Mentiras, más mentiras
Por Jesús Salamanca
Ahora sabemos que la mentira es compañera del miserable y, se mire por donde se mire, es una enfermedad que, si no se cura a los treinta, se hace crónica. Rodríguez Zapatero alcanzó el momento crónico y ahí sigue.
Todos nos movemos entre la habilidad y la torpeza. Unos son rubios y otros morenos. Se es del PSOE o del PP, con excepciones. Nos inclinamos por el Real Madrid o el Barcelona. Contra Irak o contra Afganistán; aunque debemos estar contra ambas guerras. Vamos al cine o al teatro. Admiramos a Rosa Díez o a la todavía ministra Carmen Calvo. Con Ruiz-Gallardón o con Esperanza Aguirre. De aquí o de allá y no nos gusta ocultarlo.
Lo de mentir no está de moda, como no está de moda trabajar a diario. Dicen que ya no se lleva ni lo uno ni lo otro. Bien es verdad que la mentira tiene dos patas cortas, muy cortas; pero algunos aún practican la mentira como vulgar estrategia, como forma de vida o como escudo protector, actuando como mecanismo de compensación.
El presidente Rodríguez, gracias a su actitud nada elegante y a su falta de talante, se ha convertido en habitual fabricante, distribuidor y consumidor de mentiras. Adulado a su alrededor y anclado en la mentira parece encontrarse en su hábitat natural y en su mejor demarcación para el desenvolvimiento. Nunca antes habíamos escuchado a un presidente del Gobierno mentir con tan alta frecuencia y tan poca habilidad.
Había mentido Aznar con la guerra de Irak, por ignorancia o por compromiso. También González, don Felipe, de forma reiterada y defensiva. Luís Roldán no se quedó atrás y ‘fabricó’ su título universitario, entre otras de grueso calibre. Hasta el propio ‘Chuchi’ Eguiguren sigue pretendiendo engañar a la sociedad a diario, de la misma forma que engañó a su mentor, en su desmedido afán por lograr un ápice de credibilidad entre la izquierda abertzale y tan solo consiguió la risa y el desprecio entre los violentos. Entre estos últimos y un condenado por violencia doméstica parece haber mucho en común, aunque desde el principio se equivocara de interlocutores, por su propia torpeza, elevado afán de protagonismo y desmedida ambición.
Como los mencionados, no faltan ministros y ministras que visitan esta comunidad y se apuntan a la ‘peña de la trapacería’ en momentos como los actuales, donde el nerviosismo socialista se encuentra a flor de piel. Quien categorizó aquello de “España se merece un Gobierno que no mienta”, resultó ser quien más y mejor deshilvanaba la mentira en las cloacas del Gobierno y quien más patrañas fabricó tras el descubrimiento de los GAL; quien más incitó a la mentira tras los tristes sucesos del 11-M; quien más vulgaridades lanzó desde el ‘púlpito’ de Interior; quien peor información parece tener de la actual negociación entre ETA-PSOE y quien más vergüenza ha pasado ante la falta de habilidad de compañeros como el bachiller ‘Pepiño’, el comunista Garrido o Miguel ¿qué?, entre otros.
No podemos dejar de lado al menos hábil y más ninguneado en el feo y despreciable arte de mentir: el presidente Rodríguez. Ha llegado un momento que no sabe dónde llega ni en qué lugar se encuentra. Y no es de extrañar. Rodeado de almuédanos como ‘Pepiño’ Blanco, don José, ministras cuota por doquier, asustados y viperinos ministros o ‘migueles’ ¿qué?, no es extraño que amanezca aturdido, viva con depresión o se acueste sonado. Nunca tan pocos habían hecho tanto daño en política.
De nada sirve ya que Rodríguez intente convencer a la ciudadanía de la inexistencia de negociación con ETA, del humanitarismo de José Ignacio De Juana Chaos o de las bondades naturales de Josu Ternera. Jugó a dos barajas y ha perdido con las dos. Le marcaron las cartas y ni así supo estar a la altura. Ha perdido el rumbo, ha perdido toda credibilidad y camino lleva de perder la presidencia del Gobierno; no solo por su dejadez y falta de visión política, sino por el levantamiento de sus propias huestes, extendida ineficacia y sus adaptadas mentiras.
La mentira ha dejado de dar juego. El mentiroso tiene su momento de gloria; pero solo uno, hasta que se le descubre en renuncio. Nada más. Hoy es fácil comprobar que a Jesús Eguiguren le ha traicionado el subconsciente, al igual que el presidente Rodríguez no se ha percatado de su desgaste neuronal: no recuerda ninguna de las veinticinco reuniones con la izquierda abertzale; pero seguro que podrá recordarlas ante la proximidad de las elecciones.
Es evidente y no es de extrañar que flanqueado por Eguiguren y Miguel ¿qué?, cualquier presidente ‘descarrilaría’. Tanto uno como otro son dos asesores que ya nadie quiere tener; dos compañeros que cualquiera anhela olvidar y dos novios que las suegras rechazarían de inmediato. Vienen a ser, en definitiva, dos imágenes negativas para la mercadotecnia y dos de los bueyes que peor cencerro tocan y menos aran.
Hoy la mentira está en desuso. Puede ser instrumento momentáneamente eficaz para la manipulación y el engaño, pero bumerán molesto para quien la usa. Suele repetir Javier Sádaba que “la verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso”. Ahora sabemos que la mentira es compañera del miserable y, se mire por donde se mire, es una enfermedad que, si no se cura a los treinta, se hace crónica. Rodríguez Zapatero alcanzó el momento crónico y ahí sigue. Sin duda, en este punto todos entenderemos mejor a Rosa Díaz y a Fernando Savater.
