lunes, abril 23, 2007

Francia abre un nuevo capítulo en su historia política



Por Luis I. Gómez

No pocos comentaristas y tertulianos de nómina se empeñan una y otra vez en enarbolar los tópicos sobre “la France” política, demostrándonos lo lejos que se encuentran de la realidad social europea. Los resultados de las elecciones de ayer son una bofetada al inmovilismo y los estereotipos.

Empezemos con la elevadísima participación: casi el 85%, igualando el un record de 1958 (De Gaulle llama a la V. República). Unas cifra que no sólo muestra la movilización política del país como tal; muestra claramente también el acierto de la clase política francesa con su tendencia “rejuvenecedora”. Tanto Nicolas Sarkozy con sus 52 años como Ségolène Royal con sus 53 son los candidatos a la Presidencia más jóvenes de la historia reciente francesa. Y han conseguido llevar a las urnas a un grupo de votantes cada vez más jóvenes también. A casi todos!

Sigamos: este resultado electoral supone una durísima derrota de todas las posturas extremistas sea cual sea su color. Para el fascista Jean-Marie Le Pen, el 11% conseguido supone prácticamente su despedida de la escena política francesa (excepción hecha de sus pataleos intermitentes). Mucho más espectacular es la caída, el porrazo impresionante que se han dado los comunistas, esos que en Francia siempre habían sido al menos una fuerza a tener en cuenta. Con el 2% de los votos para su candidata, se cierra definitivamente un capítulo de la historia política de Francia.

Los franceses han eliminado consecuentemente los extremismos a golpe de papeleta. Dejan la escena política francesa como campo de batalla entre la derecha y la izquierda menos extremistas, más demócratas. Es la misma carrera que ha caracterizado las últimas elecciones en USA, la que se está dando en España. Es una carrera de bipolarización que, aún teniendo sus desventajas, tiene una ventaja fundamental: es saludabilísima para la democracia. Lo es, pues un reparto de fuerzas casi al 50%, una lucha con papeletas en la mano y no con pactos putativos, muestra a los políticos la verdadera cara de la democracia: la amenaza contínua de pérdida del poder político por la fuerza del voto.

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