lunes, junio 18, 2007

Mamá, cuéntame un cuento

Por Reme Falaguera

Debo reconocer que mis artes de “cuentacuentos” dejan mucho que desear. A pesar de ello, mi hijo pequeño me insistió tanto para que me inventara uno que no tuve más remedio que ponerme a ello.

Como venimos haciendo en mi familia desde que son pequeños, los personajes de los cuentos los tienen que elegir ellos y, a lo largo de la narración y hasta el feliz desenlace, cada vez que les apetezca pueden añadir ideas, lugares y personajes secundarios. El resto corre de mi cuenta.

Pues bien, imagínense ustedes, cual fue mi sorpresa cuando, medio tumbados en el sofá viendo el Telediario, me dice inocentemente:”Mamá, quiero un cuento de encantadores de serpientes en la plaza de un pueblecito como aquel que visitamos este verano, rodeado de montañas verdes y con vacas.”

¡Dios mío, no puede ser cierto!, pensé. ¿Cómo se le ha ocurrido, precisamente ahora, un cuento de encantadores de serpientes, nada más ni nada menos, que en un pequeño lugar del País Vasco?

En ese momento pensé que el subconsciente me estaba jugando una mala pasada. Y, no se muy bien por que, me imagine al encantador de serpientes más famoso del país haciendo salir de la cesta a la más temible de las serpientes, utilizando la dulce, armoniosa y manipuladora melodía de su flauta. Aunque, esta vez, la fiera que aparece nos mira envalentonada, llena de cólera y odio, esperando el mejor momento para la venganza.

Pero, como lo prometido es deuda, pensé: ¿Que culpa tiene mi pequeño de ser objeto de las locuras de un encantador de serpientes contra el que no hay amuleto que valga y con el que nuestro único destino es caer en la tragedia?

Y comencé a contarle la historia que decía así:

En un país no muy lejano existía un joven que viaja por los pueblos y ciudades cargado con una gran cesta, una flauta de bambú y un zurrón lleno de ratas muertas.

Como era su costumbre, al llegar a la plaza del mercado, se sentaba con los pies cruzados sobre una esterilla y comenzaba a tocar la flauta a la espera de dar comienzo a su insólito y osado espectáculo.

Cuando los curiosos habitantes formaban un circulo a su alrededor, los ritmos sinuosos y envolventes de la melodía hacían que una temible y asesina serpiente, hasta ahora aprisionada en su cesta, saliera meciéndose con lentitud al compás de la música.

Poco a poco, y sin que los espectadores se dieran cuenta, el encantador conseguía adormecerlos y que, al igual que la serpiente, bailaran al son de una magia hipnotizadora inexplicable y diabólica.

Seducidos por los sonidos de la flauta, no se dan cuenta de que una nota desafinada puede provocar y despertar a la serpiente, que en un solo instante se les enroscara en el cuello o les clavara sus colmillos asesinándoles sin compasión…

Mamá: ¿Cuántos cuerpos necesita esta serpiente para quedarse tranquila?¿Por que su mirada tiene tanto odio? ¿Por qué el encantador no vuelve a encerrar a la serpiente en la cesta y evita la locura de la fiera?

De repente, me di cuenta de la mirada temerosa de mi hijo, y comprendí que estaba lastimando su corazón porque no podía comprender.

Pobre niño, menuda cuentacuentos le ha tocado como madre. ¿No tendrá tiempo de sufrir la autosuficiencia de personajes como este, que se creen encantadores desde el día que vinieron al mundo , sin darse cuenta que van destrozando vidas por ahí donde pasan?

Hoy por hoy, mi pequeño no se merece historias como esta .No las entendería. Es más, no quiero que ensucie su corazón con manchas de locura, de maldad, de brutalidad, de injusticia. Desgraciadamente, la vida ya se encargará de hacerle saber que “las serpientes no engendran más que serpientes” o como dicen los libros sagrados: “sobre serpientes, ¿Quién levanta pueblos?”

Me sentí tan abrumada que decidí empezar un cuento nuevo que hablara de amor, amistad, personajes valientes, justos y bondadosos. Una historia que le ayudara a pensar en una vida mejor, más amable, donde el amor suplanta al odio y a las incomprensiones.

En fin, una cosa tengo clara: a pesar de que la serpiente se empeñe en hacer daño buscando venganza y odio al ser humano, NUNCA podrá destrozar la bondad que anida en el interior de nuestros hijos, nuestras madres, nuestro pueblo...roto por el dolor.

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