12 de octubre
Comprenderán que a estas alturas uno va sabiendo quien es y por donde caminan sus convicciones. Quizás por eso, este doce de octubre quiero dejarles aquí, justo antes de hacer el petate para irme con los niños a contemplar animales de cuatro patas, y como viene siendo tradicional, una reproducción de la célebre “Rue Montorgueil engalanada para el 14 de julio” del inmortal Claude Monet. Constato así mi filia por lo afrancesado y jacobino, con el deseo de contemplar algún día una España presidida por una cierta isonomía civil sin privilegiados por razón de territorio, me da igual si es a costa de una reducción drástica de sus metros cuadrados.
Dicho esto, considero que alguien debería reparar en el hecho de que, por mucho que se empeñen los amigos del puño y la rosa, esa inquietante contradicción, no son iguales unos nacionalismos a otros. Puede que Don Mariano resultase envarado y artificial la otra noche,
pero desde luego no representa un peligro para nadie, otros abanderados sí, son más que capaces arruinarte la vida, por eso casi nadie hace risas con ellos, más bien se les pelotea y se les mima de una manera bastante poco honrosa, teniendo en cuenta el trato ruin que estos mal peinados dispensan secularmente al común.
Miren, yo soy un español normal, de los de Luís García Berlanga y Rafael Azcona. Un López Vázquez cualquiera que lleva muy mal que le vendan burras tuertas. Este doce de octubre lo único que tengo que saber de nacionalismos es que mi hija mayor, que siempre ha sido hispanohablante, claro —esto en España no es delito aún, que se sepa— recibe en su colegio veintinueve horas lectivas en gallego y sólo cuatro en español. En otras palabras, mi hija no es libre para expresarse en español en España y nuestro detestable gobierno central habla de la “extrema derecha reaccionaria”, el talibanismo nacionalista en el que se nos obliga a vivir les parece lo normal. Lo peor es que se creen que nos hacen un favor, “que nos están educando”, son una panda de tarados que han llegado demasiado lejos, bien por aritmética parlamentaria, bien por propia convicción, esto me da lo mismo, que les den.
Y en cuanto a los Ibarreches, Quintanas, Carods, Mas, Montillas e iluminados de chapela y palitos saltones en general, decirles que puestos a hacer risas, hagámoslas de todo y de todos, concluyendo que, al final, el nacionalismo impositivo y adoctrinador de niños que pregonan es una cosa muy anticuada, muy dañina y bastante tonta, amén de inútil. Mi querido Rufus T. Firefly lo supo ver muy bien:
Hagan como yo, pásense la fiesta disfrutando de valores eternos alejados de contenidos étnicos y demás bagatelas ilustres. Por ejemplo escuchando esta poderosa versión del One de U2 interpretada por otro inmortal, el viejo Johnny Cash, a su lado, Bono resulta blandito, la vida, esa maldita cosa de la que no podemos prescindir, ¿qué nos queda de todo aquello? Apenas nada.
Y sin embargo se mueve
Dicho esto, considero que alguien debería reparar en el hecho de que, por mucho que se empeñen los amigos del puño y la rosa, esa inquietante contradicción, no son iguales unos nacionalismos a otros. Puede que Don Mariano resultase envarado y artificial la otra noche,
pero desde luego no representa un peligro para nadie, otros abanderados sí, son más que capaces arruinarte la vida, por eso casi nadie hace risas con ellos, más bien se les pelotea y se les mima de una manera bastante poco honrosa, teniendo en cuenta el trato ruin que estos mal peinados dispensan secularmente al común.
Miren, yo soy un español normal, de los de Luís García Berlanga y Rafael Azcona. Un López Vázquez cualquiera que lleva muy mal que le vendan burras tuertas. Este doce de octubre lo único que tengo que saber de nacionalismos es que mi hija mayor, que siempre ha sido hispanohablante, claro —esto en España no es delito aún, que se sepa— recibe en su colegio veintinueve horas lectivas en gallego y sólo cuatro en español. En otras palabras, mi hija no es libre para expresarse en español en España y nuestro detestable gobierno central habla de la “extrema derecha reaccionaria”, el talibanismo nacionalista en el que se nos obliga a vivir les parece lo normal. Lo peor es que se creen que nos hacen un favor, “que nos están educando”, son una panda de tarados que han llegado demasiado lejos, bien por aritmética parlamentaria, bien por propia convicción, esto me da lo mismo, que les den.
Y en cuanto a los Ibarreches, Quintanas, Carods, Mas, Montillas e iluminados de chapela y palitos saltones en general, decirles que puestos a hacer risas, hagámoslas de todo y de todos, concluyendo que, al final, el nacionalismo impositivo y adoctrinador de niños que pregonan es una cosa muy anticuada, muy dañina y bastante tonta, amén de inútil. Mi querido Rufus T. Firefly lo supo ver muy bien:
Hagan como yo, pásense la fiesta disfrutando de valores eternos alejados de contenidos étnicos y demás bagatelas ilustres. Por ejemplo escuchando esta poderosa versión del One de U2 interpretada por otro inmortal, el viejo Johnny Cash, a su lado, Bono resulta blandito, la vida, esa maldita cosa de la que no podemos prescindir, ¿qué nos queda de todo aquello? Apenas nada.
Y sin embargo se mueve
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