poco margen de maniobra en una hipótetica negociación. Son ustedes los que han llamado a nuestra puerta, no nosotros los que les hemos invitado a pasar, sería el planteamiento inicial de Europa. Además, ustedes no pueden sobrevivir aislados. Nos necesitan, y no al contrario.

Además, las relaciones comerciales, la exportación y la importación, serían mucho más costosas. Su independencia les habría situado fuera del mercado único y libre. Tendrían que empezar a aplicar aranceles, gastos aduaneros, seguros de cobertura de riesgo cambiario, transacciones más caras, mayor papeleo, colas en aduanas, y un largo etcétera de inconvenientes añadidos. Sólo el 15% de la producción industrial vasca, por ejemplo, tiene como destino el mercado interior vasco. El resto, se exporta, principalmente a España. No es difícil suponer el impacto negativo que sobre el PIB vasco tendría esta nueva situación. Me lo decía no hace mucho un empresario vasco, votante oficial del PNV, y que no quiere oir ni hablar de independencia. Una cosa es la bandera y otra la cartera.

Del mismo modo, el País Vasco y Cataluña tendrían que poner en marcha su propio banco central, y demás instituiones nececarias para regular la economía. Tendrían, asimismo, que dotarse de una nueva moneda, por ejemplo, el Euskovellón y la Rovira Esterlina. Sería una moneda excesivamente débil en un contexto de monedas fuertes. Serían pasto de la especulación feroz. Los nacionalistas tendrían que leer más historia económica y menos leyendas. Recoradrían así que pasó en la Europa de los 90 cuando el Bundesbank, que entonces actuaba en la práctica como Banco Central Europeo, y el saneado Marco Alemán como moneda de referencia, decidió subir los tipos de interés. Provocó que la Libra inglesa y la lira italiana, saltasen fuera del Sistema Monetario Europeo, y la peseta española tuvo que ser devaluada varias veces. Si esto pasó a monedas mucho más fuertes, ¿qué les podría pasar a las monedas vasca o catalana? Acabarían siendo calderilla para Soros y demás depredadores.

Muchas más cuentas se podrían añadir a este rosario de complicaciones, pero sólo voy a citar un último aspecto, más difícil de cuantificar. Queda por determinar cuál sería la reacción de los españoles tras esta fractura. El archiconocido y desagradable tema del boicot. Tenemos un antecedente, que puede servir de orientación. Cuando Carod Rovira decidió no apoyar la candidatura de Madrid para albergar la celebración de los JJ.OO, se produjo una respuesta de muchos españoles en forma de boicot al cava catalán. Las principales empresas de cava catalán declararion, oficialmente, una caída del 6% en las ventas de cava en el resto de España. Extraoficialmente, sin embargo, se manejaron cifras de un 15% en la caída de ventas. Los empresarios catalanes se alarmaron y llamaron a la moderación. Lo nuestro es hacer negocios y no política, en un intento de contrarrestar a Carod Rovira. La reacción de éste no se hizo esperar. En vez de apostar por la convivencia pacífica, criticó a los empresarios catalanes su falta de patriotismo, su escasa capacidad de resistencia. Hay que resistir hasta la sangre, hasta la ruina, hasta el suicidio. Lo peor del caso es que aún hay quien cree este discurso demencial.

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