El blog de Jesús Salamanca Alonso
Todos nos movemos entre la habilidad y la torpeza. Unos son rubios y otros morenos. Se es del PSOE o del PP, con excepciones. Nos inclinamos por el Real Madrid o el Barcelona. Contra Irak o contra Afganistán; aunque debemos estar contra ambas guerras. Vamos al cine o al teatro. Admiramos a Rosa Díez o a la todavía ministra Carmen Calvo. Con Ruiz-Gallardón o con Esperanza Aguirre. De aquí o de allá y no nos gusta ocultarlo.
Lo de mentir no está de moda, como no está de moda trabajar a diario. Dicen que ya no se lleva ni lo uno ni lo otro. Bien es verdad que la mentira tiene dos patas cortas, muy cortas; pero algunos aún practican la mentira como vulgar estrategia, como forma de vida o como escudo protector, actuando como mecanismo de compensación.
El presidente Rodríguez, gracias a su actitud nada elegante y a su falta de talante, se ha convertido en habitual fabricante, distribuidor y consumidor de mentiras. Adulado a su alrededor y anclado en la mentira parece encontrarse en su hábitat natural y en su mejor demarcación para el desenvolvimiento. Nunca antes habíamos escuchado a un presidente del Gobierno mentir con tan alta frecuencia y tan poca habilidad.
Había mentido Aznar con la guerra de Irak, por ignorancia o por compromiso. También González, don Felipe, de forma reiterada y defensiva. Luís Roldán no se quedó atrás y ‘fabricó’ su título universitario, entre otras de grueso calibre. Hasta el propio ‘Chuchi’ Eguiguren sigue pretendiendo engañar a la sociedad a diario, de la misma forma que engañó a su mentor, en su desmedido afán por lograr un ápice de credibilidad entre la izquierda abertzale y tan solo consiguió la risa y el desprecio entre los violentos. Entre estos últimos y un condenado por violencia doméstica parece haber mucho en común, aunque desde el principio se equivocara de interlocutores, por su propia torpeza, elevado afán de protagonismo y desmedida ambición.
Como los mencionados, no faltan ministros y ministras que visitan esta comunidad y se apuntan a la ‘peña de la trapacería’ en momentos como los actuales, donde el nerviosismo socialista se encuentra a flor de piel. Quien categorizó aquello de “España se merece un Gobierno que no mienta”, resultó ser quien más y mejor deshilvanaba la mentira en las cloacas del Gobierno y quien más patrañas fabricó tras el descubrimiento de los GAL; quien más incitó a la mentira tras los tristes sucesos del 11-M; quien más vulgaridades lanzó desde el ‘púlpito’ de Interior; quien peor información parece tener de la actual negociación entre ETA-PSOE y quien más vergüenza ha pasado ante la falta de habilidad de compañeros como el bachiller ‘Pepiño’, el comunista Garrido o Miguel ¿qué?, entre otros.
No podemos dejar de lado al menos hábil y más ninguneado en el feo y despreciable arte de mentir: el presidente Rodríguez. Ha llegado un momento que no sabe dónde llega ni en qué lugar se encuentra. Y no es de extrañar. Rodeado de almuédanos como ‘Pepiño’ Blanco, don José, ministras cuota por doquier, asustados y viperinos ministros o ‘migueles’ ¿qué?, no es extraño que amanezca aturdido, viva con depresión o se acueste sonado. Nunca tan pocos habían hecho tanto daño en política.
De nada sirve ya que Rodríguez intente convencer a la ciudadanía de la inexistencia de negociación con ETA, del humanitarismo de José Ignacio De Juana Chaos o de las bondades naturales de Josu Ternera. Jugó a dos barajas y ha perdido con las dos. Le marcaron las cartas y ni así supo estar a la altura. Ha perdido el rumbo, ha perdido toda credibilidad y camino lleva de perder la presidencia del Gobierno; no solo por su dejadez y falta de visión política, sino por el levantamiento de sus propias huestes, extendida ineficacia y sus adaptadas mentiras.
La mentira ha dejado de dar juego. El mentiroso tiene su momento de gloria; pero solo uno, hasta que se le descubre en renuncio. Nada más. Hoy es fácil comprobar que a Jesús Eguiguren le ha traicionado el subconsciente, al igual que el presidente Rodríguez no se ha percatado de su desgaste neuronal: no recuerda ninguna de las veinticinco reuniones con la izquierda abertzale; pero seguro que podrá recordarlas ante la proximidad de las elecciones.
Es evidente y no es de extrañar que flanqueado por Eguiguren y Miguel ¿qué?, cualquier presidente ‘descarrilaría’. Tanto uno como otro son dos asesores que ya nadie quiere tener; dos compañeros que cualquiera anhela olvidar y dos novios que las suegras rechazarían de inmediato. Vienen a ser, en definitiva, dos imágenes negativas para la mercadotecnia y dos de los bueyes que peor cencerro tocan y menos aran.
Hoy la mentira está en desuso. Puede ser instrumento momentáneamente eficaz para la manipulación y el engaño, pero bumerán molesto para quien la usa. Suele repetir Javier Sádaba que “la verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso”. Ahora sabemos que la mentira es compañera del miserable y, se mire por donde se mire, es una enfermedad que, si no se cura a los treinta, se hace crónica. Rodríguez Zapatero alcanzó el momento crónico y ahí sigue. Sin duda, en este punto todos entenderemos mejor a Rosa Díaz y a Fernando Savater.
El blog de Jesús Salamanca Alonso
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